Rancho Las Voces: Literatura / Entrevista a Ismail Kadaré
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

lunes, octubre 17, 2016

Literatura / Entrevista a Ismail Kadaré

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Ismail Kadaré. (Foto: Jacinta Cremades)

C iudad Juárez, Chihuahua. 14 de octubre de 2016. (RanchoNEWS).- Recién cumplidos los ochenta, Ismail Kadaré publica La Muñeca (Alianza), una suerte de homenaje a su madre y un recorrido por el «aislado» país en el que creció. El gran escritor albanés, eterno candidato al Premio Nobel, recibe a El Cultural en su casa de París, en donde reside gran parte del año. Y habla de genios y falsos prestigios, de su vida al servicio de una vocación, de fascismo, comunismo y de los desnortes europeos. La entrevista es de Jacinta Cremades.

En una de las calles más juveniles y joviales de Paris, en la intersección entre el jardín del Luxemburgo y la Sorbona, se encuentra un edificio que pertenece a La Academia Francesa. En él viven varios escritores de renombre, entre ellos Ismail Kadaré (Gjirokastër, Albania, 1936), que recibe a El Cultural con un caluroso apretón de manos. Su casa, luminosa, silenciosa, no es un oasis de libros y objetos eclécticos; al contrario, reina aquí un ambiente de tranquilidad en el que descubrimos, dispersas, bellas obras de arte. «Me las he traído de Albania», cuenta el autor de Réquiem por Linda B. Su casa, en efecto, es como un rincón albanés en pleno barrio latino.

Estos días, Alianza publica en España la nueva novela de Kadaré, titulada La Muñeca. El libro sigue la vida familiar del narrador desde los años treinta, momento en el que su madre conoce a su padre y, tras casarse, se marcha a vivir a la casona de la familia Kadaré. Allí nace el futuro escritor y allí vivirá hasta los diecisiete años. La novela se adentra en las costumbres albanesas que el escritor vivió de niño y detalla su formación en Gjirokastër, antes de convertirse en el autor de más de cuarenta títulos, entre novelas, libros de poesía y ensayos sobre Albania o China, o sobre clásicos como Dante o Esquilo.

Kadaré ha recibido numerosos premios por el mundo, entre ellos el Man Booker en 2005 o el Príncipe de Asturias de la Letras en 2009. Recurrente candidato al Nobel, en España, concretamente en Bilbao, recibió en 2012 el Premio BBK-La Risa, con el que se reconoció su capacidad para combatir la barbarie con humor.

¿Se considera Kadaré una persona divertida? «Sí, claro -responde-. Pero los demás tienen una opinión muy diferente de mí. Me consideran algo huraño, sombrío y muy serio». Es cierto que su expresión es poco flexible, su aspecto es el de un hombre cansado y, hasta el momento, apenas si ha esbozado una sonrisa. Sin embargo, basta con que su mujer entre en la sala para que sus facciones cambien al instante como si, por fin, se sintiera reconfortado. El escritor conecta entonces con su entorno y su realidad, y nos dirige una mirada profunda. Ahora podemos empezar.

Usted nace en Albania, un país comunista, y siempre ha dicho que la literatura significa libertad. ¿Cree que habría sido escritor de haber nacido en un lugar libre?

Lo he pensado mucho. A veces creo que es por eso, por haber nacido donde nací, por lo que me convertí en escritor; otras veces creo que no tiene nada que ver. Es enigmática la cuestión. Se suele decir que en tiempos difíciles uno escribe mejor. Pero a veces creo que es justo al revés: que cuanto más feliz es uno, mejor escribe. Depende, supongo, de los escritores.

Desde los dieciséis años no ha hecho otra cosa que escribir y publicar. ¿Le quedan recuerdos de sí mismo antes de ser escritor?

¡Alguno, sí! También le digo que, desde niño, soy un completo megalómano (risas). Siempre he creído en mi vocación de escritor y en que lograría llegar a serlo. Cuando empecé, estaba seguro de que escribía muy bien y sabía que eran los demás los que no me entendían.

De Albania a París

Su éxito se trasladó pronto desde su país, donde sus libros eran muy leídos, a Occidente, y en particular a Francia. ¿Qué hay en su obra que conecta con lectores tan distintos?

La aventura francesa llegó, digamos, por pura causalidad. Lo que sí es extraño, como usted dice, es que el éxito me vino en épocas diferentes, pero por la misma obra: El general del ejército muerto. En Francia tuvo una repercusión muy grande, mayor que en Albania. En esa época era casi imposible hallar una sola obra literaria albanesa. Nuestro país era considerado en el extranjero un país pobre, retrasado, un país en donde no podía florecer nada que se pareciera a la cultura.

 ¿Y por qué dice que llegó a Francia por casualidad?

Todos los países comunistas tenían una editorial que publicaba a los escritores del país en otras lenguas. Era una manera que tenían de hacer propaganda en el extranjero. Todos los escritores que publicaban algo bueno, o que ellos consideraban bueno, pasaban por esa editorial. Esa primera novela mía fue traducida al francés por un escritor albanés. Un día, pasó por una librería albanesa un escritor francés y mi libro le llamó la atención. El título, eso del «soldado muerto», le sonó muy raro y lo hojeó. Enseguida se sintió sorprendido por la calidad de la traducción y compró la novela. Tenía esa idea de la inexistencia de la literatura albanesa y le chocó encontrar un libro así. La verdad es que algo de razón tenía, la literatura albanesa, como la mayoría de las literaturas de los países comunistas, dejaba mucho que desear... El título, tan poco enfático y optimista, no encajaba con sus ideas. Se trajo el libro a París y le preguntó a nuestro embajador albanés en Francia cómo contactar con el escritor. El embajador, horrorizado, le dijo que no quería saber nada. Entonces, entregó la novela al editor francés Albin Michel, que la publicó enseguida con aquella traducción hecha por el albanés. Ahora entiende por qué utilicé la palabra «casualidad»...

