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El escritor recién fallecido. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 16 de agosto de 2015. (RanchoNEWS).- La muerte del escritor interrumpe el curso de una obra que aún podría haber proporcionado claves esclarecedoras para interpretar el pasado y el presente de nuestro país. «Que mis libros hablen por mí», decía. Rafael Narbona repasa en este artículo para El Cultural lo mejor de su obra.
La inesperada muerte del escritor y crítico literario Rafael Chirbes interrumpe el curso de una obra que aún podría haber proporcionado claves esclarecedoras para interpretar el pasado y el presente de nuestro país. Nacido en Valencia en 1949, se licenció en Historia en Madrid y, durante unos años, llevó una existencia itinerante, que incluyó estancias en Marruecos, París, Barcelona, La Coruña y Extremadura. En 2000, regresa a su tierra natal. Inicialmente, su escritura se vuelca en la crítica literaria, la nota periodística, el apunte gastronómico y los relatos de viajes. Su primera novela, Mimoun, queda finalista del Premio Herralde en 1988. En 1996, La larga marcha obtiene el reconocimiento de la crítica alemana con el prestigioso Premio SWR-Bestenliste. Es la primera entrega de una trilogía que asume el ambicioso proyecto de narrar los años de la posguerra española hasta la Transición.
Los otros dos títulos, La caída de Madrid (2000) y Los viejos amigos (2003), completan una crónica que elude los lugares comunes y las visiones de conjunto que simplifican los hechos. Crematorio (2007) y En la orilla (2013) prolongan el relato, abordando la especulación inmobiliaria y la crisis que desmonta una burbuja de falsa prosperidad, reavivando las querellas de una sociedad donde aún se aprecian las huellas de la guerra civil. El profundo calado de ambas novelas será reconocido con el Premio Nacional de la Crítica en 2007 y 2014. La adaptación televisiva de Crematorio como una miniserie de ocho capítulos contribuirá a difundir la obra del escritor, mostrando que es posible transfundir el género narrativo al formato audiovisual sin perder la inspiración del texto original.
En un tiempo donde los novelistas desertan del presente, refugiándose en lo atemporal o en otras épocas y culturas, Chirbes escogió seguir la estela de Pérez Galdós, el primer Baroja, el Sánchez Ferlosio de El Jarama (1955) o la prodigiosa e innovadora Tiempo de silencio (1961) de Luis Martín Santos. Chirbes combinó diferentes registros para imprimir a su estilo ese timbre personal que caracteriza al verdadero autor. Sus novelas mezclan la narración omnisciente, el monólogo, la introspección, el relato alusivo, indirecto, el punto de vista múltiple y, en los últimos libros, la desintegración de la trama como un reflejo de la decadencia de una sociedad cada vez más iracunda, apática o desmoralizada. La especulación inmobiliaria es el tema central de Crematorio, pero no se trata de una concesión a la actualidad, sino de un gesto de coherencia con un pasado reacio a desaparecer. El franquismo y la democracia chapotean en la misma cloaca de corrupción. Aunque el punto de partida es el idealismo -equivocado o no-, el poder y el dinero tejen una malla que estrangula las aspiraciones más nobles.
Ambientada en Misent, un pueblo de la costa valenciana, Crematorio relata la trayectoria de Rubén Bertomeu, un arquitecto de 72 años que soñó con realizar conjuntos urbanísticos capaces de sintetizar la belleza, el sentido práctico y el anhelo de vivir en un espacio concebido a la medida del ser humano. Al igual que el resto de los personajes -un revolucionario desengañado, un poeta alcohólico, una joven rebelde-, convive con una impostura interior minuciosamente desmentida por sus actos. La aguda penetración psicológica de Chirbes evita la perspectiva esquemática, que reduce los personajes a simples estereotipos. La podredumbre moral no logra desprenderse de una lucidez que se silencia con cinismo. Una prosa de lirismo contenido y notable precisión simultanea lo íntimo y lo colectivo, la intrahistoria y lo épico. La especulación inmobiliaria es objetivamente perversa, pero la aglomeración de seres humanos a veces produce una fascinante galería de tipos. Desde Baudelaire, la poesía florece en los grandes espacios urbanos, no en idílicos paisajes naturales donde el hombre ya no echa raíces.
En la orilla transcurre en Olba, un pueblecito cercano a Benidorm. Corre el año 2010 y la crisis no cesa de causar calamidades. La aparición de un cadáver en un pantano se perfila como el símbolo de la descomposición social, moral y económica que afecta a todos los estratos de la convivencia. Esta vez el protagonismo recae en Esteban, un ebanista de 70 años con una carpintería incapaz de afrontar el descenso de la actividad económica. El negocio se hace inviable y Esteban envía al paro a sus trabajadores. No es una decisión fácil, pues la ruina resulta tan abrumadora como la responsabilidad de privar de sustento a varias familias. Esteban no es un hombre insensible, sino una persona que cuida a un padre en fase terminal. Chirbes combina la primera y la tercera persona, el monólogo y el estilo libre indirecto para hilvanar las escenas de un relato coral donde se encadenan las reflexiones pesimistas: «la historia es pura carnicería», «como los cuerpos, las ilusiones mueren y apestan», «soy un esclavo en busca de amo». Esteban es un hombre común, insustancial, que sólo desea vivir. No siente especial aprecio por su padre, pero acepta sus obligaciones filiales. No ha tenido suerte con el amor. No entiende de política. Sólo advierte que grandes poderes económicos ejercen una coacción creciente sobre los individuos. En cierta medida, el siglo XXI avanza como un mal sueño. Se ha dicho que En la orilla es un paisaje de escombros con tintes expresionistas. Algunos opinan que Crematorio es el último eslabón de una tetralogía y En la orilla la coda final, algo así como El tiempo recobrado, pero sin el alivio de la reelaboración estética.
En una entrevista, Rafael Chirbes declaró: «Detrás de la falsa modernidad que hemos vivido, hay un pozo y hay un pantano que siguen estando ahí, cada vez más podridos». Más adelante añade: «Que mis libros hablen por mí». Chirbes nos deja prematuramente, con la frustración de perder a uno de los cronistas más lúcidos e íntegros de un mundo lleno de incertidumbres. Sin embargo, queda su obra, imprescindible para conocer un tiempo que recuerda las telas de Brueghel el Viejo, con la Muerte disipando cualquier ilusión de prosperidad o progreso moral.
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