«Antes la fotografía era escritura. Hoy es lenguaje». (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 11 de diciembre de 2015. (RanchoNEWS).- Se califica a sí mismo de homo photographicus. Y es que Joan Fontcuberta lleva experimentando con la fotografía y sus lenguajes más de 40 años. Redes sociales, móviles, saturación de imágenes... Todo se une en este pionero del arte fotográfico, convertido en uno de sus teóricos esenciales. De todo ello hablamos con él, en vísperas de su exposición en el Canal de Isabel II, que se inaugura el próximo martes. La entrevista es de Bea Espejo para El Cultural.
Es un investigador sagaz y un comunicador excepcional. Se nota que Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) estudió ciencias de la información y que le gusta disparar más allá del objetivo de su cámara. En varios minutos de conversación se acumulan los titulares: «La saturación de imágenes tiende a provocar ceguera»; «la foto debe morir para renacer»; «el buen fotógrafo es el que miente bien la verdad». Hablamos de la fotografía hoy, de cómo ha cambiado, de su papel como artista. Joan Fontcuberta lleva 40 años cuestionando los límites entre lo verosímil, lo veraz y lo posible, siendo una referencia internacional en el mundo del arte. «Soy un homo photographicus -dice-, de la última etapa evolutiva del homo pictor, el que produce y consume imágenes a la vez, y acomete ambas tareas con total naturalidad».
Fotografía, luego existe. Lo deja claro con el título de su exposición en la Sala Canal de Isabel II, también de corte lacónico derivado del latín: Imago, Ergo Sum. La tesis de la muestra es presentar las muchas caras que tiene lo fotográfico en su trabajo, muy pocas veces atadas a lo bidimensional. Vemos muchos de sus fotolibros fechados en los 80, mucho antes de su reciente boom. También series míticas como Herbarium (1984), Sputnik (1997) y Securitas (1999-2001) y otras menos conocidas como Trepat (2014) que presentó en 2014 y no se ha visto en Madrid. Una exposición que tiene, además, dos espacios satélites: el Museo de Ciencias Naturales, donde Fontcuberta instala varios animales de Fauna (1985-1989), y el Antropológico, donde instala una de sus obras de la serie Sirenas (2006) en la sala llamada Los orígenes del museo.
«Disfruto mucho interviniendo en esos espacios cargados de historia y en las antípodas del White Cube, porque en ellos se pilla más desprevenido al público», señala el artista. Y continúa: «Siempre me han fascinado los Gabinetes de curiosidades, explicar el mundo en base a las singularidades de lo diferente. Y eso tiene mucho que ver con lo que llamo Obra-Colección, pasar de un coleccionismo de creación a una creación como coleccionismo. Hay artistas que no fabrican nada, sino que se dedican a recopilar, seleccionar y apropiarse de imágenes que ya existen, aunque toda esa escuela que antes era marginal, subversiva y revolucionaria se ha convertido hoy en el mainstream».
Entonces, ¿qué son las imágenes? ¿Cuál es la paradoja en este momento de sobreexposición visual?
Son formas visuales significativas. En ese sentido platónico reciclado por el postmodernismo, las imágenes son pantallas que median entre nosotros y la realidad. De ahí que, en un sentido político, las imágenes sean agentes formateadores de la conciencia. La saturación icónica actual nos lleva a la paradoja de que las imágenes ya no se limitan a representar la realidad sino que se convierten en realidad misma. Hoy vivimos en la imagen, y en esa situación es responsabilidad del artista no incrementar la polución visual, sino justamente contribuir a una pedagogía de la supervivencia en la imagen.
Tiremos de esa idea de «polución visual». ¿Es posible generar nuevas imágenes sin cuestionar todas las que hay ya?
Hace tiempo que diversos teóricos reclaman una ecología visual. Estoy de acuerdo pero, ¿cómo aplicarla? La masificación no nos lleva a la hipervisibilidad y a la transparencia como con candidez podría pensarse sino a estrategias distintas de control de la información, habitualmente orientadas al consumo y propaganda. Me permitiría, en esa tesitura, introducir dos reflexiones: ante el exceso de imágenes hemos de identificar más que nunca cuáles son las que faltan; y, por otro lado, hay que tener presente que no todas las imágenes tienen el mismo valor.
Montaje de la serie Herbarium en la exposición
¿Qué distingue una buena fotografía de una mala?
Creo que no hay buenas o malas fotos, sino buenos o malos usos de las fotos. La historia de la fotografía está llena de ‘errores' y de fotos ‘defectuosas'... La fotografía en sí puede ser igual o muy parecida a la que se hacía años atrás; lo que cambia es lo que hacemos con ella. O sea, es en el ámbito de los usos donde se está produciendo una revolución. Incluso la importancia de los cambios no subyace en la novedad de esos usos, sino en la intensidad con que se aplican. Hace años ya enviábamos postales: una combinación de fotografía y texto que componía un mensaje. Hoy no cesamos de repetir ese gesto con los emails, whatsapps y todo tipo de mensajes electrónicos. Lo hacemos con tanta profusión que al final hemos adoptado la fotografía como una forma de lenguaje con el que nos expresamos corrientemente. Antes, la fotografía era escritura; hoy es, sobre todo, lenguaje.
Suele decir que lo que se hace ahora no es fotografía. ¿Qué es entonces?
