Rancho Las Voces: Cine / García Márquez entrevista a Akira Kurosawa
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sábado, agosto 22, 2015

Cine / García Márquez entrevista a Akira Kurosawa

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Akira Korosawa junto a su cámara en el rodaje de Rapsodia en agosto. (Foto: AP) C iudad Juárez, Chihuahua. 21 de agosto de 2015. (RanchoNEWS).- Reproducimos la entrevista además de ser un documento interesante por los 70 años del bombardeo a Hirshomia celebrados este mes y por la noticia del próximo depsito de las cenizas del premio nobel en la ciudad de Cartagena anunciada también en este mes. La entrevista fue publicada por El País.

El texto que sigue es parte de dos conversaciones que el escritor Gabriel García Márquez sostuvo en Tokio con el director de cine japonés Akira Kurosawa, en octubre de 1990. Se habló de muy diversos temas en algo más de seis horas, y la conversación fue grabada por un amigo de ambos, por pura curiosidad. Uno de los temas fue la película que Kurosawa filmaba en ese momento, Rapsodia en agosto, que ha sido presentada en el Festival de Cannes con gran éxito de público y de crítica y con el disgusto de algunos periodistas de Estados Unidos, que la consideraron agresiva contra su país. El fragmento que se publica aquí es el que corresponde a esa parte de la conversación.

Gabo. Usted está rodando su película número 30. ¿En qué punto se encuentra?

Akira. Sólo nos falta filmar un tifón que está anunciado desde ayer y todavía no llega. La semana pasada anunciaron otro, lo esperamos durante tres días, pero no llegó.

Ese puede ser un buen título: Esperando el tifón.

No; el título será Rapsodia en agosto. En todo caso, si este tifón tampoco llega, tendremos que filmar una tormenta simulada con grandes ventiladores y otros dispositivos truculentos.

Tal vez así será más real. Cuando vi Rashomón por primera vez, hace unos cuarenta años, me impresionó tanto la lluvia de la primera escena, que me dije: «Con este aguacero la película tiene que ser muy buena». ¿Era una lluvia real?

No. Era artificial.

Me lo imaginé hace pocos días, cuando vi su última película, Sueños, porque allí hay otro aguacero que también me impresionó, pero esta vez por el sonido. Cuando vi Rashomón no me di cuenta de que estaba dejándome seducir por la banda sonora.

El sonido de la lluvia es un elemento dramático importante.

No quiero que esta conversación de amigos parezca una entrevista de prensa, pero es que tengo una gran curiosidad de saber muchas cosas más de usted y su obra.

No se preocupe. Tengo suficiente tiempo mientras llega el tifón.

Me interesa saber ante todo cómo escribe sus guiones. Primero, porque yo mismo soy guionista. Y segundo, porque usted ha hecho estupendas adaptaciones de grandes obras literarias, y tengo muchas dudas sobre las adaptaciones que se han hecho o puedan hacerse de las mías.

Cuando me surge alguna idea original que deseo convertir en guión me encierro en un hotel con papel y lápiz. Entonces tengo en la mente el argumento general, y sé más o menos como va a concluir. Cuando no sé con qué escena empezar, sigo el curso de las ideas que me surgen de manera natural.

¿Lo primero que le viene a la mente es una idea o es una imagen?

No puedo explicarme bien, pero creo que todo empieza por varias imágenes dispersas. En cambio, sé que los guionistas aquí en Japón crean primero una visión global del guión, ordenándolo por escenas, y luego de sistematizar el argumento empiezan a escribirlo. Pero yo creo que ésa no es la forma correcta de hacerlo, pues no somos Dios.

Método intuitivo

¿El método ha sido tan intuitivo también cuando ha adaptado a Shakespeare o a Gorki o a Dostoievski?

Los directores que hacen las películas a medias tal vez no se dan cuenta de que es muy difícil transmitir al público imágenes literarias a través de imágenes de cine. Por ejemplo, adaptando una novela policiaca en la cual se encontraba un cadáver junto a la vía férrea, un director joven aseguró que cierto lugar coincidía plenamente con el del libro. «Estás equivocado», le dije.  «Lo que pasa es que tú ya leísle la novela y sabes que junto a los rieles se encontró un cadáver. Pero para las personas que no la han leído es un lugar sin nada especial». Ese director joven estaba cautivado por el poder mágico de la literatura, sin darse cuenta de que las imágenes del cine hay que expresarlas de otro modo.

¿Recuerda usted alguna imagen de la realidad que le parezca imposible de expresar en cine?

Sí. La de un pueblo minero que se llama Hidachi, donde yo fui asistente de dirección cuando era muy joven. El director aseguró al primer golpe de vista que el ambiente era magnífico y extraño, y por eso lo filmamos. Pero las imágenes sólo mostraron un pueblo común y corriente, pues le faltaba algo que nosotros sabíamos: que las condiciones del trabajo en Hidachi son muy peligrosas, y que las mujeres y los hijos de los mineros viven con el terror eterno de que les suceda algo. Cuando uno ve el paisaje del pueblo lo confunde con ese sentimiento, y le parece más extraño de lo que es. Pero la cámara no lo ve con los mismos ojos.

