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Estela Leñero Franco. (Foto: Archivo)
M éxico, 26 de junio, 2007. (Yanet Aguilar Sosa/ El Universal).- De niña, cuando formaba una pandilla con sus hermanas y primos y jugaba a los pasteles de lodo, era líder, el teatro era una presencia constante, pero Estela Leñero no imaginaba que la dramaturgia sería su vocación, menos aun pensaba en que ser la hija de Vicente Leñero iba a resultar tan difícil. La escritora ha tenido que luchar por buscarse un lugar en la dramaturgia, en la crítica teatral y en el periodismo, sin aprovechar la figura de su padre, en un afán por crearse su propio camino.
Desde la adolescencia ha peleado contra el poder vertical y ha buscando liberarse hasta de sus padres, por eso, al mismo tiempo que estudiaba la carrera de Antropología, trabajaba para ganar su propio dinero y, en lo posible, ser independiente.
Imposible negar a su padre, el dramaturgo, guionista de cine, escritor y periodista Vicente Leñero: tiene sus ojos oscuros, la misma sonrisa, ceño e incluso la misma determinación y preparación profesional, aunque él estudió Arquitectura y ella Antropología... aunque ella no ha incursionado en el cine todavía.
Escribe más sobre las obras que monta, porque hace crítica teatral e investigación, y se puede pasar horas leyendo y revisando periódicos en la hemeroteca. En unos meses estrenará en el Centro Cultural Helénico la puesta en escena Verónica en portada, una comedia sobre el mundo de los autores y editores que dirigirá Alberto Lomnitz.
Estela Leñero lleva, casi sin darse cuenta, 20 años en el teatro, porque desde niña toda la familia estaba ligada a esta actividad. Comparte la vida con el guionista y director de cine Víctor Ugalde y es madre de Ireri, una niña que a veces quiere ser actriz, cantante o maestra de equitación.
«Mi interés por la escritura se dio hasta después de que estudié Antropología. Yo tenía una inclinación hacia los temas sociales, un afán de querer cambiar el mundo. Cuando estaba en la universidad corrían los tiempos de los movimientos y las revoluciones, se tenía la esperanza de que las estructuras se modificaran y la justicia imperara. Aún tengo esa inquietud y desasosiego, y ello se traduce en mi vida, preocupaciones y también en mi posición política y artística. Pero después, al experimentar la escritura, estando en el taller de mi padre, realmente descubrí que escribir a partir de personajes enriquecía muchísimo las posibilidades de expresión.
¿Dejó la antropología y se dedicó al teatro?
La antropología es una práctica social, los trabajos son más fríos y analíticos... por otro lado el teatro tiene que ver más con lo personal, las relaciones de las personas, las tristezas, las angustias, los cuestionamientos existenciales. En el teatro se expresa la realidad a partir de la subjetividad de los personajes, en la antropología la realidad es observada por un investigador y analizada.
Del teatro me agradó esa cosa de desaparecer detrás de los personajes, porque la narrativa tiene un «yo» que se expresa, pero en el teatro ese «yo» está desperdigado en multiplicidades; te escondes en tus personajes y buscas todos los lados de la realidad.
En la juventud, después de la ilusión de que la revolución se acerca, viene la sensación de que la verdad no es absoluta sino subjetiva, de que no hay Dios omnipotente, sino que, como en el universo, hay una explosión que se manifiesta en múltiples partículas, en universos. Por ello prefiero no creer en una verdad absoluta, sino en la verdad que los personajes expresan.
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