Joaquín Cosío. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 16 de septiembre de 2017. (RanchoNEWS).- Una espléndida puesta en escena y un gran texto dramático encarnado por un dueto de excelentes actores es la gran sorpresa que da La desobediencia de Marte, de Juan Villoro, dirigida por Antonio Castro en el Teatro Helénico. Interpretada por Joaquín Cosío y José María de Tavira, La desobediencia de Marte constituye un tour de force histriónico en donde la técnica teatral luce con admirable destreza entregándonos personajes coherentes, circunstancias lógicas y juegos de representación que enarbolan una gama de posibilidades interpretativas tan ricas, que seducen al espectador. Escribe Gonzalo Valdés Medellín para Siempre!
Desde luego, la gran dirección de Antonio Castro ha coadyuvado a que los actores sean dueños absolutos del fenómeno teatral que aquí se realiza. Cosío, actor de notable trayectoria internacional, que surgió a la fama con el personaje de El Cochiloco de la película El infierno de Luis Estrada en 2010, sorprende en La desobediencia de Marte con un trabajo de altura, de lo que realmente debe considerarse un primerísimo actor, forjando un personaje sólido, congruente, humano y entrañable. Ver la actuación de Joaquín Cosío es un deleite.
A su vez, José María de Tavira (hijo de tigre pintito, o sea, del gran Luis de Tavira, protagonista de La última sesión de Freud) no se queda atrás, es un actor ya muy formado, dotado de recursos expresivos que dan en el clavo de las exigencias del dramaturgo, del personaje y de su réplica ante un actor tan monstruosamente vehemente y avasallador como Cosío.
Teatro dentro del teatro, la obra de Villoro nos pone una trampa a los teatrófilos: parece que veremos una confrontación entre los astrónomos Johannes Kepler y Tycho Brahe en el año de 1600, pero no será solo eso; quizá lo más importante de La desobediencia de Marte es el que el dramaturgo desista de su —excelente, indudablemente— dicotomía dialógica por el poder entre los dos astrónomos, para abrirse al drama del teatro. No es la obra sobre Kepler-Brahe que le viene a la mente a Villoro después de leer Los sonámbulos de Arthur Koestler, lo que dramatúrgicamente le interesa, sino desentrañar lo que podría pasar —existencialmente— entre los actores que la interpretasen. Por lo mismo, La desobediencia de Marte se encuadrará en un conflicto multipolar entre los dos actores: conflicto de intereses, conflicto generacional y conflicto, incluso, de sangre, pues cabe la posibilidad de ambos sean padre e hijo y… No contaremos más. Sólo quepa citar las palabras de Villoro en el programa de mano: «…Lo más lejano se vuelve próximo […] Hay algo más misterioso que las galaxias: la persona que respira junto a ti».
La desobediencia de Marte es una obra estupenda, los diálogos fluyen con naturalidad demoledora, el humor trastoca toda convención y los personajes llegan a ser verificables en la experiencia humana (y humanística) al tiempo que el espectáculo, por sí mismo, invita a la reflexión, al diálogo interior, a la admiración, el goce y la contemplación estéticas.
A esto se añade la incisiva dirección de Antonio Castro, cuidada en todas sus aristas, desde el diseño escenográfico de Damián Ortega, hasta la iluminación de Víctor Zapatero que en alianza fructífera crean un espacio escénico que es, en sí mismo, una obra de arte plástico que sobrecoge. La dirección actoral, como ya se asentó líneas arriba es admirable y merece un cálido aplauso. El vestuario de Edyta Rzewuska, así como el diseño sonoro y música original de Miguel Ángel Hernández Montero y el maquillaje de Miguel Zarazúa, también son dignos de elogio, aportando cada cual elementos significativos para el flujo de la teatralidad.
México está viviendo uno de sus mejores momentos teatrales (puestas como La desobediencia de Marte confirman la aseveración) pese a los imponderables del destino y a las non gratas presencias de la corruptela en los entretelones de la vida cultural. Así que ver una obra perfecta, delicada e inteligentemente puesta sobre la escena, con honestidad creadora y firmes recursos imaginativos propios del talento, como este trabajo de Castro a La desobediencia de Marte, de Villoro, es en realidad digno de reconocerse.
La desobediencia de Marte, sin lugar a dudas, es una de las mejores obras teatrales de este año, también uno de los mejores textos dramáticos mexicanos de los últimos años, y un montaje meritorio en grado sumo. Con La desobediencia de Marte estamos, indudablemente, ante uno de los acontecimientos de la dramaturgia mexicana más releventes del año. El público aplaude de pie y hace volver a los actores a recibir la ovación, cosa que no en cualquier puesta sucede.
La desobediencia de Marte concluye temporada el 1 de octubre y las funciones se celebran los días viernes a las 20:30 horas, sábados a las 18:00 y 20:30 horas y los domingos a las 17:00 y 19:30 horas. Hay que ir.
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