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domingo, octubre 21, 2007

Teatro / México: «La inequidad en los espacios culturales: Hansel y Gretel, el musical», un artículo de Sisi Casas

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Cartel de la obra. (Foto: Archivo)

C iudad de México, 3 de octubre, 2007. (Sisi Casas / Sábado, unomásuno).- La soberbia normalmente encubre la falta de talento e inteligencia, sobre todo cuando se da por sentado que el simple hecho de tener un título académico –que para algunos es casi el equivalente a un título nobiliario- es suficiente para que cualquier actividad emprendida tenga la calidad necesaria para ser aceptada y reconocida a priori, situación que en el ámbito cultural es más frecuente de lo que se quisiera.

Lo grave del asunto no es que quien así lo ostenta, lo asuma (al fin y al cabo cada quien está en su derecho de creer lo que le venga en gana), sino contar con el aval de una institución como el Centro Nacional de las Artes que, se supone, es uno de los máximos recintos de las artes (ah, esa idea del centralismo) y sigue un proceso riguroso para la selección de las propuestas artísticas que han de tener cabida en su cartelera, aunque en los resultados parezca más bien lo contrario.

Un claro ejemplo de lo anterior es Hansel y Gretel, el musical, dirigida por Laura Jerkov, original de Gustavo Lizárraga y Laura Jerkov, con las actuaciones de Katiria Rodríguez, Arturo Sánchez, Renée Vitelli Alán Ruíz, Hairam Asereth, Rosalinda Morales, Gloria Andrade, Nadxhielii López, Karla Alvarado, Gerardo llamas, David S. Juárez, entre otros, que el pasado 22 de septiembre tuvo su estreno en el Teatro Salvador Novo del CNA. Esta puesta en escena es una producción de la compañía teatral Puerta Skene, agrupación que con más de diez años de experiencia (formada en 1996, no obstante que su primer montaje sea del 2002, o al menos eso es lo que indica en su página en internet) está conformada principalmente por egresados de la «Licenciatura en actuación del INBA, (aunque) también hay elementos del CUT, UNAM, ARGOS, CECAAP entre otros”, y se orienta sobre todo a presentar “montajes de calidad de lo que se ha llamado teatro inteligente para niños».

En el supuesto de que sus trabajos anteriores realmente cumplieran con esta última premisa (hay que dar el beneficio de la duda, o lamentar la falta de documentación visual, según se quiera ver), no es el caso de Hansel y Gretel, el musical, por las siguientes razones.

En primer lugar, no es lo mismo un musical que una obra con algunos números musicales, dado que la complejidad del género no se limita a unas cuantas coreografías básicas (que se pueden aprender en cualquier taller de alguna casa de cultura), algunas canciones más o menos pasables en su interpretación y un vestuario más bien común y al parecer reciclado de otros montajes, lo cual no tiene nada de malo si se hicieran las modificaciones pertinentes y no se viera que el vestuario de la bruja, por ejemplo, también es el que usan en Blancanieves o La bella durmiente. Y no es que un musical necesariamente deba tener un derroche de recursos con pretensiones tipo Broadway, ni que cada tres segundos haya que cantar o bailar. No, se pueden hacer musicales con lo esencial: música, baile y canto, y sino dígalo Malena baila tango, puesta en escena de la compañía Io-Artes escénicas, que se presentó en el Foro de las Artes del CNA a finales del 2006, con egresados también de la EAT y otras instituciones, y cuya realización estuvo cuidada en todos sus detalles para ofrecer un producto de calidad.

Un momento del montaje. (Foto: Archivo)

(Quizá habría que hacer un paréntesis para preguntar: ¿un musical es el mejor género para hacer «teatro inteligente para niños»?).

En segundo lugar está otra cuestión de producción: la escenografía, la cual se basa en una serie de telones pensados más bien para espacios reducidos, y que por lo mismo en un teatro de las dimensiones del Salvador Novo resultan pequeños, y más que lograr una sensación de «intimidad», se tiene la percepción de una falta de planeación para adecuarla a espacios de diversas dimensiones. Eso, además de que es desigual por su falta de unidad visual y conceptual, con una hechura bastante cuestionable, sobre todo si es proyectada y realizada por un escenógrafo profesional egresado de la EAT. Y vaya que hay ejemplos excepcionales de egresados de esta licenciatura, como es el caso de la compañía Didàvalo que también presentó en este 2007, en el programa de Teatro escolar, un Hansel y Gretel muy ingenioso, creativo y de bastante calidad, y también realizó la escenografía de la obra De la oreja al corazón, obra que estuvo en cartelera a mediados de año en el Teatro Orientación del Centro Cultural del Bosque.

En tercer lugar, la cuestión técnica, que tiene que ver con el desaprovechamiento de la infraestructura del teatro, sobre todo con un inexistente diseño de iluminación y sonido, elementos que influyeron en diversos sentidos: un audio demasiado alto que dificulta escuchar lo que se dice en el escenario, y una iluminación irregular que deja en penumbras escenas que no corresponden a esa atmósfera, o el hecho de que iluminen por igual el día que la noche, o de plano la inexistencia de temporalidad, espacialidad y creación de atmósferas.

