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El editor argentino . (Foto: Leandro Teysseire)
C iudad Juárez, Chihuahua, 7 de febrero 2011. (RanchoNEWS).- «Todos los días voy a la guerra», dice un joven editor de ciencias sociales. Apenas insinúa una mueca de resignación en ese rostro de niño inmune a las cicatrices del tiempo. Como ralentizando la escena, la mirada repasa la biblioteca, estante por estante –de Michel Foucault a Roland Barthes, de Pierre Bourdieu a Paulo Freire, de Adrián Paenza a Eduardo Galeano–, con los 300 títulos que ha publicado desde que está en guerra. Desde que aceptó –hace poco más de diez años– el desafío de volver a poner en funcionamiento la filial argentina de la editorial mexicana Siglo XXI, fundada por el emblemático Arnaldo Orfila Reynal. El laconismo gestual de Carlos Díaz contrasta con la sonoridad teatral de su confesión. La escenografía del drama bélico, su amplia oficina en la casona de la calle Guatemala, en el barrio de Palermo, tampoco ayuda para captar la frecuencia modulada de esa frase de cabecera que repetirá más de una vez ante Página/12. La memoria se clava en el ángulo de una fecha mítica: 9 de octubre de 2000. Tres días después de la renuncia del vicepresidente Carlos «Chacho» Alvarez, «tomamos la decisión de reabrir, exactamente en el principio del fin», recuerda. Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:
La historia de la editorial requiere de un brevísimo encuadre temporal. Siglo XXI se instaló en el país en 1966. Había hambre de gloria en ese emprendimiento que parecía estar destinado a ser un «monstruo», de la mano de un catálogo que pronto se convirtió en referencia ineludible para las ciencias sociales. Alberto Díaz –el padre de Carlos– piloteó el rumbo entre 1970 y 1976. El golpe y la dictadura truncaron el proyecto. De un día para otro, hubo que cerrar. No quedó nada. Muchos libros, como se sabe, fueron quemados. Durante años, los mexicanos conjugaron obsesivamente un único verbo: volver. En abril de 2000 probaron suerte con un stand en la Feria del Libro. Recién egresado de la carrera de Sociología, Díaz asumió la responsabilidad de coordinar ese stand. El director de Siglo XXI, el mexicano Jaime Labastida, entusiasmadísimo con los resultados, pero con la cautela aceitada por el oficio, le encargó un estudio sobre las posibilidades de montar una distribuidora o una editorial. Alumno aplicado y meticuloso, Díaz preparó el trabajo y le entregó el informe.
Nunca en mi vida había imaginado que trabajaría en una editorial, a pesar de que mi viejo es editor. Yo estaba haciendo mi carrera como sociólogo y creí que una vez que les presentaba el informe se acababa mi vínculo con ellos. Ni se me cruzaba por la cabeza que me pudieran ofrecer a mí, sin ningún tipo de experiencia, hacerme cargo de la editorial. ¡Y más con 25 años!
Díaz subraya una y otra vez que no tenía experiencia editorial ni empresarial. «Siempre me acuerdo de algo que me quedó grabado. Cuando fui al banco, me presenté y les dije: ‘Somos una empresa, queremos abrir una cuenta’. El tipo que me atendió me preguntó: ‘¿una caja de ahorro o una cuenta corriente?’ Y yo lo miré asombrado y le pregunté: ‘¿cuál es la diferencia?’. Tenía 25 años y no tenía idea de nada», repasa el editor.
¿Qué balance hace de la experiencia de empezar de cero en el oficio de editor?
Fueron años maravillosos; tuve que aprender cómo se hace un libro, todo el proceso, desde comprar papel hasta encargarme de mandar todo a la imprenta. Dar una entrevista me costaba; yo me moría de nervios cuando me preguntaban algo porque no estaba canchero. Siempre lamenté no haberme formado, no haber tenido alguien al lado que me enseñara. Al mismo tiempo sé que estuvo buenísimo haber estado solo; fue un trabajo enorme en términos personales. Haber aprendido todo y ver los resultados después de 10 años es un gustito que no me saca nadie.
El año de gracia para que Siglo XXI lograra instalarse coincidió con el 2001. El proyecto original, «una inversión chiquita», consistía en importar libros de México y poco a poco construir el catálogo argentino. La crisis cambió el rumbo previsto. «El 1º de enero de 2002 tuvimos que dar un giro de ciento ochenta grados en la estrategia que habíamos planteado porque se volvió imposible importar. Apelamos a la famosa sustitución de importaciones y empezamos a hacer acá los libros más importantes que importábamos. Al mismo tiempo aceleramos el proceso de desarrollo de nuestro catálogo; con lo cual, al final, la crisis nos ayudó muchísimo», reconoce Díaz. «Dicho así suena fácil, pero tuvimos una ventaja: maniobrar en una coyuntura de crisis cuando tenés una estructura chiquita es más fácil que si tenés una estructura monstruosa».
El primer título del catálogo argentino fue Tiempo presente, de Beatriz Sarlo. «El libro se sigue vendiendo muy bien hasta el día de hoy; fue el mejor comienzo posible, una experiencia lindísima. Siempre le reconozco a Beatriz su generosidad por haber confiado en un proyecto que en ese momento no existía. Éramos tres personas en un departamentito de dos ambientes, sobre la calle Lavalle. Siglo XXI podía tener una historia llena de gloria, pero éramos tres personas». La editorial nació como un proyecto político-cultural, espíritu que Díaz ratifica que se mantiene. «Tenemos que ser una empresa en el sentido estricto de la palabra; si no somos rentables, cerramos. Pero es una empresa un poco atípica. Siglo XXI cumple ahora 45 años y nunca repartió el dinero entre sus accionistas. Siempre que hubo ganancias, se reinvirtió en la editorial; es una tradición en México y acá pasó lo mismo. Los años en que nos fue muy bien reinvertimos en hacer más libros, y también una parte importante fue a parar a la compra de esta casa».
