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El escritor catalán. (Foto: El Cultural)
C iudad Juárez, Chihuahua. 17 de abril 2009. (RanchoNEWS).- Blanca Berasátegui realiza una entrevista a Juan Marsé para EL Cultural:
Sabe que la cazadora amarilla le sienta mejor que el chaqué, pero Juan Marsé está dispuesto a bordar el papel protagonista en esta semana de celebraciones del premio Cervantes. Está agradecido, pero no quiere «dar la lata». El escritor leerá en Alcalá un discurso para la polémica sobre su «dualidad lingüística». Antes, y ya metido en prisas, nos deja en El Cultural perlas como sables sobre el cine español y la clase política. El eterno finalista sube al estrado. Ya era hora.
¿Qué cree que dirán el Pijoaparte o Jan Julivert, el próximo 23 de abril, en Alcalá, cuando le vean recibir el Cervantes? ¿Les prestará un chaqué, o la cazadora amarilla con la que recibió el Planeta?
Me dirán: sé breve y no des la lata. Es gente con sentido común. No todos mis personajes pueden presumir de sentido común, pero ellos sí, sobre todo, Jan Julivert Mon... La cazadora amarilla me sienta mejor que el chaqué
Demasiados años, sin comerlo ni beberlo, en el sillón de eterno finalista, ¿no?
Demasiados años son los que tengo yo. Ser finalista en el mejor premio de literatura en lengua española ya es un honor.
El escritor quiere mostrarse agradecido, eso lo primero, y asume con disciplina y amabilidad todas las peplas más o menos sociales que se le avecinan. «No sabes cómo se me ha comprimido el tiempo desde que me cayó encima el Cervantes». Pero cuando la conversación recala en determinados puertos, el cine o la política, por ejemplo, sale ese Marsé sincero y bronco que nos gusta, poco dado a las contemplaciones, nada fan de sí mismo, que entra a matar directamente.
En todas las entrevistas deja siempre claro que no se considera un intelectual, e incluso soporta mal que le traten como si lo fuera. ¿Por qué?
Porque no lo soy. Porque no me siento a gusto en la piel de un intelectual. Porque considero que el intelecto no le ha hecho ningún bien a la novela. Porque prefiero trabajar sobre emociones y sentimientos, y no sobre ideas y conceptos. Porque me fío más del instinto que de las ideas a la hora de contar una historia.
En su afán por no complacerse, se define también como un gandúl. ¿Cómo soporta un gandul este trajín que acarrea ser premio Cervantes?
Con un gran esfuerzo. Se suponen que los gandules tenemos que sacar fuerzas de donde no las tenemos. Aunque digamos que yo soy un gandúl con vocación de trabajador y éste al final suele imponerse.
El discurso que Marsé leerá el próximo 23 en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá será corto, naturalmente cervantino y bastante polémico. Comenzará con «tres o cuatro párrafos sobre mí», que es decir mucho, dada la poco afición que tiene el escritor a hablar de si mismo, y después se referirá a «mi doble vida, a mi dualidad lingüística», es decir, se detendrá Marsé en explicar qué hace un escritor catalán como él escribiendo en castellano y recibiendo el premio Cervantes, «el primer catalán que lo recibe, creo».
Hablaré de ello porque me atañe muy de cerca. Llevo años contestando a esas preguntas y creo que es el momento y el lugar para hacerlo. Diré, en primer lugar, que no acabo de ver el conflicto, no veo donde está el problema. La lengua es siempre enriquecimiento y aunque es cierto que se han cometido errores y excesos, gracias a la llamada inmersión lingüística se ha recuperado la lengua catalana, que había sido durante años maltratada. ¿Que ahora en las escuelas pueden haberse pasado un pelín? No lo dudo. Pero puedo asegurarle que el castellano goza de buena salud, tanto en la calle, como en los espectáculos, en la televisión y en los cines. El castellano, créame, no corre el menor peligro.
En la calle nunca ha habido problema. El problema lo han creado los políticos, que impiden que la gente hable y estudie en la lengua que quiera.
Cuando la clase política esgrime la lengua como si fuera una bandera, hay que salir corriendo. Es una señal de patriotismo que me asusta. Me acuerdo siempre de una escena de esa gran película de Hitchcock, Encadenados, cuando Ingrid Bergman le dice a Cary Grant: «No me interesa el patriotismo ni los patriotas. Llevan una bandera en una mano y con la otra van vaciando los bolsillos de la gente».
Soportará mal, imagino, esa general impostura política que nos rodea.
Políticos ineficientes y jerarquía católica belicosa. Sí, quién los soporta. La derecha de este país es impresentable, y la izquierda en el poder, timorata. Pero como dice Stephen Dedalus: Me estás hablando de política, de nacionalidad, de lengua, de religión. Éstas son las redes de las que yo he de procurar escapar. Así que ya he dicho bastante.
Dejó los estudios a los 13 años y comenzó a trabajar en un taller de joyería. ¿recuerda cuándo y por qué decidió que sería escritor?
Decidí ser escritor después de leer un relato de Hemingway, a los catorce años. Pero no lo vi claro hasta que escribí mi tercera novela, Últimas tardes con Teresa, a mi vuelta de París.
¿Qué tienen que ver en su obra infancia, memoria e imaginación?
Todo. No hay escritor sin memoria, pero tampoco sin imaginación. Y por supuesto no hay escritor sin infancia. Ha citado los tres pilares sobre los que se asienta toda obra de creación.
