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La artista parisina. (Foto: Robert Mapplethorpe)
L ondres, 10 de octubre, 2007. (Pablo Guimón/El País).- Sucedió durante una agónica cena en la casa familiar de las afueras de París. El padre empezó con su habitual alarde de pedantería. Se mostró especialmente arrogante. La pequeña Louise cogió un pedazo de miga de pan y, ayudándose con saliva, moldeó la figura de su padre. A continuación, le amputó los miembros uno a uno con un cuchillo y se los comió. Para Louise Bourgeois, aquello fue su «primera solución escultórica».
En esa mesa de comedor nació la vocación de una de las artistas vivas más importantes. Y aquella freudiana fantasía infantil de matar al padre resulta determinante para comprender su obra. «Mi trabajo es un exorcismo», explica, a sus 95 años, por correo electrónico. «A través del arte, soy capaz de liberarme de la ansiedad que los recuerdos me producen».
La artista volvería a aquella mesa de comedor, 50 años después, para realizar una de sus obras más emblemáticas, titulada La destrucción del padre (1974). Bourgeois vivía entonces en Nueva York. Compró en el mercado piernas de cordero y otros trozos de animales. Hizo réplicas de látex y las colocó sobre una mesa llena de bultos redondos y rosados. La mesa preside la claustrofóbica gruta que el espectador ve como un escenario de teatro. Ahí están, en la imaginación de la artista, ella misma, sus dos hermanos y su madre desmembrando y devorando a su padre.
La destrucción del padre ocupa el centro del recorrido por la obra de Bourgeois que propone la gran retrospectiva que se abre hoy en la Tate Modern de Londres. La muestra, coproducida con el Centro Pompidou, viajará después al museo parisiense y a Estados Unidos.
Louise Bourgeois nació el día de Navidad de 1911 en París, y a los siete años se trasladó con su familia a una casa a las afueras de la capital, donde sus padres montaron un taller de restauración de tapices. Su trauma infantil entró por la puerta de casa en 1922. Se llamaba Sadie Gordon, una institutriz británica que el padre contrató para que enseñara inglés a los niños.
Al principio, Louise sentía un gran afecto por su institutriz. En 1923, cuando Sadie se había ido de viaje, Louise le escribió: «Mi querida Sadie: el otro día, cuando papá leía tu carta, dijo que siempre eras muy dulce. Y yo lo pienso también». Hablaban de distintos tipos de dulzura: pronto Louise se dio cuenta de que Sadie era la amante de su padre, que vivía integrada en su familia y que dormía con él. Esa doble traición y su incomprensión hacia la actitud resignada de la madre marcaron a la artista.
La exposición muestra primero los cuadros que realizó al llegar a Nueva York, los llamados Femme-maison (mujer-casa). Figuras de mujer con la mitad inferior del cuerpo expuesto y la otra mitad atrapada en una casa. La casa como el lugar esencial de la mujer y, a la vez, su cárcel. Están las instalaciones que realizó a partir de 1980, las llamadas Cells, palabra que en inglés tiene el doble significado de célula y celda. El origen de la vida y su negación. Una de ellas muestra una reproducción en mármol de la casa familiar, encerrada en una enorme jaula metálica, con una amenazante guillotina encima. También están las arañas o mamás que realizó en los noventa. La araña-madre teje y repara, protege y da cobijo bajo sus patas. Pero, a la vez, su tamaño exagerado y su aspecto siniestro la convierten en una amenaza. Su poder simbólico crece si se recuerda la infancia de Bourgeois, con su madre tejiendo tapices en el taller familiar.
Inquietantes amebas amorfas, explícitos falos de mármol y de látex, figuras totémicas de madera. La exposición recorre, a través de más de 200 obras, los 70 años de producción de una artista inclasificable. Hoy, con 95 años, Bourgeois sigue creando, con ayuda de sus asistentes. «Siento que todavía tengo muchas cosas que decir, y sé que me queda mucho que aprender", explica. "Trabajo cada día excepto los domingos, cuando recibo en casa a artistas para que muestren su trabajo». Hacia el final de la exposición, en un cuadro realizado este mismo año y titulado De donde viene mi vocación, la artista reflexiona acerca de su fecundidad creadora. Sobre una cartulina, con letra de niña, escribe: «No es tanto de dónde viene mi vocación, sino más bien cómo se las arregla para sobrevivir».
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