'La escuela de Atenas' de Rafael (Foto: Internet)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 15 de noviembre de 2022. (RanchoNEWS).- Cada cierto tiempo se afirma que la filosofía ha muerto. Vivimos en una época aficionada a organizar exequias. Se ha augurado muchas veces el fin del libro, la novela, la filosofía, la pintura, la música. Sin embargo, todas estas disciplinas sobreviven a sus sepultureros. En el caso de la filosofía, las profecías más sombrías contrastan con la avalancha de publicaciones, reediciones de clásicos e incremento de alumnos en las facultades universitarias. La filosofía se resiste a morir. ¿Quizás por obstinación? Yo pienso que no. La filosofía no es una moda o un vestigio del pasado, sino una inquietud básica del ser humano y no puede desaparecer, salvo que cambie radicalmente nuestra forma de ser.
Según Aristóteles, nace del asombro. Otros dicen que su origen es la melancolía. Etimológicamente, filosofía significa “amor a la sabiduría”, pero no se debe confundir sabiduría con su dimensión meramente especulativa. Los filósofos no buscan tan solo el conocimiento. Cultivan el arte del buen vivir, explorando las alternativas posibles. Desde sus orígenes, la filosofía alberga una intención práctica. Sócrates identifica la felicidad con la virtud. Aristóteles, con la prudencia. Epicuro, con la moderación. Marco Aurelio, con la ataraxia.
Veinticinco siglos después, la filosofía continúa buscando la felicidad. Bertrand Russell asocia la dicha a la elaboración de un proyecto vital. Jean-Paul Sartre, al ejercicio de la libertad. Ernst Bloch, a la esperanza o, si se prefiere, a la expectativa de un futuro más luminoso. La ciencia se limita a explicar fenómenos, pero cuando no extrae consecuencias. Augura la muerte térmica del universo, sin preguntarse qué sentido tiene entonces la vida. En cambio, el filósofo —al igual que los poetas— no se resigna a contemplar con indiferencia esa deriva hacia el frío, la oscuridad y el silencio.