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La directora sostiene bien fuerte sus premios y se los dedica a «los uniformados en el frente». (Foto: AFP)
C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de marzo 2010. (RanchoNEWS).- El primer Oscar ganado por una realizadora en la historia de los premios de la Academia fue para una película de las que antes solían llamarse «de hombres». Vivir al límite es una de guerra, enteramente protagonizada por hombres y filmada desde un punto de vista en absoluta sintonía con ese mundo. Hasta el punto de que, podría postularse, la testosterona es la verdadera protagonista de la película. Como suele serlo en las mejores películas de Kathryn Bigelow, reina en ejercicio de Hollywood, de acá hasta marzo de 2011. Altas dosis de testosterona se requieren para desactivar bombas en el frente, especialidad del héroe al que encarna Jeremy Renner, y altas dosis de testosterona se requieren para filmar las películas que filma Bigelow. Si no, échesele un vistazo a Testigo fatal (Blue Steel, 1989), K-19 (2002) y, sobre todo, Punto límite (Point Break, 1991), una película tan adrenalínica, que en ella hasta Keanu Reeves parece electrizado. Una nota de Horacio Bernades para Página/12:
Desde ya que no tiene nada de malo que Bigelow, o quien sea, filmen películas «de hombres», protagonizadas por hombres y hasta posiblemente consumidas sobre todo por hombres, si eso les viene en gana y es lo que mejor les sale: esa clase de elecciones debería ser parte de la libertad de género. Pero sí le pone un matiz al momento histórico que el 7 de marzo de 2010 parecería representar para Hollywood, institución a la que le llevó 82 años reconocer oficialmente que las mujeres directoras pueden ser tan buenas como los hombres directores. En ese período de casi un siglo, ésta es apenas la cuarta vez en que una mujer resulta una de los cinco nominados a Mejor Director: en 1976 fue Lina Wertmüller, por Pasqualino siete bellezas; en 1993, Jane Campion, por La lección de piano, y en 2003 Sofia Coppola (la primera estadounidense), por Perdidos en Tokio. Eso fue todo hasta ahora, en que a esa lista se sumó Ms. Bigelow. Cuatro nominadas y una ganadora en 82 años: ¿hay motivos para festejar?
Aun así es cierto que, como proclamó el domingo una Barbra Streisand con el sentido histórico bien puesto, «The Time Has Come». Llegó finalmente el tiempo que Ida Lupino, Jodie Foster, Nancy Savoca, Allison Anders, Sofia Coppola, Kimberly Peirce y otras no llegaron a conocer: el tiempo en que la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood reconozca a una directora mujer. Al menos una: habrá que ver si lo de Bigelow marca tendencia o es sólo una canita al aire. Los que deberán seguir esperando son los afroamericanos, porque por lo visto, a la hora de conceder derechos civiles, los miembros de la Academia tienden a seguir el orden que la historia de su país les indica: primero las mujeres, después los negros, ¿más tarde los latinos?
Teniendo en cuenta que el choque que se vivió el domingo fue entre la película que más dinero hizo en la historia del cine (difícilmente Avatar haya vendido más entradas que Lo que el viento se llevó, La novicia rebelde y hasta la propia Titanic, pero gracias al aumento en el precio de los tickets es la que más sumó) y la ganadora de Oscar que menos recaudó (en Estados Unidos, Vivir al límite totalizó 15 millones, contra un costo de 20), otro quiebre histórico se registró el domingo pasado en el Kodak Theatre. Como nunca antes, la Academia diferenció este año entre recaudación y calidad. Loable paso adelante, al que sería bueno prestarle atención. Y no sólo en Estados Unidos: aquí mismo, en sus batallas ideológicas, ciertos analistas siguen confundiendo el valor de una película con su éxito o fracaso comercial.
¿Representó la 82ª entrega del Oscar un triunfo del cine indie por sobre las superproducciones hollywoodenses a escala mega? Con su costo de 500 millones de dólares, su hipertecnología de punta y el deseo manifiesto de hacer visibles ambas cosas en cada uno de sus miles de planos, si algo hereda del cine clásico el James Cameron de Avatar (continuación lógica del James Cameron de Titanic, ruptura definitiva con el de las Terminator, Aliens o Mentiras verdaderas) es su costado más gigantista, la idea implícita y kitsch de que cuanto más grande y más lujoso mejor. Por más que empiece con una serie de citas literales de Apocalypse Now!, lo que Avatar aggiorna a los tiempos del 3-D digital son las superproducciones históricas de los años ’50 y ’60, las películas de Cecil B. De Mille y Cleopatra, Ben-Hur y los documentales turísticos en Cinerama. Del mismo modo, basta revisar los nombres de las compañías productoras para verificar el carácter independiente de Vivir al límite. A Bigelow le costó sangre, sudor y lágrimas reunir las más diversas fuentes de financiación, después de que la industria le bajó la persiana, debido a la serie de ostentosos fracasos comerciales que sumó entre Días extraños (1995), El peso del agua (2000, inédita aquí) y K-19 (2002).
Si a los seis Oscar recibidos por The Hurt Locker se le suma el par de estatuillas otorgadas a Preciosa, está claro que el cine indie salió ganando de esta entrega. Pero sería un error identificar automáticamente indie con progre o alternativo. Ya había señalado Luciano Monteagudo, en la crítica de estreno de Vivir al límite, publicada en su momento en Página/12, que la película de Bigelow no sólo no cuestiona la ratio bélica estadounidense, sino que pone al espectador del lado de los soldados yanquis en Irak. Por si quedaba alguna duda, allí está la doble dedicatoria que Ms. Bigelow voceó el domingo, tras recibir los Oscar a Mejor Directora y Mejor Película. Primero lo hizo «a los militares apostados en Irán y Afganistán, que combaten por nosotros» (sic) y enseguida, «al resto de los uniformados en el frente», incluyendo en esa categoría bomberos, paramédicos et al. La fascinación de Bigelow por los uniformes no es nueva: veinte años atrás, los planos detalle de Testigo fatal recorrían con delectación el acero azul del título original, referido a la pistola reglamentaria, camisa, gorra y pantalón de la protagonista, agente de la policía de Los Angeles.
¿Le quita esa erótica militarista valores cinematográficos a Vivir al límite, o a cualquiera de las películas previas de la nueva «reina del mundo»? Está claro que no: si así fuera habría que empezar por tirar al tacho las obras completas de John Ford, y con ello la historia entera del cine se iría al demonio. Pero no por ello debe pecarse de ingenuo y mirar para otro lado. En verdad, mil veces más progre que Vivir al límite es Avatar, una de las películas más antiimperialistas que haya producido el cine estadounidense (aunque Cameron es canadiense) en toda su historia. ¿La hace mejor su tecnobondad ecologista de nativos ingenuos, yanquis malos y marines pacifistas? Por supuesto que no. Se puede aventurar que Vivir al límite es mil veces mejor. Con lo cual habrá que reconocer que los académicos no la pifiaron este año. Y eso sí que es para preocuparse.
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