En cuarto lugar, fuera de las cuestiones de producción, que son importantes pero no determinan del todo una obra, está el concepto y la propuesta escénicos. Es problema radica cuando esta última no es más que una copia de tantas otras que a su vez han sido «fusiladas» de otras, de tal manera que se puede ver lo mismo en una fiesta infantil, en el show de un parque de diversiones, en una casa de cultura, en los circos ambulantes, en la televisión o en cualquier función dominguera de los tantos y tantos foros que viven de rentar los espacios a refritos de Disney o la película infantil en boga. Esto propicia que en vez de ver a un actor en el escenario, más bien se tiene a un animador experto en organizar juegos, contar cuentos o llenar el tiempo con cuanta ocurrencia tenga en el momento.

Si bien Hansel y Gretel, el musical, no llega a ese extremo (aunque un poco más y casi lo logra), sí hay elementos que a estas alturas parece increíble que sigan funcionando, como es el caso de subestimar al público infantil con recursos maniqueos como el manejo de que la vida es color de rosa para los niños buenos y desagradable para los niños malos; el tan socorrido “vivieron felices para siempre”, o que la mayor complicación radique en juegos de palabras ramplones basados en la rima fácil más que en el significado («Soy el duende Ende, porque me quitaron el du», diría un personaje). Recursos pobres a la vista del teatro infantil de agrupaciones como Marionetas de la esquina, por ejemplo, que han puesto sobre los escenarios montajes con temas como el divorcio o el maltrato infantil, lo cual no impide que sean divertidos, pero sin duda apelan a la inteligencia del pequeño espectador. Y si de humor o pura fantasía se trata, está el caso de Norvak, poderoso demente, montaje de la agrupación Nariz roja, dependiente de Risaterapia A.C., que sin grandes pretensiones y con poquísimos recursos logra una puesta en escena divertida y sumamente grata.

Al final quedan varias preguntas. La responsabilidad de que obras como Hansel y Gretel, el musical, estén en cartelera, de quién es: ¿de los productores que ofrecen montajes con ínfimos parámetros de calidad con miras a lo lucrativo (la calidad no tiene que estar peleada con lo redituable)? sobre lo artístico; ¿de la directora, que parece más versada en animación de fiestas infantiles que en propuestas escénicas, o que recurre a fórmulas probadas (mal copiadas dicho sea de paso) por temor a arriesgarse con propuestas propias (o será falta de creatividad)?; ¿de los actores, quienes se supone tienen el potencial y la preparación suficiente para hacer de una puesta en escena pobre un trabajo edificante a partir de la interpretación?; ¿del escenógrafo, a quien habría que preguntarle si realmente existe tanta diferencia a partir del presupuesto, y no para bien sino al contrario, con otras puestas en escena como, por ejemplo Ubu reciclado, también en cartelera y un claro ejemplo de que no es necesario el derroche de recursos para hacer las cosas bien, o el Hansel y Gretel de la Compañía Didàvalo?; ¿de los adaptadores, quienes a partir de refritos, fríen todavía más la idea de que un musical es la mejor opción para hacer teatro infantil a la usanza de la vieja escuela?

Eso por el lado de quien ofrece el producto, pero también está quien lo autoriza, lo programa y lo promueve con recursos públicos (todos los teatros del INBA, incluidos los del CNA, se sostienen de esa manera). La pregunta es: ¿con base en qué criterios se hizo la selección de esta obra? ¿No había otros trabajos de calidad a la espera del teatro? ¿Quién tomó la decisión de aceptarla? ¿Es imprescindible tener coproducciones con empresas como Televisa, o «una producción (Arlequino y Poquelino en el reino de Aquino) de la Compañía Nacional de Teatro del INBA en asociación con Puerta Skene» (así aparece en su página de internet: http://puertaskene.tripod.com/ y en http://www.teatro.com.mx/modules.php?op=modload&name=XForum&file=viewthread&fid=1&tid=1053&orderdate=) para que las puertas se abran? ¿A quién hay que conocer para acceder a estos espacios?

En fin, las preguntas se han hecho tantas veces que resultaría ocioso repetirlas. Lo que sí resulta patético es que obras como ésta ocupen los espacios como el Teatro Salvador Novo y sobre todo que se presenten como «teatro inteligente para niños», cuando hay otras puestas en escena de mucho mayor calidad (bastaría haberse dado una vuelta a la muestra de Teatro universitario, por ejemplo) que demás de lidiar con la falta de apoyo y el desinterés oficial, tiene que luchar contra el aparato burocrático de los grupúsculos que deciden no con base en la calidad, sino en el compadrazgo y las buenas conciencias.

(N. de la R. Gracias a la actriz mexicana Rosalinda Guerrero por recomendarnos este artículo)

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