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La escritora (Foto: Página/ 12)
A rgentina, 4 de Junio, 2007. (Silvina Friera/Página/12).- Un tono ligero emerge de la superficie de sus cuentos, pero más allá, en el fondo de muchas de sus historias, se despliega una sutil, a veces feroz, ironía. Gran observadora y traductora de cada uno de los pliegues de las emociones y los estados de ánimo, examina a fondo a sus personajes, sin perder la delicadeza. Un fragmento de «Caminatas», uno de los relatos que integra A nadie le gusta la soledad (Emecé), el nuevo libro de María Fasce, ilustra este modo de traducir los sentimientos. «Los hombres se dividen entre aquellos con los que podés caminar muchas cuadras y los que dejás en la esquina para tomarte un taxi. Todavía no sabés a qué raza pertenece Norberto. O lo sabés, pero tenés ganas de equivocarte, hace demasiado tiempo que no caminás, ni siquiera hasta la esquina, con ningún hombre». Desde Arcos de la Frontera –un pueblo andaluz que curiosamente, según señala, se parece mucho a su Lanús natal–, donde vive actualmente, Fasce dice que la soledad es para sus personajes la contracara de la felicidad. «Y de hecho, a veces son la misma cosa: algo que les atrae y que al mismo tiempo les repele. Sólo puedo imaginarme una cosa peor que una felicidad eterna, y es una soledad eterna», señala la escritora en la entrevista con Página/12.
«Hasta donde tengo memoria, siempre me la pasé mirando –confiesa la escritora, autora de otro libro de cuentos, La felicidad de las mujeres, y de la novela La verdad según Virginia–. Es una costumbre que después se vuelve una obsesión. A la hora de escribir, los detalles son todo, porque para que el lector se meta dentro de la historia tiene que ver lo que pasa y los personajes. Es algo que aprendí fundamentalmente de los escritores norteamericanos. Truman Capote es un genio de las pequeñas descripciones, y a veces son demoledoras». En 2006, la escritora fue becada por la Maison des Ecrivains Etrangers et des Traducteurs de Saint-Nazaire para escribir su novela La naturaleza del amor. Allí, también, escribió el primer cuento de su último libro. «El director de la Maison des Ecrivains es Patrick Deville, un conocido escritor francés que sabe muy bien que es imposible ‘exigir’ al escritor elegido que entregue un texto terminado en el plazo de la beca», advierte Fasce. «Mi temporada en Saint-Nazaire fue muy fructífera. Hacía tanto frío que, además de comer crêpes y croissants, no había gran cosa para hacer, más que leer y escribir».
¿El cuento es un género más propicio para trabajar los pequeños detalles, lo cotidiano, lo doméstico?
El cuento, en su concepción y desarrollo, se parece mucho al poema. Una frase o una imagen son el detonante, después viene el trabajo casi de orfebrería para que la historia fluya y el efecto sea devastador. Al menos ése es mi objetivo: producir el efecto hipnótico que los grandes cuentos, que leo y releo, producen en mí; y después ese estado de ánimo, entre tristeza y ternura, que a veces me dura varios días. Los cuentos de Lorrie Moore, de Patricia Highsmith, de Fitzgerald, me dejan así.
En «Celina», uno de los protagonistas dice: «El amor de pareja nos hace vulnerables, pero los hijos nos devuelven parte del poder perdido, son nuestra revancha contra la infelicidad». ¿Hay un intento de indagar más a fondo en el mundo de los hombres?
Esa frase podría haberla dicho una mujer, podría haberla dicho yo también. Va con ese personaje, que es un hombre, pero que tiene una sensibilidad que algunos llamarían «femenina». Esa necesidad casi caricaturesca de explicarnos todo es propia de las mujeres, pero hay otras cosas que se suponen propias de las mujeres que no sé hasta qué punto lo son. Siempre me interesó estudiar a los hombres. Y a las mujeres, y a los niños... Cada edad y cada sexo son un mundo por descubrir, un mundo tan amplio y complejo, y tan inspirador como para otros la Edad Media o la vida de un personaje histórico. Elegí un material de investigación que tengo al alcance de la mano: yo misma y los que conozco, o los que a veces se cruzan por mi camino, aunque sea en un colectivo.
¿«Celos» sería un cuento en donde pone en práctica esa necesidad de las mujeres de explicarlo todo, hasta un sentimiento tan complejo y ambiguo como los celos? ¿Por qué piensa que esta característica es propia de las mujeres?
Me lo dice mi propia experiencia, y la de mis amigas, las charlas de café y de colectivo que me encanta interceptar y que son mi modo de documentarme. Las mujeres tratamos de explicarlo todo y, naturalmente, para nuestra conveniencia: si nos dejó es porque «quiere hacerse mal a sí mismo», o porque «no quiere crecer», o «porque tiene miedo a comprometerse», un clásico (risas). No conozco a ninguna, yo incluida, que en el momento del abandono se diga «no me quiere más» o «encontró a otra». «Celos», como casi todos los cuentos, surgió en una situación determinada: un almuerzo en casa de amigos y mi novio subyugado por una mujer perfecta. ¿Cuál sería la estrategia más eficaz para acabar con los celos?, pensé. Hacer que mi posible rival se «enamore» de mí, al punto de perder cualquier interés por mi novio. Después surgen los detalles, los cambios, que son los que alimentan el cuento. La protagonista sólo tiene de mí esa situación inicial y el hecho de atarse el pelo con anillos de medias cortadas.
A nadie le gusta la soledad tiene un aire de familia con Autoayuda, los cuentos de Lorrie Moore. ¿Será porque son títulos que se pueden prestar a equívocos y no considerarse literarios? También en muchos de sus relatos hay climas y atmósferas semejantes a los que genera Moore en sus cuentos.
Es una de mis escritoras preferidas, así que gracias por el elogio. No pensaba en ese título de Lorrie Moore a la hora de titular mi libro. ¿Que se pueden considerar no literarios? No se me ocurrió. Yo busco un título representativo del libro y, por sobre todo, que dé ganas de leerlo. Si algún lector desprevenido compra Autoayuda pensando que se trata de un manual de autoayuda, ¿qué importa? Después de leerlo, después de haberse emocionado con las historias que ahí se cuentan, seguro que no se arrepentirá de haberlo comprado. Y, en cierto sentido, un buen libro es siempre un libro de autoayuda, aunque sea para sufrir más. En realidad, me cuesta poner los títulos y siempre es lo último que hago. Como para mi anterior libro de cuentos, pensé cuál era el elemento en común de todos los cuentos, y me dije que era la soledad. Sólo faltaba darle la vuelta a la formulación, y leyendo Tokio Blues, de Murakami, otro de mis preferidos, apareció la frase del epígrafe. Me gusta que mis títulos hagan pensar en tratados o ensayos sobre temas acerca de los cuales no se puede decir nada y sin embargo no hacemos más que hablar de eso: la felicidad, la verdad, la soledad, la naturaleza del amor.
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