Rancho Las Voces: Textos / Óscar Wong: Resquicios del amor que destruye lo que toca (en torno al poemario de José Luis Domínguez)
(6) El retorno de Francis Ford Coppola

martes, julio 15, 2008

Textos / Óscar Wong: Resquicios del amor que destruye lo que toca (en torno al poemario de José Luis Domínguez)

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Portada del poemario. (Foto: Archivo)

C rónica de la pasión, de la crudelísima existencia, El amor destruye lo que inventa…, de José Luis Domínguez, Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen 2007 (1) , permite múltiples lecturas: desde la perspectiva formal, es un libro que pretende experimentar con el ritmo y la expresión y donde la voz interior busca expresarse a través del verso corrido y de la disposición peculiar de los estiquios; también puede considerarse como un perturbador diario lírico donde los sueños e ideales se enfrentan a la existencia, al ámbito terreno. O, en última instancia, asume la condición de memorial, donde el testimonio se trastoca: de remordimiento a puñal agudísimo clavándose en la memoria

Cuatro instancias conforman el volumen y en todas, la atmósfera se vuelve densa, peculiar, devastadora. Figuras retóricas –paronomasias, hipálages, quiasmos, etc.– figuras de dicción, con diversas referencias cultas, consiguen generar versos contundentes que alcanzan la estatura vigorosa de sentencias.


El autor atiende a la armonía total de cada estrofa, generando –a partir de la exploración y estructuración fónica– un universo semántico particular. En la primera parte, la observación de la realidad se vuelve imperativa. El amor pasión no es asumido como lo concibieron los trovadores provenzales del siglo XII (2) ni como manifestación cristalizadora, como reflexionaba Stendhal (3) , puesto que no subsiste el deseo de aumentar las perfecciones del ser amado; elegir, y aprender a elegir, según Francesco Alberoni (4), es una condición del enamoramiento y, además, tiende a la fusión.

Pero el amor que canta el autor del libro que nos ocupa es determinante. Puesto que el pensamiento adulador asume su condición de licor amargo, intensa pulsación de una luminosidad que se extingue simplemente. A lo largo del poemario se observa una visión del mundo interesante, contrastante.

Aspectos teológicos también son observados: Dios y el pecado, la sexualidad y la culpa. En cierta forma, la cultura occidental vive al amparo de la tradición judeocristiana, llena de inhibiciones y de infinidad de resabios. José Luis Domínguez precisa, disidente: «La lujuria es sólo un latigazo sobre la desnuda carne, el retorno de la culpa, el avestruz que esconde, metafísico, la cabeza» (p.53). Acaso a los ojos del lector miope, descuidado, asuma la condición de misoginia; sin embargo, no hay tal manifestación. La Hembra, Musa o Creadora, se vuelve mítica. Gorgona o Lamia, medusa o mujer de arena, la figura femenina se erige inconmensurable, arquetípica: terrible o luminosa, devastadoramente tierna (5). Los siguientes versos explican, y ejemplifican por sí solos, lo que señalo:


«El amor es un demonio, comienza en una simple flor y termina en el mayor hastío» (p. 25)

«El amor es un cadáver a futuro que camina y que todavía huele bien» (Ibíd.)

Pero además puede ser «un fino clavo de mujer atravesando la palma de una mano» (p.27).
Sobre la pasión carnal, el autor revela:

«El sexo es una flor nocturna, una flor artificial. Nada hay allí de todo aquello que se busca, solo humo y fantasmas» (pp. 27-28)

Y la contraparte:

«La muerte es un dios, un verdugo ciego con nombre de mujer» (p. 56).

O bien:

«El amor es un instante de luna llena sobre la marea de la sangre; es la mujer en su iracunda noche» (p. 63).

Sabiduría, sí, pero también desencanto. La experiencia existencial se refleja en más de una ocasión. Acaso, atrás de estos versículos, Arthur Schopenhauer asoma con sus reflexiones (6): en el amor prevalece el instinto, puesto que no se contenta con un sentimiento recíproco, exige la posesión misma, el goce físico. El autor norteño se interroga y se responde:

«¿Qué es el amor?
Un horroroso archipiélago de errores»
(p. 75)

José Luis Domínguez juega, ironiza y desacraliza a Lope de Vega, a Quevedo, a Góngora. Alusiones también a los poetas de vanguardia: «dadaístas», etc. Hay, de hecho, un largo repertorio de versos plenos de sapiencia. Metáforas y metonimias, proverbios y sentencias casi aforismos, van enhebrando una cauda enorme de conocimiento, de observación de la realidad circundante y afectiva, lo cual vuelve valioso al poemario.

