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miércoles, enero 31, 2007

Noticias / México: Poetisa egipcia reside en la Casa Refugio Citlaltépetl

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Safaa Fathy (Foto: Archivo)

M éxico 31 de enero 2007. (Yanet Aguilar Sosa/El Universal).- La poetisa Safaa Fathy salió de Egipto en 1981, cuando tenía 23 años, harta de la opresión ejercida por sus padres y por el Estado. Han pasado desde entonces 25 años, varios de los cuales vivió como clandestina en Francia, país que la naturalizó en 1988, pero no le quitó el trauma de sentirse una transgresora, ni le ha disipado la culpa ni el dolor que le causó la experiencia de haber buscado su libertad.

Desde hace unos días llegó a México para convertirse en la nueva residente de la Casa Refugio Citlaltépetl -junto con el senegalés Boubacar Boris Diop-. La misión de Fathy es dedicarse a la escritura personal y solitaria, pero también dar a conocer la poesía árabe y egipcia, crear un puente entre Egipto y México.

La escritora de varias películas y colaboradora de diversas publicaciones literarias y artísticas, enfrentó pruebas muy fuertes, no sólo familiares, en especial con su madre que era su principal represora, sino también por sus convicciones.

No fue un acontecimiento lo que la impulsó a salir de Egipto, sino las prohibiciones: "No podía hacer nada, no podía leer, no podía escribir, no podía hacer lo que yo quería, estaba en un atolladero, entonces hice algo que nunca se ha vuelto a hacer en mi región, al sur de Egipto: me salí del país sola, en un medio en el que las mujeres no podían ni siquiera tomar el autobús solas".

Lo más difícil de vencer fue la culpa por la familia, quien pagó el precio de sus transgresiones y fue la primera castigada por el Estado: "Nunca me arrepentí pero la verdad es que nunca estuve muy en paz después de esa decisión, ni siquiera con las experiencias posteriores en Francia y en otros lugares".

Su salida de Egipto fue un evento traumático de su vida y lo es todavía porque Francia no compuso ese trauma, "o a lo mejor yo no encontré los espacios que hubieran permitido sanarlo, salvo en la ocasión que trabajé con el filósofo francés (Jacques) Derridá, en ese momento conocí una forma de apaciguamiento pero cuando él falleció volví a la situación anterior de una manera mucho más violenta y grave todavía".

Su poesía está marcada por esa experiencia que afectó su lengua árabe, sus imágenes, sus referentes literarios, su percepción de sí misma. "Me dio una lucidez casi violenta, estas vivencias tuvieron un efecto enorme en mí y en mi escritura".

Aunque es una autoexiliada y concibe el exilio como un paréntesis que se abre pero no se sabe cuándo se cerrará, sostiene con Egipto una relación que ha cambiado con el paso de los años: la primera década fue de odio, todo le parecía violento, represivo, estúpido y le asfixiaba, lo único por lo que volvía era la familia. Luego llegó la fase del reencuentro a través de amigos escritores, sin embargo, las autoridades de esa nación jamás la han invitado a foros o encuentros literarios.

"Nunca me invitan a Egipto a trabajar, todos me conocen, tengo muchos amigos, hay revistas que publican mis artículos, pero nunca me han cedido la palabra en un foro universitario, eso me parece incomprensible y me duele porque lo veo injusto".

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