La verdad es que conozco muy pocos novelistas que hayan quedado satisfechos con la adaptación de sus libros al cine. ¿Qué experiencia ha tenido usted con sus adaptados?

Permítame antes una pregunta: ¿vio usted mi película Barba Roja?

La he visto seis veces en 20 años, y le hablé de ella a mis hijos casi todos los días hasta que pudieron verla. Así que no sólo es la película suya que más nos gusta a mí y a la familia, sino una de mis favoritas en toda la historia del cine.

Barba Roja constituye un punto de referencia en mi evolución. Todas mis películas anteriores a ella son distintas de las posteriores. Fue el fin de una etapa y el principio de una nueva.

Eso se nota. Más aún: dentro de la misma película hay dos escenas extremas en relación con la totalidad de su obra, y ambas son inolvidables: una es el hermoso episodio de la Mantis religiosa y la otra es el pleito a golpes de kárate en el patio del hospital.

Sí. Pero lo que quería contarle es que el autor de la novela, Shuguro Yamamoto, se opuso siempre a que sus novelas se hicieran en cine. Hizo una excepción con Barba Roja porque yo me empeñé con una terquedad encarnizada hasta que lo logré. Sin embargo, cuando acabó de ver la película se volvió a mirar me y me dijo: «Pues es más interesante que mi novela».

¿Por qué le gustaría tanto?

Porque tenía una conciencia clara de las características propias del cine. Lo único que me solicitó fue tener mucho cuidado con la protagonista, una mujer totalmente fracasada, según él. Pero lo curioso es que la idea de mujer fracasada no estaba explícita en su novela.

Tal vez él creía que sí lo estaba. Es algo que nos suele ocurrir a los novelistas.

Así es. Inclusive viendo las películas basadas en sus libros, algunos escritores dicen:  «Está bien reflejada esta parte de mi novela». Pero en realidad se refieren a algo que el director agregó. Yo entiendo que lo dicen porque tal vez ven bien expresado en la pantalla, por pura intuición del director, algo que ellos quisieron escribir y no supieron cómo.

Animales actores

Ya se sabe: «Los poetas son mezcladores de venenos». Pero volviendo a su película actual: ¿lo más difícil de filmar será el tifón?

No. Lo más difícil ya fue trabajar con los animales. Serpientes nadadoras, hormigas que comían rosas. Las víboras domesticadas están muy acostumbradas a la gente, no huyen por instinto, y se comportan como anguilas. La solución fue capturar una gran víbora silvestre, que trataba de huir con todas sus fuerzas y de veras causaba pavor. De modo que hizo muy bien su papel. En cuanto a las hormigas, se trataba de que subieran en fila india por un rosal hasta alcanzar una rosa. Se resistieron largo rato, hasta que pusimos una senda de miel en la rama, y las hormigas subieron. En realidad tuvimos muchas dificultades, pero valió la pena, porque aprendí mucho sobre ellas.

Sí; ya me di cuenta. ¿Pero qué clase de película es ésta que lo mismo tiene problemas de hormigas que de tifones? ¿Cuál es el argumento?

Es muy difícil resumirlo en unas cuantas palabras.

¿Alguien mata a alguien?

No. Se trata simplemente de una anciana de Nagasaki, que sobrevivió a la bomba atómica, y cuyos nietos fueron a visitarla en el verano pasado. No he filmado escenas tremendistas, que resultarían insoportables y que, sin embargo, no explicarían por sí mismas el horror del drama. Lo que quisiera transmitir es el tipo de heridas que dejó la bomba atómica en el corazón de nuestra gente, y cómo se fueron cicatrizando. Yo recuerdo bien el día de la explosión, y todavía hoy no puedo creer que aquello haya ocurrido en la realidad de ese mundo. Pero lo más terrible es que los japoneses ya lo echaron al olvido.

Para el futuro del Japón, para la identidad de los japoneses, ¿qué significa esa amnesia histórica?

Los japoneses no lo hablan en forma explícita. En especial nuestros políticos callan por temor a los Estados Unidos. Tal vez se conformen con la explicación de Truman de que apeló a la bomba atómica sólo por apresurar el fin de la guerra mundial. Sin embargo, para nosotros la guerra continúa. Oficialmente se publicó que el número total de muertos en Hiroshima y Nagasaki fue de 230.000. Pero en realidad hubo más de medio millón. Y todavía en este momento hay 2.700 personas en el hospital de la Bomba Atómica esperando morir por las secuelas de la radiación después de 45 años de agonía. Es decir, la bomba atómica sigue matando japoneses.