A partir de entonces, Kadaré empezó a publicar todos sus libros en Francia, incluso aquellos que estaban prohibidos en su país. Fue una de las razones por las cuales, años más tarde, en la década de los 90, pidió asilo en el país europeo. «Viajaba a menudo a Francia -recuerda ahora-. El editor encontraba siempre un pretexto para invitarme. Francia me dio mis primeros contactos, mis primeros conocimientos del mundo occidental. Era el único país europeo que tenía relaciones diplomáticas con Albania, lo cual facilitaba las cosas. Albania era un país aislado de una forma monstruosa, completamente antieuropeo. Es muy difícil de imaginar hoy. A los dirigentes albaneses los horrorizaba Europa y preferían estrechar lazos con la URSS, China o el mundo oriental».

Escritor, una profesión sacra

Durante la época soviética, continúa Kadaré, «querían hacer creer que el país era fundamentalmente musulmán». Para el Gobierno, que lo fuera era menos peligroso: «evitaba la ‘contaminación' europea». Pero hoy, dice, «los albaneses, cuando emigran, que siguen emigrando muchos, prefieren irse a Europa o a Estados Unidos. Es decir, a países occidentales. ¡Están obsesionados con Occidente!».

A pesar de que Occidente no esté pasando por su mejor momento...

Creo que, desde hace unos cuarenta años, la humanidad no comprende del todo lo que busca. Y eso es porque el fascismo y el comunismo estropearon la concepción lógica de lo que debía ser la humanidad.

¿Qué significa para usted la palabra «escritor»?

Es una palabra, con los años, que ha ido ganando en sonoridad y misticismo. En mi país -en los Balcanes en general-, un escritor era alguien venerado. Es una profesión rara, sacra, casi divina. Es algo que se remonta a los griegos.

¿Es su nuevo libro un homenaje a su madre o un acercamiento a ella a través de la literatura?

Yo escribo de forma espontánea. La literatura no tiene nada que ver con la verdad, ni con los testimonios, ni con la historia. Tiene un valor independiente. La literatura es, antes que nada, extraña.

 ¿Y no se encuentra la realidad a través de la literatura en una especie de camino inverso? Homero y Shakespeare le ofrecen en el libro explicaciones de la relación con su padre...

Eso sí me parece posible.

Ha dicho que escribe de forma espontánea. Tengo entendido que antes de idear sus novelas, busca un cuaderno, o unos eslóganes de propaganda, o un título interesante... todo antes de saber siquiera de qué irá el libro. ¿Forma todo esto parte de esa improvisación?

¡Es que hay muchas maneras de seguir un mismo camino! A veces un escritor hace creer a los demás que sigue el camino que los demás le marcan. Pero las leyes de la literatura están tan escondidas, son tan inexplicables, que no se puede saber por qué se escribe sobre esto o lo otro.

¿Su madre fue una buena influencia para usted como escritor?

Ni buena, ni mala. Me dio libertad, algo muy difícil de obtener. Fue una mujer superior, a pesar de parecer artificial como una muñeca.

Menciona a Kafka en su libro, a quien se siente cercano. ¿Qué le atrae de él?

Kafka es una cima. La felicidad que ofrece la literatura es poder apreciarla en sus cimas, como la cima de una montaña. La literatura media esta abocada a la desaparición. No juega ningún papel más que el de divertir a determinados lectores. Como la literatura ligera, que va dirigida a lectores sin cultura. En la gran memoria del mundo, la literatura vive solamente en sus cimas.

¿Qué otros escritores son importantes para usted?

Mi familia son solo quince o veinte escritores que viven en esas alturas. Me siento muy cerca de ellos. Si uno lo piensa bien, la humanidad, cuyo recorrido está lleno de errores, no se ha equivocado en su apreciación o valoración literaria. No hay genios olvidados, ni tampoco hay escritores que dejaran de ser geniales al alcanzar esas cimas. Lo que fue grande en sus comienzos, sigue y seguirá siendo grandioso siempre. El primero milenio fue magnífico. El segundo milenio, lo mismo. Tenemos a Shakespeare, a Dante, a Cervantes...

¿Y qué hay de los rusos? Su título remite a Ibsen, y se perciben en su obra, desde su primera novela, reminiscencias de Gogol y sus Almas muertas...

Es cierto. Para mí Gogol es el gran escritor ruso, pertenece a la familia de los genios y, estoy seguro, su categoría va a seguir avanzando. Para que un escritor encuentre su verdadero lugar, tienen que pasar dos o tres siglos. Aprecio a Tolstoi, a Dostoievski, a Puskin. Pero Gogol tiene algo de eterno, algo procedente de la antigüedad. Su relación con la realidad es muy importante pero, a la vez, opera en él una ruptura con esa realidad. Los escritores que son esclavos de la realidad están limitados. Le ocurre a Tosltoi, que es el más realista. Su literatura tiene que ver con el pueblo y va dirigida a él.

 Habla de Gogol como de una literatura más allá del tiempo y lo universal.

Sí. Hay que defender lo que hay de sacro en la literatura. La literatura no teme a nada ni nadie, y siendo escritor sé que soy capaces de decir las cosas que nadie se atreve a decir.

 ¿Y qué significa para usted ser un escritor comprometido?

Un gran escritor es también capaz de inventar las historias más imposibles e inimaginables. Algo incomparable con los demás. Homero, por ejemplo. Es difícil pensar cómo el cerebro humano consiguió inventar algunas de las historias que cuenta. La literatura es un acto divino.


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