El escritor y diplomático falleció debido a la afasia primaria que padecía; su legado es la prueba de que la imaginación está al servicio de lo palpable. (Ilustración: Norberto Carrasco)
C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de abril de 2018. (RanchoNEWS).- La primera vez que tuve conocimiento de Sergio Pitol (Puebla, 1933–Xalapa, 2018) fue por una novela traducida por él: Las Puertas del Paraíso, del polaco Jerzy Andrzejewski (1909 -1983): fábula mística y enigmática que me marcó para toda la vida. Otros libros cruciales en mi formación fueron trasladados al español por el autor de El tañido de una flauta: Otra vuelta de tuerca, de Henry James, El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, Un drama de caza, de Antón Chéjov, Madre de Reyes, de Kazimiers Brandys, Diario de un loco, de Lu Hsun… / Después vinieron los libros suscritos por él: nunca olvido cómo leí de un tirón, una noche lluviosa de mayo de 1990: Domar a la divina garza, relato de entusiasmos extremos y de equívocos en la ciudad de Estambul.
Lo conocí en el Puerto de Veracruz en 1995. El musicólogo Helio Orovio y yo fuimos invitados a dictar una conferencia: Alejo Carpentier y la música afrocubana. Yo me detuve en la correspondencia entre la prosa barroca del autor de El reino de este mundo y el jazz afrocubano. Sergio Pitol estaba sentado en la primera fila del auditorio. Fue Orovio, quien me avisó de su presencia. Terminamos, y el narrador nacido en Puebla se acercó muy amable a conversar con nosotros. «Yo no sabía del grupo que usted presentó, Irakere, y menos la obra Misa Negra, que estoy de acuerdo: después de escucharla, es una traslación de la prosodia verbal de Carpentier a la música afrocubana.»
El texto de Carlos Olivares Baró es publicado por La Razón
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