El edificio museográfico madrileño. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 14 de febrero, 209. (RanchoNEWS).- Una exposición en el Museo Thyssen aborda el papel que han tenido los juegos de luces en la evolución de la pintura desde el Renacimiento hasta la actualidad. Una nota de Francisco Calvo Serraller para El País:
Aunque el tema de la sombra ha gravitado sobre el ser humano, desde siempre, y lo ha hecho desde todos los planos posibles del conocimiento –físico, metafísico y psicológico–, ha tenido y tiene una incidencia especial en el mundo artístico, donde la luz desempeña un papel casi esencial y no sólo porque afecta a nuestra visión física, sino también a la simbólica. La leyenda recogida por Plinio el Viejo sobre el origen del dibujo como delineación de una sombra proyectada no dejó de estar afectada, en el mundo clásico occidental, de la misma desconfianza que generaba el propio arte, que, desde Platón, producía el recelo de todo lo que se percibía mediante los sentidos. El arte consiguió sobrevivir históricamente a estos escrúpulos filosóficos y morales tratando de disimular o atenuar este condicionante de ser una simple ilusión o engaño. Por ello, aunque es casi imposible plantearse una representación visual sin su envés sombrío, fue en el mundo moderno cuando comenzó el arte a explotar sin cortapisas este asunto crucial, que alcanzó su punto álgido cuando se dramatizó el meollo temporal de la vacilante luz. Ese punto álgido es lo que llamamos claroscuro, que consiste no sólo en constatar que todos los cuerpos materiales iluminados proyectan sombras, sino enfocarlos mediante haces luminosos artificiales para provocarlas y extraer su potencial expresivo e intimidatorio. En este sentido, desde la segunda mitad del siglo XVI hasta ahora mismo la dialéctica luz-sombra no ha dejado de explotarse e incluso se ha mecanizado con una tecnología cada vez más sofisticada. En el mundo contemporáneo significativamente las artes antes llamadas plásticas se denominan visuales con todo lo que ello comporta de pura luminotecnia.
La exposición titulada La sombra, comisariada por Victor I. Stoichita, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Friburgo y autor de un ensayo titulado Breve historia de la sombra (Siruela), sigue el caudal histórico comentado, arrancando desde los albores del Renacimiento hasta llegar a la actualidad, lo que incluye la fotografía, el cine y demás nuevos medios técnicos. No se ha limitado a simplemente consignar el aspecto técnico de este tema, sino también su importantísimo calado psicológico, que, a partir del psicoanálisis, identifica la sombra con lo inconsciente, como así se ha reflejado en el surrealismo, uno de los movimientos de vanguardia más influyentes del siglo XX. Es tan complejo y rico este mundo artístico de los juegos de luces que, según nos adentramos en nuestra época, puede resultar abrumador y ha obligado a los responsables de esta muestra a una imprescindible síntesis de naturaleza didáctica. Aun así, esta exposición no es sólo un conjunto de ejemplos que ilustran un problema, sino que contiene algunas obras de calidad formidable que se pueden disfrutar, permítaseme la redundante licencia, a cualquier luz.