La fotografía, más allá de las características de sus procedimientos, encapsulaba una experiencia visual caracterizada por los valores decimonónicos de la cultura tecnocientífica y de la revolución industrial. Valores como la verdad y la memoria constituían su andamiaje ideológico. Cuestionar este discurso autoritario ha sido mi mayor reto desde que empecé. Con la fotografía no se puede hablar de verdad, sino de interpretaciones, de puntos de vista. Cuando se desvincula de esos valores para abrazar otros, como la comunicación y la conectividad, se desnaturaliza de sus esencias y se convierte en otra cosa.
La dictadura de las pantallas
¿En qué?
En postfotografía. Es un término que aparece en los textos teóricos a finales de los 80 y que se ha empleado con distintos significados. Yo propongo entenderlo no tanto como la fotografía que llega después de la fotografía, sino de la fotografía que se agazapa detrás de la fotografía. No es una cuestión cronológica sino más bien filosófica. La postfotografía se refiere a la fotografía que fluye en el espacio híbrido de la sociabilidad digital. Ahí, la imagen pierde dimensión mágica y se seculariza, el documento se repliega en la inscripción autobiográfica. En fin, la dictadura de las pantallas impone un nuevo orden visual.
Fontcuberta habla de las redes sociales, del móvil y de cómo de equívocas son las imágenes en la cultura digital. Entonces, ¿nada es real? ¿Todo es mentira? «Hoy somos partidarios de creer que la realidad y la ficción, o sea, la realidad y el arte, se funden. No son extremos opuestos, sino necesarios para darse sentido el uno al otro. Lo explica muy bien Zizek cuando, refiriéndose a la película Matrix, dice que las ficciones estructuran nuestra realidad, y que si eliminamos de la realidad las ficciones simbólicas que la regulan, perdemos la realidad misma». Con cada frase, traslada una lógica aplastante y una incertidumbre considerable. Uno se queda pensando si todo es una gran trampa; si este artista supone el gran triunfo de la paradoja. Su mensaje es claro: mirad la realidad con ojos críticos, poned freno a la fe en el poder constituido.
Antes decía que el buen fotógrafo es el que miente bien de verdad. Explíquenoslo.
La objetividad es un mito, por tanto no podemos sino mentir, entendiendo la mentira en un sentido extramoral, porque la fotografía puede ser verosímil pero no verdadera. Si esa mentira es extramoral es inevitable, lo importante será entonces el sentido que le demos.
Montaje de la serie Sputnik en la exposición
Haga balance. ¿Qué sentido le da a la fotografía que ha hecho en todo este tiempo?
Desde que empecé siempre he incidido en el mismo objetivo: problematizar qué entendemos por fotografía y cuestionar los valores con los que la foto nace: la memoria, la identidad, la fragmentación, el archivo, la verdad. Sigo siendo proclive al historicismo, y mi trabajo sigue dialogando con la historia, el pasado y el patrimonio de la fotografía. Soy una persona muy permeable, un gamberro en un cuerpo mayor. De hecho, pienso que todo lo que he hecho hasta ahora es un previo de la mejor obra, que está por llegar.
¿Y qué nos dice del sentido del humor? ¿Sigue intacto?
Aunque el humor sea para mí ‘marca de la casa', los matices varían de un proyecto a otro. A veces se trata de un humor esperpéntico, otras en cambio es más sutil. El tono viene graduado por el planteamiento de cada proyecto, por la naturaleza de la audiencia a la que me dirijo, y por el tipo de efecto que espero obtener. Lo entiendo como una estrategia de comunicación.
¿Qué pide al espectador?
Mi obra quedará para los libros, pero también para esa minoría que haya hecho un esfuerzo. A menudo me pregunto, ¿qué pasa si el público viene y no entiende nada? Yo lo que hago es plantar una semilla, puede caer en terreno fértil o en un terreno que no germinará.
¿Es el mundo de la foto tan cerrado como el del arte?
Más aún. Antes la fotografía era más porosa con otros mundos, pero eso ha cambiado. A mí me interesa por lo que tiene de cambiante, porque es un vínculo con todo lo demás: literatura, pintura, poesía... Siempre me ha interesado la periferia de la foto; he estudiado sus reglas para alejarme de ellas, para saber dónde se hibrida con otras cosas.
Gabinetes de curiosidades
¿Qué ideas están ahora en su mesa de trabajo?
Siempre he estado dando vueltas al lenguaje, a la tecnología y a la naturaleza. Las circunstancias me han llevado a trabajar el tema de los Gabinetes de curiosidades en contraposición a la visión enciclopedista de los museos. Sobre ello preparo un libro de artista y varias exposiciones, la más cercana, una intervención en el Musée de la Chase et de la Nature en París, con el tema de los safaris. Barajo varias ideas en la línea de los memes que se prodigaron en internet con las fotos del rey Juan Carlos cazando elefantes, o con el caso del dentista que mató al león Cecil y provocó una revuelta monumental en las redes.
La Fundación María Cristina Masaveu Peterson le traerá de nuevo a Madrid el año que viene. ¿Qué veremos?
He querido hacer un proyecto de proyectos: me he propuesto una exploración visual en diálogo con muchos trabajos anteriores míos anteriores, sobre todo los que datan de los 70 y 80, englobados dentro de una categoría que llamé contravisión. Dada la economía del tiempo he priorizado lo que podían ser las entrañas del paisaje y de la memoria: por un lado, espacios físicos del subsuelo que están habitualmente vedados al ciudadano, por otro, he buceado en numerosos archivos fotográficos localizando imágenes «enfermas».
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