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Portada del libro. (Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 9 de septiembre de 2013. (RanchoNEWS).- Al Faulkner orador se le descubre algo rígido. Ocurre incluso en el breve discurso de recepción del premio Nobel, el 10 de diciembre de 1950, bañado de cierta solemnidad. En los ensayos suelta la pluma. Una nota de Mary Carmen Sánchez Ambriz para Milenio:
Con más de un semestre de retraso con respecto a su distribución en España, llega a nuestras librerías un volumen que recoge discursos, ensayos, prólogos, reseñas y cartas públicas de William Faulkner (1897-1962), en una edición conmemorativa a cincuenta años de la desaparición física del escritor. Hay otras señales luctuosas: el tomo abre con el sermón funerario a la muerte de Mammy Caroline Barr, la empleada negra de la familia, fallecida el 31 de enero de 1940, y cierra con una notificación del escritor (publicada en el Oxford Eagle) como administrador del patrimonio de su madre, Maude Butler Falkner (sic), apartada de este mundo el 16 de octubre de 1960.
Ese primer texto presenta ya entero al autor, para quien la anciana Caroline significó una fuente de autoridad: «Ella era un activo y constante precepto para el comportamiento decente. De ella aprendí a decir la verdad, a refrenar el gasto, a ser considerado con el débil y respetuoso con el mayor. Vi fidelidad a una familia que no era la suya, devoción y amor hacia gente que no había parido».
Y esas palabras se enlazan con uno de los hilos presentes en el libro, que se manifiesta sobre todo en la sección dedicada a las cartas: su postura a favor de la integración entre blancos y negros. El sermón funciona así como una suerte de epígrafe simbólico en el que se expresa, no con argumentos racionales sino desde la proximidad sentimental, por qué Faulkner consideraba absurda la segregación.
Al Faulkner orador se le descubre algo rígido. Ocurre incluso en el breve discurso de recepción del premio Nobel, el 10 de diciembre de 1950, bañado de cierta solemnidad. En los ensayos suelta la pluma, pero más que un análisis riguroso o un pensamiento ordenado acerca de los temas que trata, es la pluma del narrador la que lleva siempre el mando. No, quizá, una reflexión profunda y sí un sentir desde las entrañas, desde su pasado y desde sí mismo, como en ese texto Mississippi, uno de los más largos del libro, historia tanto regional como personal, declaración de amor y odio a sus raíces, «puesto que ahora sabía que no se ama por algo: se ama a pesar de; no por las virtudes, sino a pesar de los fallos».
Leer a Faulkner implica también reencontrarse, de forma indirecta, con la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, porque su voz tendrá eco en autores como Gabriel García Márquez, José Revueltas o Juan Rulfo. Cuando Faulkner recuerda a la anciana Louvinia, que le hablaba de tú a su abuelo y a su padre, puede especularse que de ahí nacerá, acaso, el pueblo literario Luvina.
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