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El fotógrafo. (Foto: Bernardo Pérez)
M adrid, 4 de Junio, 2007. (Isabel Lafont/ El País).- «No conozco al señor Andres Serrano y espero no hacerlo nunca. Porque no es un artista; es un gilipollas». El motivo de la indignación del senador estadounidense republicano Jesse Helms, que pronunció esta declaración en 1989, era una obra que el fotógrafo neoyorquino había realizado dos años antes: Piss Christ (El Cristo de la orina). Si no hubiera leído el título, el senador, igual que los grupos más conservadores que encabezaron una campaña contra Serrano a finales de los ochenta, hubiera admirado seguramente la bellísima imagen de un crucifijo suspendido en un líquido amarillento -sí, la orina del artista- sobre un brillante fondo rojo.
La obra pertenece a la serie Fluidos corporales, con la que Serrano (Nueva York, 1950) experimentó la dimensión estética del semen, la sangre menstrual o la orina, y forma parte de la exposición retrospectiva El dedo en la llaga que, en el marco de PHotoEspaña, se exhibe en el Círculo de Bellas Artes hasta el próximo 1 de julio.
Pero el artista, de madre cubana y padre hondureño, defiende que su intención nunca fue provocar. «Hasta el escándalo de Piss Christ mi trabajo nunca se consideró controvertido», aseguraba la semana pasada tras la inauguración de la muestra. «Desde entonces, la gente espera polémica y muchos críticos se enojan conmigo cuando no soy provocador. Pero, para mí, mi trabajo es bien natural y hago lo que necesito hacer. Cuando hice la serie sobre Budapest sabía que nadie la iba a encontrar provocadora. Con América sucedió lo mismo».
Serrano rechaza que lo acusen de querer herir sensibilidades de forma gratuita: «Yo me considero cristiano pero, como artista, creo que tengo derecho a usar los símbolos de la Iglesia como quiera. Son míos, es mi religión. Hay quien me ha dicho: '¿Por qué no haces lo mismo con la religión musulmana o judía?'. Porque no me interesa; no es mi religión. Me gusta trabajar con las cosas que son parte de mi vida». Educado en el catolicismo, reconoce a Luis Buñuel y Federico Fellini como dos de sus grandes influencias. «Son artistas que tienen la misma obsesión con la religión, con el catolicismo, y también tienen la misma actitud, una relación de amor-odio. En mi caso es lo mismo. La gente me pregunta si mi trabajo es sagrado o blasfemo. Y yo digo que las dos cosas a la vez. Como Fellini y como Buñuel, que aunque a veces odian la Iglesia, se ve el espíritu católico que llevan dentro».
Serrano también ha puesto el dedo en el mismo centro de otras heridas. Después de fotografiar en 1990 a los sin techo que estaban siendo expulsados de Tompkins Square, un parque situado en el neoyorquino East Village, decidió explorar un tipo distinto de retrato. Y ¿qué retrato más inusual que el de un enmascarado? Pero no se le ocurrió visitar Venecia en época de Carnaval. «El Ku Klux Klan es lo primero que me vino a la mente. Seguramente porque no soy blanco, soy hispano, y eso lo hacía más interesante. Si fuera blanco, no creo que lo hubiera hecho, y si lo hubiera hecho hubiera tenido una intención diferente».
Asegura que no puede fotografiar un tema si no es bello. Aunque ello suponga romper todos los tabúes. Como el rechazo a que la muerte forme parte de la cotidianidad en las sociedades occidentales. Por eso fotografió a los muertos en la morgue. Que nadie se escandalice. Como resaltó durante la inauguración de la exposición su comisaria, Oliva María Rubio, la obra de Serrano está marcada por una profunda influencia de la pintura religiosa renacentista y barroca, en el uso de la luz, los paños, en los colores... «Hay auténticos zurbaranes, masaccios», explicaba Rubio, en sus retratos de cadáveres.
Y es que Serrano se define como «artista clásico», heredero de una tradición que le fascinó a los 12 años, cuando visitó por primera vez el Metropolitan Museum de Nueva York y descubrió la pintura de figuras como El Bosco. Entonces nació su pasión por la imaginería religiosa, que lo ha convertido en un ávido coleccionista de pintura, escultura y mobiliario de los siglos XV, XVI y XVII. Sus piezas proceden de Francia, Inglaterra, España, Italia y Alemania.
Su trabajo más reciente ha sido la serie América, «una declaración» de lo que el artista piensa de su propio país. El proyecto nació tras los atentados del 11-S y comenzó fotografiando los símbolos de esa tragedia: bomberos, pilotos, soldados... Luego buscó profesiones: un payaso de circo, un sacerdote, una monja, un médico, una enfermera. Más tarde, la otra cara del sueño americano: una madre -blanca, no negra, una vez más los esquemas se rompen- con un niño que viven de la asistencia social, un enfermo de sida o una modelo adicta al crack. Finalmente, buscó a los famosos, Snoop Dogg, Anna Nicole Smith, Arthur Millar... «Traté de fotografiar, no sólo a los buenos, sino también a los malos, un neonazi, un miembro del Ku Klux Klan, hasta al hijo de Sam, el asesino en serie más famoso de Nueva York, que ha estado en la cárcel más de 40 años. Lo que quiero decir es que América es mi país, que hay buenos y hay malos y que los acojo a todos sin emitir juicios».
Ahora trabaja en un nuevo proyecto que pondrá en marcha en julio, «cuando todo el mundo esté de vacaciones». No desvela ni una remota pista que ayude a adivinar el tema. Pero advierte, eso sí, que «suscitará el debate y dará mucho de qué hablar».
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