La segunda parte, «Las cuitas de Renato Oedipus», alcanza el nivel de quejas y reflexiones. Es, de hecho, un diario lírico donde los ideales infantiles se enfrentan a la condición social. Soledad y abandono frente a la sociedad «civilizada», ante un dios sordo e inclemente a la oración, como un padre desminuido que se evoca con rencor, con resentimiento. De esta manera, la memoria se vuelve diente feroz que roe cuerpos. Vestigios de Edipo, ciertamente, de ahí el título de esta instancia. Y la afirmación, contundente de que nadie siente envidia de un fantasma, porque después de todo el corazón en sosiego del padre, permanece ciego para siempre. La figura paterna no es el héroe moral que canta Jaime Sabines (Cfr. «Algo sobre la muerte del mayor Sabines»), sino «agudísimo puñal clavándose en la memoria» (p. 109). La expresión versicular es la misma que en la primera parte: versos corridos –lo que la mayoría de los autores determina como poema en prosa, generado una atmósfera singular. Después de todo, como reflexionaba Eduardo Nicol, la emoción genera al ritmo. Y éste, desde mi particular perspectiva, se vuelve un código sonoro, un núcleo respiratorio, una forma de manifestar el sentimiento, por eso hay versos contemplativos y estrofas exaltadas.

«De la verdadera historia de Robinson Crusoe» refiere a la soledad en sus diferentes aspectos. Diversos referentes gestan imágenes visuales con un orden emotivo preciso: como «hierba cruel» o como «mujer hambrienta eternamente joven», pretende trastocar al ser humano; aunque finalmente «sólo le interesa poner al hombre contra la pared, en oír el crujido de sus huesos y luego en dejarlo solo, volverlo nada, nadie» (p. 122).

El tema del amor y del desamor se vuelve recurrente: «El desprecio es una tea ardiendo; el abandono es un pétalo de la embriaguez endureciéndose en el alba» (p. 119).

Cierra el volumen una serie de textos agrupados bajo el rubro de «Otros poemas», donde se advierte el remordimiento como un anacrónico laberinto y al olvido como un minotauro, un animal resbaladizo. Por su parte, el hastío –verde y monótono– alcanza su condición absurda de canto del sapo, «tan profundo como el estanque donde habita» (p. 127). Los dos últimos composiciones asumen la forma de verso original, como los surcos de una milpa. Es válido señalar que frente al vigor demostrado en las otras instancia, estos dos textos se vuelven endebles, prescindibles. En este sentido, desde mi óptica personal, el libro cierra en la página 129.

Independientemente de lo anterior, en el presente poemario se observa una aguda inteligencia crítica, una visión del mundo que integra aspectos cultos, míticos en ocasiones, y que acentúa el elemento arquetípico –la soledad como una expresión del laberinto, por citar un único ejemplo– con una intención totalizante, generadora de una atmósfera, una urdimbre provocadora, perturbadora a veces, como un ritual, una orgía estéticamente sonora y que se equilibra con el contenido.

Desde su ámbito formal, El amor destruye lo que inventa… asume su condición experimental: por su acentuación silábica no debe ser considerado como prosa; su sonoridad es evidente, debido a la articulación oral primaria, basada en esas unidades funcionales de sonido llamas fonemas.

«Leer» un texto significa transformarlo en sonidos, sílaba por sílaba, según Walter J. Ong (7). Por ende, desde la óptica sonora, el poemario de José Luis Domínguez, alcanza las características de ensalmo, cuyo ritmo, oculto en apariencia, concibe una poética integradora, un universo acústico primordial que remonta al lector del plano cotidiano, habitual, a una dimensión estética más dinámica, polisémica, refigurada.


José Luis Domínguez, El amor destruye lo que inventa…, Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen 2007, UAEM, Toluca, Edoméx., 2008,138 pp.


Óscar Wong (Tonalá, Chiapas, 1948) es de ascendencia sino mexicana. Poeta, narrador y ensayista. Imparte cursos y talleres de manera independiente. Radica en el DF: Pertenece al PEN Club-México. Su más reciente libro: Jaime Sabines, entre lo tierno y lo trágico (Edit. Praxis, Méx., 2007)

oscar_wong83@yahoo.com
http://www.geocities.com/poetaoscarwong/


Citas

(1) Efraín Bartolomé, Óscar Wong y Raúl Renán, integrantes del Jurado Calificador, signaron el dictamen para otorgar el triunfo a esta obra
(2) Cfr. Denis de Rougemont, El amor y Occidente, Edit. Kairós, Barcelona, 1984, 3ª. Edic., 433 pp.
(3) Del amor, Alianza Editorial, Madrid, 1968, 429 pp. (con un estudio de Ortega y Gasset)
(4) V. Enamoramiento y amor, Gedisa, Barcelona, 1984, 167 pp.
(5) Cfr. Robert Graves, La diosa blanca, Alianza Editorial, Barcelona, 1993, 701 pp.
(6) El amor y otras pasiones, Edit. Alba, Madrid, 1999, 124 pp.
(7) Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, FCE., Méx., 1987, p. 17


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