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Los más pequeños se convirtieron en pichones de cineastas. (Foto: Bernardino Avila)
C iudad Juárez, Chihuahua. 17 de abril 2010.(RanchoNEWS).- Con una cámara digital, papel, lápices de colores y paciencia, los niños lograron hacer sus propios dibujos animados. Noventa chicos de entre 6 y 10 años participaron del taller. El público podrá ver los resultados mañana al aire libre en la plaza San Martín de Tours. Una nota de Andrés Valenzuela para Página/12:
«¡Alguien que mueva el sol, por favor!», reclama una vocecita aguda. No es un chico en la playa ni uno cegado por una luz repentina mientras juega a la pelota en el parque. El inusual pedido es, aunque no lo parezca, una muy seria instrucción durante la grabación de un corto animado en el Bafici. Eso sí, el sol es de papel con brillantina dorada y la orden viene de un nene. Uno de los 90 niños de entre 6 y 10 años inscriptos para participar de AnimationBox, un taller de animación que se realizó el último fin de semana (del viernes al domingo) en el Hoyts Abasto. El resultado de los trabajos de estos jovencísimos cineastas se proyectó en una función privada para los creadores. La función para el público será mañana a las 19.30 –día de cierre del festival–, al aire libre en la plaza San Martín de Tours (Schiaffino y Posadas).
AnimationBox es una idea del sueco Erling Ericsson, autor del libro Animate it!, que circulaba entre nenes y adultos durante el taller. La idea es simple: con una cámara digital, papel, lápices de colores y paciencia los niños pueden hacer sus propios dibujos animados.
«Movemos un poquitito y filmamos», avisa una morocha de veintipocos con dos piercings mientras un grupo de nenes sigue sus instrucciones con fascinación. La propuesta es recurrir a la técnica de stop-motion: se fotografía una figura, se la mueve un poco, nueva foto, y así hasta culminar la escena o el relato. Luego, un programa de computadora se encarga de hilar todas las imágenes y pasarlas en sucesión, generando la ilusión del movimiento. Es decir, un dibujo animado. «¿Y si todos se escapan, en lugar de quedar atrapados?», quiere simplificar una flaquita de flequillo castaño y vestido celeste. «No, ¡mejor que el tiburón se coma a uno!», se entusiasma un cachetón de pelo revuelto, con ganas de dibujar sangre.
La escena es compleja. El grupo armó un escenario acuático laberíntico con plantas de plastilina y monstruos marinos. Tres intrépidos buzos recorren el agua con bastante mala fortuna. «Estos chicos vienen muy apocalípticos», suspira tras dos ojos claros y pacientes una chica alta, coordinadora del grupo que se embarcó en el relato más complicado del día. Son tantos los elementos a tener en cuenta, a coordinar el recorrido de la cámara y los movimientos de las fauces del tiburón, que mientras los otros grupos aplauden sus resultados o están grabando las voces, éste recién alcanzó la mitad de las fotografías que se proponen (200, a razón de 10 por segundo de animación).
«Lo importante, al ser grupos grandes, es lograr que todos participen y se sientan integrados», explica Livio, uno de los coordinadores. A él le tocó trabajar con nueve varones y una chica que contaron la historia de un choque automovilístico y la abducción de sus víctimas por un ovni. «Hay que conseguir tomar las ideas de todos, por eso es muy importante que cada uno tenga algo que hacer. Por ejemplo, si alguno no sabe dibujar bien, hay que sugerirle que ayude a mover las imágenes sobre el tablero, o que ponga las voces, pero que cada uno cumpla un papel y se sienta bien.» Tras la primera introducción y puesta en común, el resto es todo trabajo de los chicos. «Yo lo único que hice fue apretar un botón», reconoce el adulto señalando la laptop.
El taller dura cuatro horas. Al comienzo los padres se mantienen prudente y tímidamente en los márgenes, sentados cerca de las paredes de la sala. Cuando los chicos pasan al estudio-caja, lentamente los grandes se van animando, caminan –cámaras digitales en mano– y estiran el cuello para ver cómo están quedando los trabajos de los chicos. Luego se escucharán voces de aliento y aplausos.
Como es natural, a los niños más pequeños les cuesta mantener el entusiasmo durante un tiempo tan largo. «Algunos se aburrieron y pidieron irse más temprano», explicaba un integrante de la producción del taller. «Pero al día siguiente eran más grandes y tienen más pilas», señala. Inevitablemente, durante las tomas hay tiempos muertos. Algunos aprovechan para corretear o jugar. Otros vuelven a dibujar.
«En casa mi hijo se apropió de la cámara y se filma a sí mismo», cuenta Mariana, que lleva un bebé a upa. Su hijo de siete años tiene una remera a rayas verdes y un entusiasmo evidente. «El año pasado habíamos venido al Baficito y esta vez él mismo me preguntó cuándo se hacía, así que cuando vi que se hacía este taller lo inscribí. Hay que estimularlos con lo que ellos quieren –reflexiona–, si tratás de hacer lo que vos querés, no se enganchan».
–Profe, ¿podemos ver cómo está quedando? –pregunta un rubiecito enérgico de corte cacerola.
–¡Wow! –se entusiasma el grupo cuando Livio pone play.
–¡Va a ser una buena escena! –sentencia un chico.
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