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Glenn Gould. (Foto:AFP)
M adrid 4 de Abril 2007.(ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS /El País).-"Lo que ocurre entre mi mano izquierda y mi mano derecha es un asunto privado que no le importa a nadie". Así zanjaba Glenn Gould en 1974 la pregunta del periodista Jonathan Cott sobre la célebre postura que adoptaba frente al piano. Flexionado como un feto en el útero materno, Gould (Toronto, 1932-1982) se sentaba sobre una silla de madera paticorta (construida para él por su padre) que dejaba su nariz a ras del teclado
Encorvado, siempre ensimismado, canturreando, el pianista canadiense rompió con su excéntrica personalidad las leyes que hasta entonces marcaban la pauta estética -y escénica- de los concertistas. Subía al escenario con el frac arrugado bajo una -o varias- bufandas, abrigo y mitones. Dejaba sus manos a remojo durante veinte minutos antes de tocar y siempre evitaba el contacto físico (a lo Howard Hughes) con extraños. Huía de la fama, de su público, y sólo encontró respiro en las herméticas salas de grabación.
Pero sus salidas de tono, su adicción a las pastillas y su patológica fobia a lo extraño sólo son parte del culto a la personalidad de uno de los pianistas más intensos y brillantes de la historia, un hombre escurridizo y errático, que plantó cara a las tradiciones y cuya versión de Las variaciones Goldberg de Bach (más allá de ser la pieza predilecta de los banquetes de casquería del caníbal Hannibal Lecter) es un hito del siglo XX.
Dos nuevos libros -la biografía Vida y arte de Glenn Gould, escrita por Kevin Bazzana y publicada por Turner, y Conversaciones con Glenn Gloud, de Jonathan Cott, editado por Global Rythm dentro de su colección PoliRitmos, en la que está previsto publicar el próximo otoño la correspondencia del pianista- indagan en la compleja personalidad de Gould. Su muerte prematura, a los 50 años, y su repentina retirada de los escenarios, a los 34, contribuyeron notablemente a agrandar su leyenda. Sobre su retirada, él explicó que tenía que ver con su negativa a entrar en el espíritu competitivo que esconde todo virtuosismo exhibicionista.
Un derrame cerebral, provocado por una infección mal atendida, causó su imprevista muerte días después de su cumpleaños. Los médicos no se alertaron: Gould llevaba años con dolores de cabeza, resfriados y males menores para los que se automedicaba de manera compulsiva. Ya entonces la figura de Gould estaba rodeada de leyendas y desconcierto. Su psiquiatra, Peter Ostwald, explicó que su personalidad, aunque no se podía catalogar, tenía muchos elementos del síndrome de Asperger, una variante del autismo en la que confluyen una sensibilidad extraodinaria para los estímulos sensoriales con actitudes obsesivas en la rutina y una fobia acusada a todo acto social.
Jonathan Cott (autor de la biografía de Bob Dylan On the sea of memory) habló con Gould durante varias ocasiones a lo largo de 1974. Gould tenía entonces 42 años y vivía retirado de la vida pública, sumergido en sus grabaciones de estudio. Todas las conversaciones con Cott se mantuvieron por teléfono (aparato que Gould adoraba) y en ellas se trasluce la erudición del músico, sus manías y sus gustos. "Duermo con la radio puesta. De hecho, desde que dejé el Nembutal soy incapaz de dormir sin la radio", le confiesa en un momento al entrevistador para luego explicarle que no entiende a la gente a la que le molestan los ruidos de fondo: "La radio me permitió superar un bloqueo mental con el Opus 109, de Beethoven. Me resulta imposible entender a la gente a la que le molestan los hilos musicales. Yo me pasaría la vida subiendo y bajando en un ascensor. Por sosa que sea, no me molesta. No discrimino". Escuchando la radio, Gould descubrió a Petula Clark y a los Beatles. Adoraba a la cantante del sur de Inglaterra y le horrorizaba el cuarteto de Liverpool.
Según Kevin Bazzana la leyenda de Gould está llena de exageraciones. Su negativa a estrechar la mano en realidad sólo era con los desconocidos por miedo a alguna fractura (los peores, según llegó a contar Gould a un amigo, eran los jóvenes y los hombres de baja estatura). Lo cierto es que los demonios internos le acechaban desde niño y el rechazo a lo extraño no era una farsa. Gould, que sólo tuvo dos profesores de piano -su madre y el chileno Alfonso Guerrero, a quien dejó el día que consideró que ya no tenía nada más que aprender de él- vivió una vida ermitaña y monacal. "El ego de Gould era tan frágil como resistente", escribe Bazzana. Y su influencia en generaciones posteriores definitiva, añade el biógrafo que citando a otro mito, Herbert von Karajan, concluye: "Su estilo abrió el camino del futuro".
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