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El cuarteto. (Foto:Archivo)
A lemania, 2 de junio, 2007. (DW-World).- Lo bueno de ver y escuchar al Cuarteto Kronos es la certeza de que los conciertos nunca volverán a ser iguales. Pero eso no justifica el climax de un público exageradamente entusiasta, según los estándares alemanes.
Durante el único concierto del Cuarteto Kronos programado para este año en Alemania, en la Kölner Philharmonie, los momentos culminantes combinaron la comedia con la irreverencia. Eso es exactamente lo que ha venido haciendo este conjunto desde 1973, cuando el violinista David Harrington fundó lo que llegaría a ser una de las agrupaciones más importantes de la música contemporánea.
Al borde de la madurez, los integrantes de Kronos comprenden el valor de la convergencia mucho mejor que la mayoría de sus contemporáneos. Harrington y sus colegas aún tienen el toque necesario para encontrar la frontera final: ese punto en el que la música culmina y un universo novedoso, basado en el fenómeno sonoro y otros elementos, comienza. Se mantienen así en esta línea sumamente delgada entre el entretenimiento puro y el concierto en el sentido clásico de la palabra, y navegan allí, casi inamovibles, de un lado al otro del espectro.
Hilarantes y supremos
Cuatro de las Veintidós canciones guturales inuit para cuarteto de cuerdas, compuestas por Derek Clarke, constituyeron el primer reto para el público. Estas piezas hilarantes, fuertemente sustentadas en patrones rítmicos, tienen poco que ver con la experiencia musical tradicional, mientras que Fluguferelsarinn, de Sigur Ròs, es una excursión puramente sonora interpretada de modo supremo por el cuarteto y acentuada por variados ingredientes electrónicos.
Exploding Plastix y Cercle du Nord III también presentaron sonidos electrónicos muy al modo de Pierre Henry y su musique concrete. Death is the road to awe, banda sonora compuesta por Clint Mansell, cerró la primera mitad del concierto con un collage sonoro en el cual el cuarteto sirvió aptamente como trasfondo.
Cinco canciones kurpias op. 75, de Henryk Mikolaj Górecki, retomó el sonido tradicional del cuarteto de cuerdas. Pero la tregua no duró mucho. Nunavut, la pieza seminal del concierto, mezcló de manera ritual los cantos aborígenes de Canadá con la interpretación vocal de Tanya Taqaq (que entre otras cosas se ha presentado con Björk). Bailando, seduciendo a los instrumentos y desdoblando la voz en unísonos de alturas increíbles configuraron un efecto casi teatral. Fue el momento más orgánicamente artístico de la noche.
El dilema de Kronos
Y es aquí también donde comienzan los problemas para Kronos. El escenario se había llenado de energía y buena fe; pero detrás se alzaba un dilema. Pese a sus numerosos recursos técnicos, el cuarteto parece reaccionar a una sola referencia estilística principal: el siglo XIX. Éstos, y no otros, son los cliqués y rituales que el grupo ha contribuido a desmantelar a lo largo de treinta años.
La verdadera transgresión ocurrió hace más de medio siglo, cuando varios grupos de compositores en Europa y Estados Unidos abandonaron la tonalidad y establecieron el llamado «serialismo total».
El auténtico escándalo se hizo célebre aún antes con el auge de la Segunda Escuela Vienesa, cuando Arnold Schönberg le declaró la guerra a Igor Stravinsky e instituyó la dodecafonía. El humor y la ironía fueron elementos típicos del postimpresionismo francés de Eric Satie y Francois Poulenc. La exageración en la música desconoció todo límite cuando Karlheinz Stockhausen hizo grabar una pieza para cuerdas y un grupo de helicópteros, dedicada al Cuarteto Arditti.
Con la excepción de Flugufrelsarinn, la faceta electrónica del concierto de Kronos no sirvió para crear un nuevo sonido sino para reproducir la distorsionada guitarra del rock. Las danzas y rituales recordaban a los happenings de Lamonte Young, Terri Riley y otros compositores estadounidenses de los sesenta. En más de un sentido, fue una experiencia retro, más que un concierto futurista.
Como consecuencia, el concierto tuvo momentos de real belleza, y no sólo en lo musical. Pero otros parecían orientados más bien a complacer al Bildungskonsumment, un público pretencioso descrito por Theodor W. Adorno en su Einleitung in die Musiksoziologie. Intelectuales permitiéndose ser cool.
Ningún anzuelo para jóvenes
Toda la leyenda y la parafernalia que rodea al Cuarteto Kronos fracasó al atraer a un público joven en Colonia. Quienes adquirieron boletos de 10 euros fácilmente pudieron escurrirse hasta las gradas inferiores, donde cada lugar cuesta 27,5 euros. Las razones son claras. La juventud no necesita una nueva versión del himno estadounidense, encore en el concierto, para protestar contra George W. Bush. Para eso tienen a Pink. Tampoco les urge redescubrir las delicias de la banalidad; crecieron con MTV y Paris Hilton. Para ellos, el cncepto multimedia es mucho más que tenues cambios de iluminación y un violonchelo amplificado.
Así que hubo un tufo de tristesse al observar a una de las instituciones de la música contemporánea tocar ante una sala semivacía y un público domesticado. Quizá sólo fue mala promoción. Pero acaso el tiempo le falta el respeto a Kronos. Si la suposición es correcta, no sólo los conciertos, sino todo el misticismo que rodea a este icónico grupo, necesitan cirugía plástica urgente.
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