¿De qué siente nostalgia hoy Juan Marsé?
Del pianista que quería haber sido.
Aquel muchacho, esta sombra, es, de momento, el título de su próxima novela y, contra lo que ha aparecido por ahí, Marsé niega que se trate de un ajuste de cuentas con «los directores sin talento que adaptaron al cine algunas de mis novelas». No. Es mucho más que eso, asegura. «Hay, muy de pasada, sugerencias pero ni siquiera es un subtema que me merezca mucha atención. En cuanto a la novela, estoy demasiado ocupado escribiéndola para que pueda explicarla. Tendría que satisfacerme totalmente, y eso todavía no ocurre. Hablar de ella no la mejoraría, ya que la única manera de mejorarla es trabajar más. Como decía Faulkner, yo no soy un hombre de letras, soy un narrador. No me gusta hablar de la faena.
¿Qué películas últimas le han gustado especialmente?
Ahora voy poco al cine. La última del veterano Sidney Lumet, Antes que el diablo sepa que has muerto, y El mago de Oz (1934) de Fleming con la simpar Judy Garland.
Y del cine español de ahora, ¿qué me dice?
Que no lo frecuento desde hace mucho, que no he visto Los abrazos rotos, y poco más. Bastante mal está el pobre...
Tenemos nueva ministra de Cultura, ángeles González- Sinde, que viene del cine, de una parte muy significada del cine, y de una lucha sin cuartel contra la piratería. ¿Confía en que despejará el panorama?
A juzgar por los resultados que ha cosechado en el cine, no espero mucho de ella. El cine español necesita un buen bisturí. La piratería no es el mayor problema que tiene. El gran problema del cine español es la falta de talento.
Entre la cultura del espectáculo y la cultura subvencionada que nos rodean, ¿con cuál se queda?
No me quedo con ninguna de las dos. Hay quien opina que hoy en día el mundo del arte y la literatura se asemeja cada vez más al «pret-a-porter». El reto para un artista auténtico no es hacer méritos para entrar en ese mundo, sino ser capaz de resistirlo.
No se entiende bien cómo sigue cediendo al acoso de los productores y cineastas, si tan poco le gustan las versiones cinematográficas de sus novelas.
Uno no sabe que una película está fallida hasta que no se ha rodado, hasta que no la ve en una pantalla. Uno siempre espera el milagro, al ceder los derechos. La única vez que estuve seguro de que la version cinematográfica de una novela mía sería una buena película, quizá mejor incluso que la novela (El embrujo de Shanghai) fue cuando el proyecto de adaptación estaba en manos de Víctor Erice, un director que sólo tiene obras maestras en su haber. Escribió un guión extraordinario, pero el proyecto se frustró por culpa del productor, Andrés Vicente Gómez, que no confió en el talento de Erice, y de lo cual debería avergonzarse toda la vida. Por cierto, que uno de nuestros directores más dotados no haya podido rodar ningún largometraje desde que hizo El Sur, dice algo sobre el estado de postración y ceguera del cine español.
El dislate que ahora le preocupa a Juan Marsé es la película que estos días se rueda sobre la vida de su amigo el poeta Jaime Gil de Biedma. El título ya ilustra por dónde van los tiros: El cónsul de Sodoma, y a juicio del escritor es un disparate. Me cuenta Marsé que hace un par de años le llamó Agustín Villaronga, «persona sensata y culta» para comentarle la preocupación que le produjo el guión cinematográfico que le había pasado el productor Andrés Vicente Gómez sobre Gil de Biedma, basado en la biografía de Miguel Dalmau. Villaronga se lo envió a Marsé. «Era horrible», resume el escritor. «Le dije que si el proyecto seguía adelante que me avisara porque había escenas espantosas que creo debían evitarse». Marsé, que salía incluso como personaje de la película, no volvió a saber nada, así que dió por zanjado el proyecto.
Pero la película ya se está rodando, ¿no?
Sí, y al parecer el guión es prácticamente el mismo. El problema es que el personaje no tiene nada que ver con el verdadero Jaime Gil de Biedma. Han querido hacer una cosa morbosa, centrada casi exclusivamente en la homosexualidad del poeta, en su supuesta vida disipada y en su conflicto con la familia... y han creado un personaje que no es él. Porque a Jaime lo que más le interesaba en esta vida era la literatura y la poesía, y eso no estaba en el guión. Hay una conversación entre Jaime y su padre, don Luis, en Montjuic, que es para echarse a temblar. ¡Los guionistas han pretendido resumir un poema de Jaime en los diálogos entre padre e hijo! Salen personajes, entre ellos yo, completamente ajenos a la realidad, escenas inventadas, pero mal inventadas. Un desastre.
El escritor remata su decepción y su cabreo con dos preguntas: «sabiendo, como saben, que viven muchas personas que han tratado con el poeta ¿cómo no se han informado directamente con ellas? ¿Cómo diablos quieren hacer buen cine mediante estas chapuzas?»
Cervantes, Galdós, Quevedo, Baroja, Benet, Muñoz Molina, Pérez- Reverte, Borges,Vargas Llosa, ¿los podría poner en orden de preferencias?
De ningún modo. Del primero al último, o por mejor decir, del último al primero, todos me merecen el mismo respeto. Escoger la cabecera públicamente significa desdeñar la cola, y eso no me gusta. De todos modos, todos estaríamos de acuerdo en que Cervantes merece encabezar la lista.
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