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Hayao Miyazaki posa en el museo Ghibli. (Foto:Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 25 de abril 2009. (RanchoNEWS).- El genio japonés de la animación defiende su visión artesanal del cine. El ganador del Oscar y del Oso de Oro de Berlín estrena su película Ponyo en el acantilado. Una nota de Andrés Sánchez Braun para El País:
Chihiro indica el camino que conduce a las dependencias del maestro. No es una adorable niña de dibujos animados, sino una de las empleadas del estudio Ghibli, la gran empresa de animación japonesa. Y tampoco -asegura- se trata de la cría homónima que en su momento inspiró al director para concebir El viaje de Chihiro hace más de ocho años. Sin embargo, uno acaba por imaginar que nos está conduciendo a la morada de Kamaji, la criatura encargada de las calderas en la casa de baños donde transcurre el filme. Así se autoparodió Hayao Miyazaki (Tokio, 1941) porque así se ve, como un atareado ser de seis brazos que lo controla todo desde las entrañas de Ghibli.
No es de extrañar. El laureado dibujante es, a sus 68 años, el único director que revisa y retoca todos los dibujos que su equipo de animadores realiza para sus películas. Todo esto pese a que sus ojos, enmarcados por unas gafas de pasta, padecen lo indecible desde hace más de una década.
Afueras de Tokio. A 200 metros del Museo Ghibli, en la tranquila zona residencial de Koganei, está el chalecito escandinavo que hace las veces de su oficina. En la entrada, el Citröen 2CV -también gris- que el director conduce desde hace 25 años. No es fácil acceder a la galaxia Miyazaki; el genio apenas concede entrevistas. En España se puede ver desde ayer su última película, Ponyo en el acantilado, un nuevo hito en la trayectoria del estudio y en la animación moderna, como ya lo fueron en su día La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro.
Mientras estudios como Pixar o DreamWorks sientan las bases de una era basada en lo digital y las sensaciones tridimensionales, Miyazaki ha retornado a las raíces de este oficio. Por eso Ghibli ha creado Ponyo usando las manos. La ha ilustrado y animado sin ayuda de la tecnología digital, y sus 185.000 dibujos (El viaje de Chihiro tiene 70.000 ilustraciones menos) componen una experiencia viva y exuberante. «El origen está en La dama de Shalott, un cuadro de John William Waterhouse», aclara Miyazaki mientras se enciende un cigarrillo con las brasas de la chimenea. «El fondo de esta pintura es de un detallismo tan abrumador que al contemplarlo sentí que nunca llegaríamos a ese nivel. Fue como topar contra una pared. Así que pensé: volvamos al principio. Olvidémonos del 3-D y elaboremos un dibujo más sencillo pero que se mueva muchísimo más». De esta manera ha apostado por reivindicar la animación tradicional, algo que alegró sobremanera a un equipo que hasta ahora se dejaba literalmente los dedos ilustrando un árbol o un simple riachuelo. Eso no quita para que Ponyo sea la obra de Ghibli más trabajosa hasta la fecha. «Les dije: Moved lo que queráis y olvidaos de limitar el número de dibujos por segundo».
Se le ve tranquilo y sonriente, sentado en el salón de esta oficina que él mismo diseñó y que recuerda a su película El castillo ambulante, a la Villa Kunterbunt de Pipi Calzaslargas y al propio Museo Ghibli, un recinto que también proyectó él mismo en 2001. En él pueden verse una gran colección de dioramas y zootropos tallados por su hijo Keisuke, frescos basados en sus títulos de más éxito, fotogramas y materiales de trabajo originales del estudio, cortos exclusivos o un enorme Gatobús de peluche como el de Mi vecino Totoro. Para visitarlo es indispensable acceder a www.ghibli-museum.jp/en y comprar la entrada por adelantado.
«Tras concluir El castillo ambulante, revisité las novelas de Natsume Soseki, que era un enamorado de la pintura prerrafaelista. De ahí mi interés por visitar la Tate Britain y admirar el trabajo de Waterhouse», aclara el realizador. En Ponyo, el espíritu renovador de Soseki, principal testigo literario del cambio que vivió el Japón Meiji a principios del siglo XX, se extiende también a la narración, donde Miyazaki fantasea con una revolución que transforme nuestra relación con la naturaleza, tema ya empleado en Nausicaa o La princesa Mononoke.
A diferencia de otros productos del estudio, Ponyo en el acantilado es una película infantil. «Ellos suelen ser nuestro público objetivo, aunque nuestra manera de trabajar hace que nos vean los adultos», cuenta el productor Toshio Suzuki, el otro demiurgo de Ghibli junto a Miyazaki y el también director Isao Takahata. A su lado, el Oscar y el Oso de Oro de Berlín ganados por El viaje de Chihiro reposan en un sencillo armario. Miyazaki, por su parte, asegura: «Estos niños sienten que no controlan su propia vida», afirma, «que su destino está en manos de una fuerza oculta». Lo dice alguien que desde hace tiempo está en contacto con niños pequeños; el edificio que hay junto a su oficina es una guardería para los hijos de los empleados de Ghibli. «Cuando salen al patio les doy caramelos y ellos me llaman abuelito», cuenta entre risas. «¿Mi próxima película? Aún no tengo nada y sé que tardaré varios años en estrenarla. Además, ahora quiero disfrutar de mis pasatiempos». ¿Cuáles? «El trabajo ha absorbido mi vida. Así que supongo que aparte de eso, me gusta el paseo de los domingos». La animación manda.
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