Sergio Larraín y Genco Russ. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de julio de 2020. (RanchoNEWS).- A Sergio Larrain no le gusta vivir en una mansión. Detesta las fiestas que organiza su familia con la crema de la intelectualidad y se le atragantan las cenas y ese poso de modernidad privilegiada que tienen las reuniones de su padre, un célebre arquitecto chileno cuya biblioteca alberga libros ilustrados de Cézanne y ejemplares de la revista Minotauro. Así que en 1949, nada más terminar el colegio, huye a Berkeley a estudiar ingeniería forestal. No tarda en cambiar las clases por los bares de San Francisco y los músicos de jazz. Para mantenerse, busca un trabajo de lavaplatos en el que gana 60 dólares al mes, y con su primer sueldo se compra una Leica de segunda mano y una flauta. Empieza a hacer fotos y se muda a Michigan, donde aprende a revelarlas.
Es entonces cuando su hermano pequeño muere al caer de un caballo y Sergio regresa a Chile en un navío carbonero. Durante el trayecto, se afeita la cabeza y las cejas, y al bajar del barco nadie lo reconoce. Para sobrellevar la pérdida, la familia hace un viaje de ocho meses por Europa que en lugar de unirlos los distancia más. El Queco –así es como lo llaman sus amigos–, va a su aire: duerme en pensiones, come cuando le apetece y toca la flauta a orillas del Sena. En París conoce a un monje hindú y al volver a América se va a vivir a una casita de adobe donde pasa una temporada meditando y experimentando con LSD. «Tenía 21 años y era como una hoja al viento. Regalé todo, ropa, libros, fotos e hice voto de castidad».
Una nota de Mireya Hernández para El Cultural
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