Ciudad civil

La explicación que parece más racional es que los Estados Unidos apresuraron el final con la bomba por el temor de que los soviéticos se tomaran al Japón primero que ellos.

Sí. Pero ¿por qué lo hicieron en una ciudad donde sólo había civiles que no tenían nada que ver con la guerra? Había concentraciones militares que realmente la estaban haciendo.

Tampoco la tiraron en el palacio Imperial, que debía ser un espacio muy vulnerable en el corazón de Tokio. Y me parece que todo eso se explica porque querían dejar intactos al poder político y al poder militar para hacer una negociación rápida sin tener que repartir el botín con sus aliados. Es una experiencia que ningún otro país tuvo en toda la historia de la humanidad. Ahora bien: si Japón se hubiera rendido sin la bomba atómica, ¿sería hoy el mismo Japón que es?

Es difícil saberlo. Las personas que sobrevivieron en Nagasaki no quieren recordar su experiencia porque la mayoría de ellos, para sobrevivir, tuvieron que abandonar a sus padres, a sus hijos, a sus hermanos. Todavía no pueden dejar de sentirse culpables. Luego, las fuerzas-estadounidenses que ocuparon el país durante seis años influyeron por muchos medios para acelerar el olvido, y el Gobierno japonés colaboró con ellos. Yo estaría dispuesto, inclusive, a entender todo eso como parte de la inevitable tragedia generada por la guerra. Pero creo que, por lo menos, el país que tiró la bomba debe presentar disculpas al pueblo japonés. Mientras eso no suceda, este drama no habrá terminado.

¿Hasta qué punto? ¿No se podría compensar la desgracia con una larga era de felicidad?

La bomba atómica constituyó el punto de partida de la guerra fría y de la carrera armamentista, y marcó el principio del proceso de creación y utilización de la energía nuclear. La felicidad no será nunca posible con ese origen.

Ya veo: la energía nuclear nació como una fuerza maldita, y una fuerza que nace maldita es un tema perfecto para Kurosawa. Pero a mí lo que me preocupa es que usted no está condenando a la energía nuclear por sí misma, sino por el mal uso que se le dio desde el principio. La electricidad sigue siendo buena, a pesar de la silla eléctrica.

No es lo mismo. Yo pienso que la energía nuclear está fuera de las posibilidades de control que puede establecer el ser humano. En el caso de que se cometiera un error en el manejo de la energía nuclear, el desastre inmediato sería in menso, y la radiactividad permanecería por cientos de generaciones. En cambio, cuando está hirviendo el agua, basta con dejarla enfriar y ya no será peligrosa. Dejemos de usar elementos que siguen hirviendo por centenares de miles de años.

La fe que le tengo al ser humano se la debo en gran parte a las películas de Kurosawa. Pero también comprendo su posición por la terrible injusticia de que hayan usado la bomba atómica solamente contra los civiles, y porque norteamericanos y japoneses se hayan confabulado para que el Japón la olvide. Pero me parece igualmente injusto que la energía nuclear se considere maldita para siempre sin pensar que puede prestar un gran servicio civil a la humanidad. Hay en eso una confusión de sentimientos que se debe a la irritación que usted tiene porque sabe que el Japón ha olvidado, y porque los culpables, que son los Estados Unidos, no han terminado por reconocer su culpa y por darle al pueblo japonés las excusas debidas.

El ser humano será más humano cuando tenga conciencia de que hay aspectos de la realidad que no puede manejar. Creo que no tenemos derecho de generar niños sin ano ni caballos con ocho patas, como está ocurriendo en Chernobil. Pero ahora me parece que esta conversación se ha vuelto demasiado sería, y no era esa mi intención.

Un joven periodista

Hemos hecho bien. Cuando los temas son tan serios como éste no hay más remedio que tratarlos en serio. ¿La película que está terminando arroja luces sobre su pensamiento en este asunto?

No en forma directa. Yo era un joven periodista cuando tiraron la bomba, y quería escribir artículos sobre lo que ocurrió, pero estuvo totalmente prohibido hasta que terminó la ocupación. Ahora, para hacer esta película, me puse a investigar y estudiar el tema, y sé mucho más que entonces. Pero si hubiera expresado mi pensamiento directamente en la película, no habría podido exhibirse en el Japón actual, ni en ninguna parte.

¿Usted cree que sería posible publicar la transcripción de este diálogo?

No tengo inconveniente. Al contrario. Es un tema sobre el que muchas personas en el mundo deben opinar sin restricciones de ninguna clase.

Muchas gracias. Al fin de cuentas, creo que si yo fuera japonés sería tan intransigente como usted en este tema. Y de todos modos lo comprendo. Ninguna guerra es buena para nadie.

Así es. Pero lo malo es que cuando empiezan los tiros, hasta Cristo y los ángeles se convierten en jefes del Estado Mayor.


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