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Charly García regresa al festival donde dio conciertos históricos y de los otros. (Foto: Télam)
C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de febrero 2010. (RanchoNEWS).- «Si no vas, ¿de qué vas a hablar durante todo el año?» Más allá de la exageración gacetillera de quienes lo promocionan, algo de reflejo del futuro inmediato tiene el festival Cosquín Rock, claramente el más federal del país. Y potenciado porque a partir de esta noche, cuando Skay le deje el escenario calentito a Emir Kusturica y su No Smoking Orchestra, el encuentro serrano estará cumpliendo diez años de existencia, desde que a un puñado de locos se le ocurrió coparle la parada –y el pueblo– al folklore. O quitarle el monopolio musical, en mejores palabras. Fue en 2001, por aquel entonces en la Plaza Próspero Molina, cuando un impulso rockero decidió que no sólo de bombo, poncho y guitarra vive el centro de la república. Y el devenir no sólo mantuvo, sino que amplificó el acierto de la idea. Por la Próspero primero, y más tarde por su definitivo asentamiento en el inmenso predio de 600 metros que une las sierras caleras con el lago San Roque, en la comuna que lleva ese nombre, han pasado los mejores exponentes del rock argentino. Los mejores, más esos plus extranjeros que suelen ponerle el condimento internacional. El Cosquín Rock cumple diez años y lo festejará en tres noches. En tres lunas de música y luz, entre hoy y el domingo. Una nota de Cristian Vitale para Página/12:
¿De qué vas a hablar durante todo el año, entonces? Tal vez, del escozor que corrió por el cuerpo colectivo cuando el temblor balcánico de Kusturica se apoderó de las montañas, en las apacibles tierras de la comuna. También de la potencia arrasadora de otra visita de peso, Die Totten Hosen, o la andanada de gritos y caos que Sepultura ha mostrado alguna vez en el mismo escenario cuando lo pisoteó años atrás. O, un escalón abajo, una incógnita paraguaya (Revolber), de otra mexicana (Zoe) o de unos colombianos cuya única similitud con sus tocayos argentinos –si no fuera por la “s” del medio– pasa por su nombre: Masacre. Esto entre los números internacionales que el bolsillo de la producción alcanzó a contratar. Ni poco ni mucho. Ahí.
Y de acá se hablará de lo que queda luego de la diáspora que se llevó a parte de las grandes bandas que sustanciaron al rock argentino entre finales del siglo XX y los albores del XXI. Ni Los Piojos ni Bersuit, por esa razón (aunque las huestes del Pelado Cordera sólo estuvieron en las primeras ediciones del festival). Ni La Renga ni Divididos, por otras razones. Ni Callejeros, que estaban programados pero se retiraron por los hechos de público conocimiento. Sí Las Pelotas, tal vez la banda con más presencia en la totalidad histórica del festival. Sí Almafuerte y su liderazgo pesado imposible de destronar. Sí A77aque, Carajo y Massacre. Sí David Lebon, Vox Dei y Charly García, entre los históricos. Sí Skay, en lo que se espera como uno de los shows más importantes del aniversario. Y sí la pata stone, una marca indeleble del festival: Gardelitos, Viejas Locas (que, dada la baja de Callejeros, tocará viernes y sábado), y los más auténticos –en la acepción más precisa del término, claro– e inoxidables, los Ratones Paranoicos.
El resto dará seguro para algún comentario, aunque más no sea de entrecasa. Para este año, acorde la línea under que inventó el folklore en mejores años, tendrán su posibilidad las bandas que han ganado el pre Cosquín en distintas provincias del país; más un plus: la misma idea, pero extendida a Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay, que confluirá en un breve muestrario del under sudamericano. Más de cien bandas en total, tres escenarios donde sonará rock en simultáneo, ese inmenso espacio más un largo trecho de ruta (la 55) con sus carpas al ras, sus campings, sus puestos de bebidas, comidas y chucherías rockeras. Y, a manera de plus bailable, las fiestas Bubamara –debutantes en Cosquín– como brazo divertido, por su impronta balcánica, de la banda de Kusturica.
Habrá que hablar, sí. Como se habló durante todos estos años. Como habló el gestor, ideólogo y realizador del evento, José Palazzo, con el periodista Víctor Pintos para un libro llamado Cosquín Rock, que compila nueve años de anécdotas, pequeñas historias, traiciones, escándalos y peleas. Allí hay recuentos cercanos a lo increíble, como cuando Pappo subió a tocar con una pistola 45 o como cuando Andrés Ciro se rompió la rodilla en el medio de un show de Los Piojos, o la vez que Fernando Ruiz Díaz se arrojó al público desde una torre de iluminación o la del policía que llevó a Charly de Córdoba a Carlos Paz ¡a contramano! por la autopista. Hechos sólo posibles en un festival como Cosquín Rock donde, más allá de la inercia folklórica de la zona, todo puede pasar. Por eso, de algo se va a hablar seguramente cuando la comuna, el lunes, recupere su sonido habitual, su biorritmo de pájaros, río y montaña.
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