El escritor mexicano Sergio Pitol, en Madrid, en otoño de 2005. (Foto:Bernardo Pérez)
C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de abril de 2018. (RanchoNEWS).-Hay un momento en El mago de Viena en el que Pitol imagina a un autor a quien ser demolido por la crítica no le daría miedo. Con toda seguridad, dice Pitol, ese autor sería atacado por la extravagante factura de su novela y caracterizado como cultivador de la vanguardia cuando en realidad la idea misma de la vanguardia sería para él un anacronismo. Ese autor resistiría ofensas insensatas, insultos, pero lo que de verdad le aterrorizaría sería que su novela suscitara el entusiasmo de algún comentarista tonto y generoso que pretendiera descifrar los enigmas planteados a lo largo del texto y los interpretara como una adhesión vergonzante al mundo que él detesta; alguien que, por ejemplo, dijera que su novela se debería leer como «un réquiem severo y doloroso, un lamento desgarrado, la melancólica despedida al conjunto de valores que en el pasado había dado sentido a su vida…». Algo así, concluía Pitol, le haría sentirse completamente hundido, le entristecería, le haría jugar con la idea del suicidio: se arrepentiría de sus pecados, abominaría de su vanidad, de su gusto por las paradojas, y le haría echarse en cara el no haber aclarado el equívoco sólo por lograr ciertos efectos en el texto, solo por no haber sabido renunciar al vano placer de las ambigüedades.
En esas palabras de El mago de Viena está concentrado todo Pitol, con su gran apuesta por tomar riesgos de todo tipo al escribir. Y está tanto el perfecto conocedor de los problemas que esto comporta como el sabio que no ignora que un escritor ha de atreverse a buscar la felicidad: «Hay libros y cuentos que en el momento de componerlos me han producido una satisfacción enorme. Es el momento de la escritura, cuando llega el tema y los detalles y ves que la literatura lo capta bien. Escribo sobre una serie de escritores, que son como una liga de mi obra completa. No escribo sobre ellos desde una forma académica, sino desde mi relación más íntima con los que más me han gustado. Yo, por ejemplo, no podría escribir sobre un libro que no me gustara o que me aburriese, siempre he escrito sobre lo que me ha gustado. Entonces cada libro es más una crónica de la felicidad, de la felicidad vital que da la buena lectura, los amigos, los amores, los viajes y los momentos de vida que son privilegiados».
El texto de Enrique Vila-Matas fue publicado por El País
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