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El escritor colombiano. (Foto: Excélsior)
C iudad Juárez, Chihuahua. 6 de agosto de 2015. (RanchoNEWS).- La erupción del monte volcánico Tambora, en Indonesia, arrojó al cielo 180 kilómetros cúbicos de azufre, ceniza y cristales en polvo que oscurecieron a tal grado todo el hemisferio norte, que provocaron, en el verano de 1816, una noche que duró tres días, escribe Virginia Bautista para Excélsior desde la Ciudad de México.
Esta erupción, quizá la más grande de los últimos mil años, generó centenares de muertes, humanas y animales, además de hambre, frío, olas arrasadoras, lluvias de ceniza y pestes.
Justo en esa larga noche se reunieron en Villa Diodati, una mansión a orillas del lago Lemán, en Ginebra, el escritor Lord Byron y su médico John William Polidori, el joven poeta Percy Bysshe Shelley y su novia Mary Wollstonecraft (futura Mary Shelley), entre otros. Ahí nacieron para la literatura, inspirados por la atmósfera enrarecida, dos personajes eternos: Frankenstein y los vampiros.
Esta historia, «que ha sido contada de diversas maneras, pero que aún encierra misterios, porque está viva», obsesionó al escritor colombiano William Ospina (1954) durante cuatro años hasta nutrir su nueva novela, El año del verano que nunca llegó (Penguin Random House), que hoy presenta en México.
El poeta, narrador y ensayista afirma que este libro híbrido, que combina la novela, con la crónica y la biografía, es una reflexión sobre el poder de la noche en la creación.
«Todo se puede crear en una noche que dura tres días, porque la noche siempre ha sido el principal surtidor de relatos de la humanidad. No en vano el libro más fantástico que se conoce se llama Las mil y una noches.«
Existe la leyenda de que hay pueblos donde no se pueden narrar cuentos de día, el día es para trabajar, para las cosas prácticas, y la noche es para soñar. Una de las maneras del sueño es la imaginación, la fantasía, la literatura, la poesía. De manera que la literatura y la noche siempre han dialogado muy bien», agrega en entrevista.
Para el Premio Rómulo Gallegos 2008, por El país de la canela, del vientre de cualquier noche pueden salir historias espléndidas. «Pero cuando la noche se triplica de esa manera amenazante, pues la idea de tres días de oscuridad siempre estuvo asociada con el fin del mundo, hay una carga mayor. Creo que lo que ocurrió esa noche es el modo como esos jóvenes escritores liberaron en el lenguaje la opresión del miedo que producía la alteración de la atmósfera».
El egresado de la Universidad Santiago de Cali explica que esta novela evoca el papel determinante que tiene la naturaleza, que casi siempre se olvida. «Se ve a la naturaleza sólo como objeto de inspiración, pero es más interesante mirar cómo los seres humanos reaccionamos a los fenómenos naturales como las bandadas de pájaros o murciélagos. Es decir, condiciona mucho más nuestra conducta de lo que se piensa.«
A veces vivimos demasiado envanecidos de la cultura y creemos que ésta ha logrado independizarse de la naturaleza y resulta que fenómenos como el cambio climático nos demuestran más cuán en manos de la naturaleza estamos y cuán decisivo es lo que ocurra con ella para nuestra vida y nuestra imaginación», añade.
Tras más de una década de ausencia en México, Ospina celebra que esa noche larga de junio de 1816 se hayan unido la naturaleza y la fantasía para crear a dos personajes que aún influyen en la literatura y la vida modernas.
«Han seguido dos caminos distintos. Uno es que esas historias de terror se convirtieron en estampas pintorescas, en libros para niños, novelas gráficas, en películas, todos ven al vampiro bajo el traje de hule de Batman.«
Y otro, más oculto, en el que los monstruos no sólo son imágenes góticas, sino preguntas angustiantes de la época. La pregunta por la vida y la inteligencia artificial. En Frankenstein, de Mary Shelley, por ejemplo, están tanto la idea del ser creado por medios no naturales, en laboratorio, como la máquina misma que estaba naciendo como pesadilla».
El autor de los poemarios Hilo de arena, La luna del dragón y El país del viento dice que vivió este libro como «una aventura maravillosa», pues tenía una buena historia pero no sabía cómo contarla.
«Sabía que no me iban a servir los recursos habituales de la literatura. Necesitaba otro lenguaje, mirar las cosas en un mosaico más amplio. Me tocó inventar un lenguaje, improvisarlo, dejarme llevar por la historia y aprender de ella. Lo disfruté como ningún otro libro», señala.
Con esta propuesta literaria, el también traductor y periodista aprendió a decir «yo», asegura. «Uno de mis primeros esfuerzos cuando escribo es ver dónde esconderme, detrás de qué piedra, máscara o personaje. Pero esta historia no me ofreció un refugio de ese género, no encontré dónde esconderme y entonces me tocó aparecer, soy el fantasma que invoca la historia. Aprendí a decir yo nací en tal parte, estos son mis amigos y costumbres. Fue poner a prueba los frutos de muchas lecturas y nociones nuevas sobre lo que puede ser el autor y la literatura», indica.
Respecto a los escritores-personajes, a los que tuvo que acercarse más, dice que fue viviendo una especie de metamorfosis de la admiración. Y destaca a la joven Clara Clairmont, la enamorada de Byron que propició el encuentro.
«Ella encarna al ser común, sin biografía, parece no estar en la historia, no dejó obra, pero lo propició todo. La pregunta que ella formula es tal vez la más honda de la literatura contemporánea: qué papel tienen en el mundo los que parecen no tener historia y qué tanto, en los personajes sin historia, está la clave de la Historia».
Convalecencia literaria
William Ospina vive «una especie de convalecencia» de la obsesión que le causó El año del verano que nunca llegó, pero dice que, terminada esta novela, ahora espera a ver cuál de las historias que tiene «en cocción» se apodera de él.
«En la literatura hay algo de hechicería. El escritor, más que brujo, tiene que dejarse embrujar por las historias, seducir, embriagar. Tiene que ser dócil a las voces que le dictan esas historias. Por eso me siento a esperar cuál tema me llama, qué personajes necesitan un medium que los interprete», comenta.
Adelanta que hay una novela que hace años quiere hacer: sobre los asombros de Humboldt por América. «En ella, México juega un papel fundamental, porque más de uno de los cuatro años que dedicó a América estuvo aquí. Él, que tuvo un papel tan importante en la geografía moderna, que hizo un viaje como geólogo, botánico, vulcanólogo, astrónomo, en México tuvo una particular importancia la mirada que arrojó sobre el mundo americano, las culturas, la antropología y la arqueología».
También está en espera un relato sobre la vida de sus «mayores en las montañas de Colombia, llena de desafíos personales». Y anuncia la publicación en 2016 de sus Obras Reunidas, en Penguin Random House.
La poesía no entra en sus planes. «Los poemas se han ido volviendo una especie de retiro, un oficio donde no tienes deberes, cámara secreta donde uno se retira a hacer experimentos a su antojo, a dejar que hable una voz sin rostro, nombre ni rumbo. Cada vez disfruto más escribir poemas que no me desvela publicar», confiesa.
¿Dónde y cuándo?
El año del verano que nunca llegó se presenta hoy, 19:00 horas; Librería Gandhi (M. Á. de Quevedo 121, Chimalistac), con Verónica Meza y Jorge Alberto Gudiño.
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