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Gitanilla. Montjuic.Barcelona. 1950. (Foto: Francesc Català-Roca)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 19 de septiembre de 2013. (RanchoNEWS).- «Las imágenes de Català-Roca dignificaron todo lo que tocaron. No hay atisbo de condescendencia ni juicio cuando dirige su mirada a la gente humilde del campo o la ciudad. Sabe respetar la distancia exacta para narrar desde la posición de testigo». Esta es una de las frases que enmarcan el recorrido por la exposición Català-Roca. Obras maestras que se muestra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el 12 de enero. Y da cuenta de una de las razones por las que estar frente a las fotografías de este retratista de la realidad española sea como hacer un emocionante viaje en el tiempo. Una jovencísima Micaela Flores La chunga baila ante unas fábricas en Barcelona, Joan Miró trabaja abstraído, un grupo de personas desciende por las escaleras del metro de Madrid, dos señoras esperan atentas los números ganadores de la lotería, Salvador Dalí salta a la comba en 1953 en el Parc Güell, un carbonerito sonriente se apoya en la pared para aliviar la carga de su cesta, un cura bendice a los animales el día san Antón de 1955… Los vemos, vivimos con estas personas un momento; y la fealdad si en algún instante existió, se transforma en belleza. Una nota de Flor Gragera de León para El País:
El fotógrafo Francesc Català- Roca (Valls, 1922- Barcelona, 1998) no quería ser considerado un artista. Le importaba poco que se destruyeran sus fotografías —en una ocasión, relata el comisario de la muestra Chema Conesa, estampó una en el suelo como prueba—, o que fueran expuestas directamente en bastidores. No deseaba que se las enmarcara, o que estuvieran protegidas por un cristal, o sufrieran algún tipo de manipulación. Afirmaba que, si la fotografía tiene valor, es porque puede ser reproducida infinitamente. Pero desechaba todos los negativos malos, y, del rastreo de más de 200.000 en diversos formatos y 17.000 hojas de contacto de la investigación que han llevado a la exposición, Conesa afirma que todos estaban impecables. La muestra, coproducida por La Fábrica y Fundación Barrié, ha pasado por Vigo, Valladolid, Barcelona, Zaragoza, Oporto y Sevilla.
«No he tenido problemas con la gente que fotografiaba, he tenido la intuición, sabía cuándo pedirlo y cuándo no», decía Català- Roca. El campo, la ciudad, las tradiciones, un gesto por la calle, como el piropo que inmortaliza en una calle de Sevilla ante la presencia de curas y militares… O aquel domingo de 1955 en que fotografió una corrida que había organizado Luis Miguel Dominguín en Carrascosa del Campo (Cuenca) para impresionar a la que sería su futura mujer, Lucía Bosé, lo recuerda el fotógrafo como la jornada en la que hizo mejores imágenes de una sentada. Entre ellas, la de un Domingo Ortega a quien llevan a hombros y que alza como trofeos las orejas y el rabo.
Esta es solo parte de la historia. No se puede entender el documentalismo español sin este hombre que se colgó una cámara al hombro a los 13 años y desde entonces ya no la soltó, para hacer algo muy distinto de lo que vio en su propia casa. Su padre Pere Català Pic, un vanguardista convencido, seguía las premisas del constructivismo ruso. Su vástago, sin embargo, buscaba captar la realidad y comunicar y no le dolieron prendas para recorrer España y apropiarse de ese instante que poseyera más fuerza y que configura el ADN del reportaje fotográfico, el que hizo que se adelantara a las premisas de Henri Cartier-Bresson. «Nos enseñó a mirar por un objetivo, a contar el mundo de una manera honesta, con las únicas armas del momento adecuado y de la luz…», apostilla Conesa, quien conoció a Català-Roca cuando tenía 13 años; el fotógrafo «de nariz partida, chaqueta de cuero y cámara maravillosa» pidió permiso para acceder al balcón de su casa en Murcia a la caza de uno de esos instantes. Català-Roca trabajó en blanco y negro hasta entrados los setenta, y fue en formato medio por requisito de las revistas en las que publicaba.
Català-Roca. Obras maestras es un conjunto de 150 fotografías que retratan la España de los años cincuenta y sesenta. Un video reúne además al grupo de amigos con los que compartió mesa y trabajo. Los también fotógrafos Isabel Steva Hernández Colita y Oriol Maspons, el ceramista Joan Artigas, su asistente Josep Gol y sus hijos, Andreu y Martí, retratan a un hombre que disfrutaba de la vida y que se interesaba por ella. «Era el más rápido, el mejor… Teníamos la mala costumbre de llegar antes que nadie a los sitios para tomar posesión del lugar, comprobar la luz…», rememora Colita. En la mesa del fondo de Casa Mariona estos amantes de la fotografía se reunían a comer por poco dinero. Unos encuentros marcados por las risas, como relata Colita: «Nos distinguía el sentido del humor, lo intentábamos pasar bien y eso se reflejaba en nuestra forma de trabajar…».
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