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En su libro, el autor ensayó una alegoría de su vida personal. (Foto: Paola García)
M éxico, 1 de octubre, 2007. (Jesús Alejo /Milenio).- Desde sus años como jefe de redacción en la mítica Plural, Ignacio Solares había dedicado algunos esfuerzos al cuento, pero no se había atrevido a publicar sus historias, hasta que se encontró con un eje temático y, sobre todo, con la presencia de sus obsesiones de la novela.
Así aparece La instrucción y otros cuentos (Alfaguara, 2007), su pasaporte de entrada al género, aunque también la razón principal por la que llama a rescatarlo del olvido de la mayor parte de las editoriales, que lo tienen abandonado bajo el argumento de que nadie lo lee.
«La literatura mexicana debe rescatar al cuento y, con ello, necesitamos el aliento de una literatura que esté del otro lado, que no sólo hable de los problemas políticos o las marrullerías de los ex presidentes. Necesitamos al cuento para hacernos sentir que hay otra realidad», asevera el autor de Columbus.
Sin hacer a un lado la importancia de la novela, Ignacio Solares se muestra convencido de que la literatura de nuestro país no podría entenderse sin los cuentos de Juan José Arreola, Juan Rulfo, Carlos Fuentes o José Revueltas, «ahora Leñero está escribiendo cuentos que son muy buenos», agrega el escritor.
«La novela puede llegar a tener paja, pero el cuento tiene que ser directo, esférico; te gana por nocaut. El don del cuento es que es como un golpe certero del cual ya no te repones, te pasma, te lleva a sacudir la cabeza y a decir: ‘ah, caray, en dónde estoy parado’.»
Se trata del género que más le cuesta escribir, hasta el teatro le resulta más sencillo, porque debe ser «como un dardo al corazón». Ahora espera seguir en el cuento, al fin ya agarró el camino y se ha dado cuenta que se trata de un género muy cercano a sus experiencias cotidiana: «a ver a dónde llegó», recalca Solares.
De barcos a la deriva
Luego de publicar novelas, ensayos y hasta reportajes —así define el Delirium tremens—, Solares sentía que ya contaba con suficientes cuentos como para reunirlos en un libro, a lo cual se suma el hecho de que encontró ejes, como la muerte, lo fantástico y hasta el miedo.
Situaciones límite de sus personajes, aun cuando él se encuentran convencido de que la literatura ofrece la posibilidad de saber que «por más seguro que sea el suelo que pisamos, también está lleno de demonios que en cualquier momento irrumpen y crean el caos.»
Sin embargo, encuentra en el cuento al mejor género para mostrar sus fantasmas y obsesiones, al grado de pensar que La instrucción, que le da título al libro, se convierte en la alegoría de su vida personal y profesional, en especial de ciertas experiencias que ha vivido dentro de la UNAM, ahora como director de la Revista de la Universidad.
«Cuando entré, viví lo que era el caos en mi casa, esa sensación del mal, de que se te va a derrumbar todo. La clave del cuento es una pregunta: ¿tenemos capitán o no? Ya se navegó porque teníamos capitán, el rector Juan Ramón de la Fuente», dice.
«Como contraste: así como en la UNAM creo que tenemos capitán, me aterra darme cuenta que durante seis años del pasado gobierno íbamos a la deriva. Creo que Vicente Fox ni siquiera abrió el instructivo, se guiaba por las palabras de Martha Sahagún».
Por ello, si alguien le preguntara con qué le gustaría ser conocido de lo que escribió, diría que con el cuento La instrucción. Ahí se encuentra todo lo que tenía por decir, una sensación satisfactoria, al tiempo de angustiosa.
«Se trata de un cuento que tiene todas las claves de la literatura y ayuda a sumergirnos para encontrar lo demás».
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