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El escritor fotografiado entre libros en Murcia. (Foto: Guillermo Carrión)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 22 de abril de 2010. (RanchoNEWS).- Gontzal Díez de La Verdad entrevista a en Murcia, España, al escritor Jerónimo Tristante (Murcia, 1969), quien es licenciado en Ciencias Biológicas y apasionado por la Historia. Tristante compagina la literatura con las clases de biología en un instituto. El enigma de la calle Calabria es la tercera entrega de las aventuras del detective Víctor Ros, tras El misterio de la casa Aranda y El caso de la viuda negra. Su anterior y exitosa novela es 1969, que ocurre en un pequeño pueblo de Murcia entre curas, ufólogos, misteriosas desapariciones y un asesinato:
Tercera entrega de las aventuras y pesquisas de Víctor Ros, ahora en la Barcelona de finales del siglo XIX. Un hombre sagaz, intuitivo y osado este personaje creado por Jerónimo Tristante, una mente en permanente ebullición. Un tipo tozudo. En realidad, ambos lo son: Tristante y Ros. El enigma de la calle Calabria es una nueva aventura literaria, ágil, truculenta, con un laberíntico engaño.
¡Vaya éxito el de 1969! Hace unas semanas estuve en el VIP de la Gran Vía de Madrid y estaba «alicatado» con la edición de bolsillo de su novela. ¿Estará contento?
Estoy sorprendido. Pensaba que en Murcia podía funcionar, pero no creía que tuviera tanta repercusión. Los lectores se han identificado con la novela, unos por nostalgia y otros porque viajan a la Murcia que no han vivido. La gente me lo agradece por la calle. ¡En fin! yo soy el que tengo que agradecerles a ellos su dedicación.
Supongo que habrá dejado de dar clases y que la literatura le absorbe todo su tiempo.
Sigo con la docencia porque así no pierdo contacto con la realidad. Lo más complicado son las promociones, los viajes y las charlas; yo me documento en invierno y escribo en verano. Soy hiperactivo y siempre necesito estar haciendo algo; intento organizarme.
Un libro al año, no es mal promedio.
Quizá el ritmo ideal sería una cada año y medio..., pero hay que adaptarse a las necesidades de la editorial. Esta novela se ambienta en Barcelona y por eso ha aparecido unas semanas antes de San Jordi.
¿La literatura es un reto?
Una costumbre. Cuando no publicaba también escribía, es una vía de escape. Además, esa fase previa de documentación me relaja porque me permite aislarme del mundo y olvidarme un poco los problemas diarios.
Un viaje siempre hacia el pasado, ¿para cuándo una novela con los pies en el presente?
Tengo algunas ideas, pero me seduce el pasado. Siempre he querido tener una «máquina del tiempo» y la literatura me permite cumplir en parte ese deseo. Una novela es una propuesta de viaje y ya sé que suena tópico, pero el pasado nos ayuda a comprender el presente. 'El enigma de la calle Calabria ayuda a interpretar la situación actual de Cataluña porque nos adentramos en una ciudad que era gobernada desde Madrid como una colonia y vemos a una burguesía que aspiraba a medio independizarse pero que, a la vez, quería que Madrid mantuviese los aranceles sobre los paños de Manchester. Todo eso es un reflejo de lo que ocurre hoy.
Usted describe ese «seny» catalán con una frase: «Es mejor un mal acuerdo que un buen pleito».
Es así. Las relaciones entre España y Cataluña no se pueden borrar de un día para otro.
Víctor Ros casi se deja la piel en esta aventura, ¿usted también?
Mi obsesión es que el ciudadano de la calle lea y en eso sí me dejo la piel. Yo entiendo este negocio bajo la perspectiva de que quien compra uno de mis libros es una persona para la que yo trabajo. Intento dejarme la piel para no defraudarles, para que sepan que van a disfrutar, que van a enamorarse, que van a viajar en el tiempo. Un autor sin sus lectores no es nadie.
En su caso, sus lectores son legión... Más de 15.000 ejemplares vendidos de su última novela.
Nunca estaré lo suficientemente agradecido a mis lectores, que son los que me permiten seguir haciendo lo que me gusta.
Hay un cierto homenaje a la literatura de folletín, a esa literatura que apasionaba y que los lectores «devoraban».
La primera novela de la serie, El enigma de la calle Calabria ya la concebí como un homenaje al folletín. Intento narrar como escribían mis maestros: Wilkie Collins, Dumas, Arthur Conan Doyle, Stevenson o Dickens; grandísimos autores que hicieron leer a la gente sencilla; si viviesen hoy en día les acusarían de ser comerciales. Autores enormes que pensaban en el lector. «Folletín» es un término que hay que reivindicar, sobre todo porque vivimos en una sociedad «no lectora» y Dickens, con Canción de Navidad, en la sociedad victoriana con un índice de analfabetismo del 75%, logró vender 200.000 ejemplares, Por eso en este tiempo es necesario reivindicar esa forma de popularizar la literatura. Murcia no es una sociedad muy lectora y, sin embargo, con 1969 se ha volcado. ¿Por qué? Porque son historias cercanas que interesan al ciudadano.