¿Cómo se consigue armonizar un catálogo de libros académicos con una pata fuerte en la divulgación, a través de la colección «Ciencia que ladra»?
Siglo XXI en las décadas del ’60, ’70 y buena parte de los ’80 fue una editorial comercial poderosísima; el tipo de libros que hacía era muy demandado en el mundo. Pero entró en crisis en los años ’90 con el cambio de paradigma. El catálogo de Siglo XXI envejeció de una manera espantosa con la caída del Muro. Debe haber pocos casos de envejecimiento de catálogo tan brutal y repentino. Dejando de lado esa etapa crítica, Siglo XXI siempre hizo muy buenos libros, ediciones muy cuidadas. Cuando le preguntaban a Orfila Reynal por qué había tomado tal o cual decisión, decía: «Todo está en el catálogo». Es muy difícil para un editor, salvo que tenga una altísima autoestima, ponerse a explicar su catálogo. Hay cuestiones que son poco glamorosas porque obedecen a razones inconfesables o poco atractivas. Arrancamos con muchas colecciones; con algunas nos fue espectacularmente bien, con otras nos fue muy bien y con otras bien a secas.
La colección Ciencia que ladra, que dirige Diego Golombek, le dio a la editorial mucha visibilidad. En 2002 se publicaron 5 títulos; en 2003 hubo una pausa y en 2004 relanzaron los títulos ya editados y contrataron nuevos. En 2005 llegó el despegue definitivo con un fenómeno inesperado: Matemática, ¿estás ahí?, de Adrián Paenza. Los cinco libros de Paenza llevan vendidos más de medio millón de ejemplares en todo el mundo. Otro caballito de batalla es Eduardo Galeano. Desde 2010 se está reeditando toda la obra del escritor uruguayo. En marzo se publicará La canción de los otros, una novela que hace años no se consigue.
¿Qué perfil tiene hoy la editorial, después de diez años de trabajo?
Siglo XXI no existía en la Argentina y hoy ocupa un lugar muy importante dentro del universo de las humanidades. A cualquier intelectual o autor importante que quiere publicar un libro le gustaría hacerlo en Siglo XXI. No es que somos la más importante, ni la más grande, ni la mejor. Siglo XXI recuperó en la Argentina un lugar preeminente y es una editorial de referencia para los intelectuales y académicos. Algo que me propuse fue sacar a Siglo XXI de ese nicho híper académico; que no sea vista sólo como una editorial académica. Seguimos teniendo ese perfil, pero hay otras líneas más de divulgación y de ensayos, o autoras como Beatriz Sarlo, que puede ser leída por un público más amplio. Hubo un trabajo de hormiga para que Siglo XXI ocupara este lugar.
¿Cuáles son las dificultades que enfrenta la editorial para proyectarse hacia toda la lengua castellana?
Ser una buena editorial de ciencias sociales con proyección a toda la lengua es muy difícil. Desde Argentina es un trabajo artesanal. Cada libro importante que hemos conseguido es por relaciones personales con el autor, con los herederos o porque que quedó olvidado en algún catálogo. Contratar un libro de (Zygmunt) Bauman hoy es imposible. He tenido situaciones desagradables, dolorosas, en las que perdí obras por una cuestión de anticipo. Un caso reciente fue con el último libro de Bruno Latour. Nosotros ofrecíamos un anticipo equivalente a los primeros 4000 ejemplares vendidos. Cuando me dijeron que había otra editorial española interesada, propuse partir los derechos para España y América. Pero los españoles ofrecieron un anticipo que equivalía a los 9000 ejemplares, que yo sé que no voy a vender ni en 5 años. No puedo dar un salto al vacío. No puedo equivocarme porque tengo poca espalda. En nuestro catálogo no hay clavos. A lo sumo de algún título que sabía que no iba a ser un gran éxito hice 1500 ejemplares. El primer año vendió 800, el segundo 300, y me quedan 400 ejemplares para los próximos años. Nunca me pasó de publicar 5000 ejemplares y vender 500. No porque seamos brillantes, sino porque conocemos nuestro nicho. La asimetría es un problema que no tiene solución; es muy difícil apostar a tener el último Bauman desde una editorial independiente.
A pesar de que pasaron diez años, ¿va a la guerra todos los días o exagera un poco?
Sigue siendo así: todos los días voy a la guerra. Disfruté más el trabajo en los primeros años que ahora, aunque me encanta lo que hago. Cuando una editorial crece, empiezan los líos. Y de todo tipo. Los líos con un autor, con los impuestos, con la guita que falta para lo que hay que pagar en un mes, un problema con un empleado..., este tipo de cuestiones recaen sobre mis espaldas. Hace unos años que una parte importante de mi trabajo es resolver esos problemas, y eso hace que le tenga que quitar un poco de tiempo a lo que más me gusta: los libros, los autores, nuestras colecciones. Nosotros empezamos desde abajo y el recorrido hasta llegar a nuestro techo fue meteórico. El trabajo de estos años ha sido descomunal. Es maravilloso lo que nos ha pasado, pero al mismo tiempo ha sido agotador.
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