La sombra sobre la mujer (1953)
Autor: Pablo Picasso (1881-1973). Óleo. Museo de Israel, Jerusalén. SE CONJUGAN en este cuadro varias de las obsesiones más recurrentes del artista malagueño: la del artista y la modelo, con toda su siempre muy ampliamente explotada por él dimensión erótica, pero también la de su afición a autorretratarse a contraluz o, lo que es casi lo mismo, como sombra. Como corresponde a este tipo de escena, se trata de un interior, lo que vincula mucho a Picasso al mundo de los nabis, como Vuillard, Bonnard o Valloton, por no hablar ya de Matisse, pero le pone un toque siniestro al asunto, no sólo por la irradiación de su sombra espectral, que cubre como una nube jupiterina al sensual y entregado desnudo de esta especie de Dánae, sino porque irrumpe la tenebrosa efigie invadiendo el espacio íntimo como si se tratase de la solapada presencia de un criminal. Es verdad que, a comienzos de la década de 1950, Picasso se entregó a muchos juegos de luces y sombras del taller de La Californie, pero hay pocos de una sexualidad tan amenazante, como ha de serlo la de los fantasmas. (Texto: Francisco Calvo Serraller)
La mañana angustiosa
La sombra (1981)
AUTOR: Andy Warhol (1928-1987); serigrafía sobre papel con polvo de diamante, 96,5×94,5 centímetros. Galería de Ronald Faldman, Nueva York. NO ES QUE FUERA muy frecuente en este artista, que trabajaba con la Polaroid en ristre, buscarle misteriosos tres pies al gato del rostro en sus retratos, entre otras cosas, porque pintaba estrellas, fisionomías de marca, y lo hacía precisamente para que se viera explícita y sintéticamente su identidad publicitaria; o sea: que pintaba cómo se fabricaba una máscara más que lo que se pudiera sorprender debajo de la misma, si es que cupiera haber algo, que él no daba la impresión de creerlo, salvo, claro, que se tratase de su propia imagen. Pero el asunto de esta serigrafía no es tanto nada egolátrico, sino, a mi modo de ver, un ingenioso desafío sombrío a los retratos cubistas de Picasso, donde se solapan la frontalidad y el perfil del rostro. Como siempre que se trata de una manifestación de agudeza de ingenio artístico, Warhol sale siempre airoso y aquí lo corrobora por la densidad significativa lograda mediante una simplificación extrema (Texto: Francisco Calvo Serraller).
La doncella corintia (1782-1784)
Autor: Joseph Wright de Derby (1734-1797); óleo sobre lienzo, 106×130 centímetros. National Gallery de Washington. ESTE INTERESANTÍSIMO pintor británico, aún no lo suficientemente popular que debiera, a pesar de haber influido en Goya, se caracterizó por un uso muy efectista del claroscuro, que aplicaba a la representación de temas científicos, industriales, pirotécnicos o volcánicos, siempre desde un prisma muy romántico. ¿Por qué entonces se le ocurrió abordar este asunto clásico de la invención de la pintura, que, según Plinio, tuvo como origen la delineación por parte de una joven corintia, hija del alfarero Butades de Sición, de la sombra que proyectaba sobre la pared su amante dormido? Que el móvil fuera erótico y la escena nocturna ya nos proporcionan el clima romántico, pero, sobre todo, es una temprana manifestación de cómo se iba a pervertir de manera moderna cualquier mito clásico, porque aquí no queda ya nada de la intención técnica y doctrinal de la explicación racional del origen de la pintura, sino su definitiva vinculación al mundo de los sentimientos y las pasiones. No debe tampoco engañarnos la técnica de refinado linealismo, que luego popularizó Flaxman, con la que está realizada esta pintura, porque es otro típico sofisticado arcaísmo romántico (Texto: Francisco Calvo Serraller).
La gran sombra (circa 1805)
Autor: Johan Heinrich Wilhem Tischbein (1751-1829); acuarela, 36×23 centímetros. Landesmuseum für Kunst und Kulturgeschichte, Oldenburg. EL MÁS DESTACADO miembro de una familia de pintores, J. H. W. Tischbein pasó a la historia como el más íntimo de Goethe entre la legión de pintores que buscaban prosperar junto al genio alemán. No en balde él fue quien nos ha legado la más conocida imagen de Goethe posando en la campiña romana, pero sería injusto subrogar su calidad, ya que no su fama, a este hecho singular, porque, como demuestra la acuarela La gran sombra, donde ésta se alarga retrepando por toda la habitación salvo por la puerta emisora de la luz, fue capaz de concebir imágenes de extrañeza sublime, que nos recuerdan las fantasías terroríficas del gran escritor romántico E. T. A. Hoffmann (1776-1822), su contemporáneo. Esta alucinante proyección sombría se escapa ya a cualquier control racional y adelanta no sólo el onirismo surrealista, sino la angustia kafkiana; en fin: la realidad como una proyección de los subterráneos del yo, sin excluir en ello otras versiones igualmente inquietantes, pero más simpáticas, como la fugitiva sombra de Peter Pan (Texto: Francisco Calvo Serraller)
La sombra. Museo Thyssen-Bornemisza. Paseo del Prado, 8. Fundación Caja Madrid. Plaza de San Martín, 1. Madrid. Hasta el 17 de mayo.
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