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Albert Brooks y Ryan Gosling, un duelo sin palabras. (Foto: Página/12)
Ciudad Juárez, Chihuahua, 1 de marzo 2012. (RanchoNEWS).- El danés Winding Refn hace rato que viene pisando fuerte en el campo del «neo-noir», pero Drive es sin dudas su película más lograda, aquella en la que ha conseguido depurar las formas hasta alcanzar una suerte de verdad abstracta. Una nota de Luciano Monteagudo para Página/12:
Las condiciones son claras: «Hay cien mil calles en esta ciudad. Ustedes no necesitan conocer la ruta. Me dan una hora y un lugar, yo les doy una ventana de cinco minutos. En esos cinco minutos, pase lo que pase, yo soy suyo. Pero un minuto más, y ya no cuenten conmigo, están solos». Quien habla es –como el personaje de Clint Eastwood en la trilogía de Sergio Leone– un solitario, un hombre sin nombre. Algunos le dicen «Kid», por su rostro aniñado. Pero maneja como un diablo: es capaz de eludir a toda la policía de Los Ángeles en un puñado de manzanas. A su manera, es un profesional, aunque lo suyo no son las armas, sino el volante. Y para un robo, no sólo hay que hacerse con la plata; también hay que saber escapar para disfrutarla.
El danés Nicolas Winding Refn hace rato que viene pisando fuerte en el campo del «neo-noir», pero Drive –que le valió el premio al mejor director en el último Festival de Cannes– es sin dudas su película más lograda, aquella en la que ha conseguido depurar las formas hasta alcanzar una suerte de verdad abstracta. Todo en Drive apunta al triunfo del estilo por sobre el contenido pero, como afirma el propio Winding Refn, lo hizo a fuerza de filtrar, de destilar, de sintetizar. Su protagonista casi no habla, las situaciones dramáticas son básicas –un robo, una fuga, un romance, una venganza–, los personajes se pueden definir mejor como arquetipos, pero todo ese despojamiento, ese laconismo esencial parece dialogar de manera muy locuaz con todo un costado, bastante marginal por cierto, de la historia del cine: con los héroes violentos y silenciosos de Leone, con la ética de los samurais de Jean-Pierre Melville, pero también con las melancólicas luces de neón que brillaban en Desafío, de Walter Hill, y en Vivir y morir en Los Angeles, de William Friedkin.
En este sentido, puede llegar a resultar irritante la cámara lenta y la música electropop con que Winding Refn resuelve algunas escenas, particularmente las del romance casi tácito, trabajado apenas con miradas, entre el héroe (Ryan Gosling) y esa camarera desamparada (Carey Mulligan), que de pronto llama su atención. Pero, por un lado, el director da la impresión de querer embeber su película en la estética trash de los años ochenta, mientras que por otro se dedica a contar, como él mismo reconoce, una suerte de romántico cuento de hadas, donde el caballero andante ha reemplazado su montura por un auto preparado y su amada ya no lleva toca sino el triste uniforme de una hamburguesería.
Ese ángulo deliberadamente kitsch de la película se compensa muy bien con las tonalidades noir, que son las predominantes. Y aquí está el gran triunfo de Winding Refn, en la manera en que sabe sacar el mejor provecho de situaciones clásicas, de modo que sean capaces de remitir a toda una tradición del género y, al mismo tiempo, revisándolas hasta imprimirles su sello personal. Es notable la precisión de su puesta en escena, el tempo con el que orquesta los momentos de acción, evitando el torpe, trillado montaje histérico al uso. Por el contrario, Winding Refn privilegia la pausa, sostiene un plano en el tiempo, dilata los materiales. Hasta que de pronto estallan. Se diría, en términos automovilísticos, que sabe que no se trata solamente de pisar el acelerador, sino de trabajar las velocidades. O en términos jazzísticos, que se maneja como Miles Davis: conoce el valor del silencio, al punto de que cuando aparece el sonido siempre sorprende.
Hay un plus en Drive y es su elenco de secundarios. El hieratismo de Ryan Gosling en el papel protagónico puede ser funcional al film, aunque quizá no tenga la presencia en cámara que su personaje exige. Pero cómo no disfrutar de ese par de mafiosos que componen Albert Brooks y Ron Perlman, a cual más siniestro y temible. Ellos tienen los mejores diálogos y les sacan filo como a una navaja. O del tembloroso jefe del protagonista, a cargo de Bryan Cranston, un mecánico que alguna vez quiere salir de pobre, aunque lo más probable es que salga con los pies para adelante. Hasta un personaje insignificante, el de uno de esos docs que extraen balas en el fondo de un garaje, está a cargo de una leyenda menor como Russ Tamblin, en lo que parece un guiño a David Lynch, para quien interpretó al Dr. Jacoby de Twin Peaks. Nada parece librado al azar en Drive, como si cada uno de sus planos fuera indispensable.
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