Le interesa mucho la descripción, los detalles, que el escenario sea «muy» real para que la trama pueda ser muy libre y ficticia.
La novela negra permite siempre la descripción de una sociedad y de sus rincones más oscuros. La exageración de la trama es una excusa para detenerse en los detalles. He intentado hibridar el policiaco con la novela histórica para conquistar a los lectores de ambos géneros y, de momento, lo he conseguido. El marco siempre debe ser verosímil.
Le ha salido un tanto truculenta y tétrica esta novela.
Los detectives no tratan con el lado más amable del ser humano, Víctor Ros se enfrenta por fin a su «Moriarty» particular, una mujer que es un hombre; un personaje peligroso y duro. Uno de los grandes trucos del folletín para atrapar al lector es que el malo sea malo sin fisuras: sofisticado, peligroso, inteligente y difícil de batir.
Su hay un Moriarty, como en Sherlock Holmes, seguro que lo volveremos a ver...
Por supuesto. Seguramente en la cuarta entrega de Víctor Ros que transcurrirá en Italia. Lo pasará mal..., su mujer tendrá que encargarse de la investigación porque Víctor desaparece.
¿Tensión, seducción... cuáles son sus armas de escritor?
Un caso peliagudo, un personaje central: un detective capaz de conectar con el lector, y un escenario atractivo.
Una novela de contrastes que se mueve entre el Liceo y los poblados de chabolas,
Sí, recorre los ambientes más sórdido, los míseros poblados de andaluces, murcianos y extremeños, y también los lujosos salones de la gran burguesía. La sociedad del XIX era una sociedad de contrastes.
¿En serio que había 10.000 prostitutas en Barcelona en 1881?
¡Más había en Madrid! La prostitución era algo muy asumido. La liberación sexual de la mujer no se había producido y el ambiente de miseria social era inmenso. En las ciudades, el 70% de la población se dedicaba al servicio doméstico que, en muchas ocasiones y tras los abusos del señorito de turno, terminaba en la prostitución.
Siempre hay una lucha en sus novelas entre la razón y la superstición. Una lucha que, querámoslo o no, permanece vigente en nuestros días.
Yo soy un hombre de ciencia, pero también sé que la ciencia no siempre lo explica todo.
La intriga siempre, pase lo que pase y caiga quien caiga…
Todos somos unos grandes cotillas en este país y de ahí el éxito de la novela de misterio. A todos nos gustaría ser el protagonista de una de estas narraciones. El suspense no consiste en el miedo a saber que detrás de una puerta nos pueden arrear un cachiporrazo sino en las ganas de saber algo que ignoramos, ya sea quién es el asesino o quién ha dejado embarazada a la protagonista.
Hay una especie de homenaje adelantado en el tiempo a Salvador Dalí y la Fura dels Baus.
Hay una crítica a ese aspecto un tanto decadente del arte moderno, esa fina frontera entre la genialidad y la tomadura de pelo. Aquí se trata de una persona que llega escandalizando y se mete en el bolsillo a toda la bohemia barcelonesa. Esto ocurre muy menudo y hoy en día también hay muchos artistas y escritores con más pose que obra.
¿Es usted un nostálgico?
Nostálgico de lo bueno.
¿Qué nos salva de la tontuna, del aburrimiento, de la mediocridad?
Vivimos en un país en el que en los últimos años ha habido un alucinante ascenso de la mediocridad, sobre todo de la clase política, y eso se ha trasladado a otros muchos ámbitos de la sociedad. Todo esto causa una cierta sensación de abatimiento. Nos salvan algunos transgresores, algunos valientes, tres o cuatro, sin pelos en la lengua. Mantener la independencia cuesta mucho trabajo en estos días y los ciudadanos debemos siempre ser muy críticos, muy muy críticos con el poder.
¿Qué le deja perplejo?
Afortunadamente todavía la vida y el ser humano, con todo lo previsible que es, me siguen sorprendiendo todos los días. La vida moderna es muy rara.
Leyendo sus novelas uno tiene la impresión de que todos ocultamos algo, ¿qué esconde usted?
Soy muy formal, soy funcionario y tengo la vida muy ordenada..., quizá me gustaría atracar un furgón blindado; claro que no lo hago porque me pillarían. Todos tenemos un lado oscuro.
Una cita que lleva siempre en la memoria.
Me gustan mucho las frases de Winston Churchill, pero, por deformación profesional, una de Paco Taibo: la novela negra es aquella que parte de una investigación criminal y nos permite describir perfectamente cómo es una sociedad.
Ahora que llega el Día del libro, recomiéndeme un libro.
Un clásico, la que está consederada como una de las primeras novelas de detectives de la historia: La piedra lunar de Wilkie Collins.
Y, ¿ahora?
Acabo de finalizar una novela, La vida se va, que está ambientada en el año 43 en las obras del Valle de los Caídos. Una historia de amistad entre un oficial nacional y un preso republicano que investigan juntos una serie de crímenes. En fin, una excusa para poder contar cómo fue aquello de verdad. Al estudiar la Guerra Civil me he dado cuenta que el ser humano es capaz de lo más extraordinario y lo más vil, que alguien puede quitarse un trozo de pan para comer para dárselo al vecino y fusilar a otro vecino al día siguiente.
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