El mítico actor neoyorquino recibe el Gran Premio Honorífico del festival de Sitges. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 14 de octubre de 2016. (RanchoNEWS).- Imposible no pensar, viéndolo sentado delante, con esa legendaria mirada intensa y a la vez perdida en sus ojos de un azul desvaído y pupilas minúsculas —pero que parecen descargar electricidad—, en las dos secuencias de clímax de El cazador, la película de 1978 de Michael Cimino por la que ganó el Oscar al mejor actor secundario. Christopher Walken (Queens, Nueva York, 1943) se lleva la mano a la sien pero —afortunadamente— no hay un revólver en ella como el que sostenía en el papel de Nick Chevotarevich durante el juego letal de la ruleta rusa en Vietnam con Robert de Niro. Vestido completamente de negro (hasta los calcetines), extremadamente pálido, con ese peinado característico al estilo Drácula de Coppola, Walken se muestra paciente, amable en Sitges, donde recibirá el Gran Premio Honorífico, y hasta simpático. Aunque de esa afabilidad y calma pueden brotar los cinco tiros que le endosa su personaje del mafioso Vincenzo Cocotti a Dennis Hopper en Amor a quemarropa o la insondable melancolía que dispara la bala con que se mata Nick en el irremediable desenlace de El cazador. Jacinto Antón lo entrevista en Sitges para El País.
¿Cómo se interpretan momentos de tanta intensidad como los de El cazador?
Hace tanto tiempo. Recuerdo el rodaje en escenarios reales. A medianoche. Con muchísimo calor. La atmósfera ayudaba mucho. En Bangkok, en la secuencia final, estábamos sentados y las ratas corrían entre nuestros pies. Durante tanto rato que ya ni les prestabas atención. Era una atmósfera surrealista, onírica.
¿En qué piensa uno para conseguir un efecto en la pantalla como esa desolación y desesperanza absolutas de su personaje?
Bueno, en realidad el efecto más perturbador lo consiguen el director y el montador. El montador tiene un papel extraordinariamente importante en las películas que la gente no suele reconocer.
Mucha gente está de acuerdo en que su secuencia siciliana con Dennis Hopper en Amor a quemarropa, de Tony Scott, es de lo mejor de su carrera.
Sí, es muy buena. Una secuencia maravillosa. La hicimos en un día en una habitación pequeña. Frente a frente. Plano y contraplano. Fue muy fácil. Nos dimos cuenta de que era algo muy bueno. Luego nos fuimos a cenar para celebrarlo.
Es Tarantino antes de Tarantino.
Sí, él escribió el guion. Entonces no le conocí. Fue después, con Pulp Fiction.
¿Improvisaron en esa secuencia en que Hopper le provocaba hasta casi hacer reír para que le matara rápido?
En absoluto. Todo estaba escrito.
¿Y en su aparición en Pulp Fiction como el capitán Koons, cuando le da al niño que luego será Bruce Willis el reloj de su padre muerto y le explica que lo ha conservado en cautividad de los norvietnamitas escondiéndolo en el culo?
Tampoco. Siempre estaba todo escrito por Tarantino. Y por cierto, la hice sin el niño.
Borda usted los villanos y los sociópatas. ¿Tiene que ver con su aspecto?
Sí, creo que hay algo, la manera en que miro. Eso imprime carácter especial a mis personajes. Siempre es bueno impresionar, es lo que desea cualquier actor.
El actor mira aún más intensamente, directo a los ojos. Es como un bofetón sordo. Una experiencia física. Uno casi cree escuchar de fondo al guarda vietcong gritando. «¡Mau, mau! ¡Didi mau!». Hay que ser Robert de Niro para aguantar esa mirada. Walken continúa: «Además soy muy pálido, nunca tomo el sol, no me gusta. Seguramente hay algo de Drácula en mí». Sonríe.
Pero a la vez muestra un lado de una gran fragilidad.
Sí, precisamente: Drácula es muy frágil.
¿Le hubiera gustado hacer el Drácula de Coppola?
Mucho, pero nadie lo podía haber hecho mejor de lo que lo hizo Gary Oldman. Un Drácula extraordinario.
¿Cuál considera su mejor trabajo?
No sabría decirle, he hecho tantas películas, y muchas, ¿sabe?, ni se han visto. A veces las pillo en la tele. Verlas me ayuda a mejorar. La gente no sabe cuántas películas se quedan sin estrenar.
Cuentan que es usted hombre de muchas fobias.
No, no creo. Tengo miedo a riesgos físicos. No me gusta conducir rápido. En los rodajes cuando había que montar un caballo me preparaban uno que no se movía en realidad.
Ah, pero fue domador de leones.
Es cierto. Me fui con un circo a los 15 años. Era joven y alocado. Y el león era un pobre animal.
Tiene fama de gran bailarín desde los inicios de su carrera.
Ya no. Los bailarines de verdad, ¿sabe?, solo bailan por dinero. Nunca verá un bailarín bailar en una fiesta.
Pese a todos sus atormentados personajes, diría que es usted feliz.
No se debe confundir al actor con los papeles que interpreta. Mi vida es muy distinta, afortunadamente.
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