Rancho Las Voces: Cine / «El hilo invisible» de Paul Thomas Anderson
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

domingo, febrero 04, 2018

Cine / «El hilo invisible» de Paul Thomas Anderson

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Daniel Day-Lewis, el «hombre más exigente del mundo» en El hilo invisible (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 19 de enero de 2018. (RanchoNEWS).- «¿Por qué no estás casado?, pregunta Alma. “Hago vestidos», contesta Reynolds Woodcock. «El matrimonio me haría decepcionante y yo no quiero eso», añade. Entre las diversas claves sumergidas en el escurridizo, implacable relato de El hilo invisible, algunos diálogos escritos por Paul Thomas Anderson aglutinan el misterio de los maestros. El hilo fantasma de este octavo largometraje del autor de Magnolia es el eco martilleante de esa escena en la que se produce el «rapto», en acepción de Roland Barthes, cuando el célebre modista (Daniel Day-Lewis) en el Londres de los años cincuenta y la camarera de provincias (Vicky Krieps) se descubren en un restaurante. Ella le deja una nota -«Para el chico hambriento»- cuyo contenido adquirirá un significado completo en la frase que despide, intrigante, el filme. El trayecto de un lugar a otro, del rapto a la posesión, conforma posiblemente lo mejor de lo que puede dar de sí el cine contemporáneo cuando sigue reformulándose desde el clasicismo.

En el prólogo hemos escuchado a Alma decir a alguien fuera de plano: «Es el hombre más exigente del mundo». Woodcock es un personaje genuinamente andersoniano, una criatura tan condenadamente suya (a mayor gloria de Daniel Day-Lewis) que no podemos sino dejar de ver al hombre detrás de la cámara. Como el John de Sydney, el Eddie de Boogie Nights, el Frank T. Mackey de Magnolia, el Barry de Punch Drunk Love, el Plainview de Pozos de ambición, el Freddie de The Master o el Larry de Puro vicio, existe bajo la perpetua patología autodestructiva. Su genio y dedicación al trabajo abre las puertas de los palacios, su nobleza se funda en la pasión y la disciplina, que su hermana Cyril lleva con mano de hierro y sibilinas artes. Su hogar es su taller. Su vida son los vestidos. Una primera escena de desayuno -la frugalidad gastronómica de esta pieza de cámara es otro hilo fantasma hacia la depravación, como lo era en Buñuel o Chabrol- hace evidente la dinámica rutina sentimental de Woodcock: mujeres de temporada, como una de las prendas que diseña. «Antes de irse, le daremos el vestido de octubre», dice su hermana.

La reseña es de Carlos Reviriego publicada en El Cultural.



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