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Chema Madoz, en su estudio de Galapagar. (Foto: Santi Burgos)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 4 de mayo 2010. (RanchoNEWS).- Más que fotógrafo podría calificársele de poeta visual, porque desde que encontró la forma de crear metáforas combinando objetos no se ha apartado de su estilo creativo. Chema Madoz (Madrid, 1958) no hace retratos, ni reportajes, ni practica otros géneros fotográficos. Lleva más de dos décadas realizando imágenes en blanco y negro de ensamblajes de objetos dispares en composiciones sorprendentes, poéticas, irónicas y, por qué no decirlo, hermosas. Su estudio en Galapagar es luminoso y de techo alto a dos aguas. Un espacio blanco, ordenado, limpio como las ideas de sus fotografías. Porque las añejas telarañas que deja desarrollarse en las ventanas no son más que respeto hacia la persistente, simple y también asombrosa labor del insecto. «No soy un manitas, pero tengo mucha paciencia», dice de sí mismo. Y lo mejor del lugar es poder ver que muchos de esos objetos imposibles que fotografía están ahí. El reloj de arena, la boleadora de billar, la vela con llama de pluma, el cactus de alambre de espino, aquí, son esculturas. «No las expongo ni vendo por no duplicar, no le veo sentido», explica. «Tengo una deuda con la poesía y la escultura. El que yo entrara en contacto con el mundo de la imagen fue la casualidad de haber empezado con la fotografía», afirma. En aquella época sus referentes eran figuras como Kertész o Duane Michaels, «por su forma de narrar, por sus ideas sobre la percepción». Una nota de Fietta Jarque para el suplemento Babelia de El País:
Hay pequeños objetos por todos lados, en estanterías, mesas. Proceden de mercadillos, del Rastro, pero básicamente de cualquier lugar. «Cuando comencé a trabajar con objetos en los años noventa fue para mí un desafío. Y sigue habiendo algo que no controlo, cierto misterio. Nunca sé cuál será la próxima pieza. No es algo mecánico. Si no dejaría de hacerlo». Madoz, que tiene ahora una exposición en la galería Moriarty, de Madrid, dice que tener un estilo reconocible no le preocupa. «Lo que hay son unas constantes que se mantienen, pero lo que cuenta es que cada imagen es distinta. Morandi se pasó años pintando variaciones sobre una docena de botellas...»
Sola y en posición, aunque algo cabizbaja, su vieja Haselblatt espera en su trípode. Una cámara construida el mismo año que Madoz nació, que compró de segunda mano y sigue usando. No se ha pasado al digital. Dice no necesitar la tecnología para hacer sus montajes. «En mis trabajos el engaño está a la vista, lo puedes reconocer. Son objetos que ocupan su lugar dentro de la realidad. Me interesa el juego con el espectador para que sea cada uno el que haga sus propias interpretaciones de lo que ve».
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