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Dibujos en busca de la perfección. (Foto: Museo Departamental Henri Matisse de Cateau- Cambérsis)
C iudad Juárez, Chihuahua, 7 de noviembre 2011. (RanchoNEWS).- Para Henri Matisse (Cateau-Cambrésis, 1869 - Niza, 1954), sus dibujos eran obras de arte a parte entera, de la misma forma que sus lienzos. El Museo departamental Henri Matisse de su ciudad nativa, en el norte de Francia, agrupa por primera vez el grueso de su obra dibujada, desde los primeros esbozos y retratos de principios de siglo, hasta sus dibujos más monumentales, en un viaje marcado por la búsqueda minimalista por la perfección. La muestra reúne un total de 137 obras, de las cuales unas 90 nunca se han mostrado al público. Una nota de Ana Teruel para El País:
«El dibujo con pincel y tinta es una práctica que le ha acompañado a lo largo de toda su carrera, que ha evolucionado con el tiempo y que es esencial para Matisse», explica Patrice Deparpe, conservador adjunto del centro de Cateau-Cambrésis. «Representa la forma de expresarse en el espacio con un mínimo de material, buscando la pureza y la perfección, es una técnica que ha revolucionado el arte occidental».
Matisse empieza a dibujar en las calles del París a principios de 1900 con su amigo el pintor Albert Marquet, aprendiendo a captar el movimiento, y a partir de 1946 se centra ya en los dibujos realizados con pincel y tinta china. Empieza así con sus retratos, como el de una de sus modelos preferidas, Lydia Delectorsakaya, al que sigue una larga serie de dibujos de una extrema simpleza en los que bastaba «con una señal para evocar el rostro», como explicaba el propio artista.
A los rostros, que evolucionan bajo la influencia del descubrimiento del arte esquimal hacia las máscaras, se suman rápidamente las naturalezas muertas y los paisajes, que poco a poco van culminando también hacia un estilo muy depurado. En ese afán perfeccionista y buscando la justeza del gesto, Matisse estudia detenidamente la caligrafía china que produce con detalle.
A partir de 1948, sus dibujos alcanzan dimensiones monumentales, con los realizados para la capilla dominicana San Rosario de Vence, en el sureste de Francia, donde se ocupó de todos los detalles decorativos, incluido el gigante retrato de Santo Domingo y la escena del Camino de la Cruz de Jesús Cristo. «Estos dibujos tienen que salirle a uno del corazón», explicó Matisse a Picasso en referencia a este trabajo.
Entonces se centra ya en grandes dibujos, como la impresionante serie de acróbatas, en la que Matisse transmite el movimiento con un solo trazo de pincel. Otra de sus obras cumbre que se puede ver en la muestra es la serie de los árboles, unos trabajos preparatorios para los que dibujó a tamaño natural y que cubren majestuosamente dos paredes del comedor de su editor, André Tériade, en Saint-Jean Cap Ferra, en la Costa Azul. «Cuando uno dibuja un árbol, no hay que olvidarse que tiene raíces, aunque no se dibujen», escribió Matisse.
Además de recordar el talante de dibujante, su dedicación exclusiva por este arte en sus últimos años, y su continua exploración del perfeccionamiento, la exposición, que está abierta al público hasta el 19 de febrero, dedica el última apartado a artistas contemporáneos, en los que busca los ecos del trabajo de Matisse.
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