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Luz Emilia Aguilar Zinser y Lelia Driben flanquean a Fernando González Gortázar, durante la presentación del libro-catálogo del arquitecto y escultor, en el Palacio de Minería. (Foto Yazmín Ortega Cortés)
C iudad Juárez, Chihuahua, 24 de febrero, 2009. (RanchoNEWS).- Presentaron el catálogo-libro de arte de su exposición Series dispersas, que montó en SLP. Ninguna muestra me ha dado tanto placer; es la más hermosa de mi vida, manifestó el artista.«El arquitecto y escultor comparte entusiasmos con sus obras y la palabra»: Helen Escobedo. Una nota de Arturo García Hernández para La Jornada:
Cuando un periodista le preguntó a Diego Rivera por los sucesores de quienes esculpieron la Coatlicue y las cabezas olmecas, el muralista le respondió: «Se volvieron pintores».
La respuesta es sintomática de un hecho: «Durante casi todo el siglo XX la escultura fue el patito feo de las artes plásticas mexicanas».
Hoy la situación se ha invertido y la escultura mexicana atraviesa por un momento de gran riqueza, diversidad y calidad equiparables a las de cualquier otro lugar del mundo y a las de cualquier otra manifestación plástica.
Ahora, «los escultores no sólo no se están volviendo pintores, sino que muchos pintores se están volviendo escultores, han encontrado en la tridimensionalidad un campo de acción rico e insospechado».
La observación fue hecha por el arquitecto y escultor Fernando González Gortázar, durante la presentación del catálogo-libro de arte de su exposición Series dispersas, el pasado sábado, en el contexto de la versión 30 de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.
Esa muestra tuvo lugar en el Museo Federico Silva de Arte Contemporáneo de San Luis Potosí, entre septiembre de 2007 y enero de 2008.
Ejemplo de gestión cultural
Fernando González Gortázar aseguró que esa muestra «ha sido la más hermosa de mi vida; ninguna me ha dado tanto placer. Para llegar al extremo de decir esto, debo explicar que se combinaron una serie de factores: un espléndido trabajo curatorial, una museografía precisa, y el acto de generosidad de Federico Silva de haber aceptado por primera vez que su obra, que ocupa la planta baja del museo de manera permanente, fuera retirada temporalmente para dejar lugar a mi exposición».
Es la más hermosa de su vida no sólo por lo que se refiere a la obra y su montaje «sino también a la manera en cómo todo se llevó a cabo; yo no recibí otra cosa del gobierno de San Luis y del museo que cariño y solidaridad, apoyo y amistad.»
El artista tapatío elogió «la meritoria existencia» del Museo Federico Silva, el cual en muy poco tiempo se ha convertido en un referente de las artes plásticas mexicanas, pero –lamentó–, no deja de ser triste que sea el único recinto dedicado a la escultura de nuestro tiempo.
Según el escultor, el catálogo presentado también es una excepción: mientras que en el mundo todo museo que se respete acompaña sus exposiciones con un catálogo que las haga perdurables, en México «los catálogos frecuentemente aparecen mal, tarde o no aparecen. El hecho de que hoy tengamos este libro espléndido, es muy de agradecer, y creo que debería ser un ejemplo de cómo se hacen bien las cosas en el terreno de la gestión cultural».
Los comentarios sobre el libro y el artista estuvieron a cargo de Eduardo Vázquez Martín, director general de Desarrollo Cultural de la entidad potosina; de la crítica e historiadora del arte Lelia Driben, autora del texto incluido en el volumen, y de la escultora Helen Escobedo, quien por motivos de salud no pudo asistir al acto, pero envió un texto que fue leído por Luz Emilia Aguilar Zinser.
Visión poética del mundo
Vázquez Martín elogió la manera en que, como ocurre con cada gran artista, la vida y obra de Fernando González Gortázar están íntimamente relacionadas. Asimismo, resaltó su fidelidad a la materia, el ritmo de su geometría y su proporción, tanto en su trabajo arquitectónico como en el escultórico, al que dota de «su visión poética del mundo».
En el texto leído por Aguilar Zinser, Helen Escobedo expresó su admiración y cariño por González Gortázar, «hombre abierto y generoso que comparte sus entusiasmos, no sólo a través de sus obras, si no a través de la palabra, dos talentos que ya muchísimos quisiéramos tener.
«Como arquitecto y escultor –escribió Escobedo– González Gortázar mira más allá de su entorno inmediato, capta, repiensa, decide y actúa en favor de aquel espacio que le corresponde; con un concepto perfectamente ubicado, con un diseño largamente meditado, y tomando además en consideración al público, al que le corresponderá participar activa o pasivamente en la obra terminada.»
Después de señalar algunas de las obras que más le gustan del escultor (Cubo de herrumbre, La hermana agua), Helen Escobedo afirmó en su texto: «lo bueno de tener este libro, es darme cabal cuenta de cuánta de su obra desconozco».
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