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María Blasco, una de las protagonistas del libro, en su laboratorio. (Foto: Alberto Di Lillo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 7 de noviembre 2011. (RanchoNEWS).- En el sombrío panorama actual, una llamada al optimismo como la que se desprende del título de este libro me inclina a recomendarlo vivamente, incluso antes de interesarme por su contenido, tal es la infrecuencia con que se encuentran combinadas las palabras «futuro» y «optimista» en los textos contemporáneos. Pero seamos prudentes y comprobemos la mercancía. Una nota de Francisco García Olmedo para El Cultural:
Mark Stevenson se propone contestar a la pregunta ¿Qué viene ahora? a través de un viaje de vuelta al mundo en busca de los autores de las ideas más prometedoras y, en especial, de los optimistas más radicales. Dado que, en la industria de la futurología, que es la industria del miedo, los pesimistas son socios manifiestamente mayoritarios, la elección de Stevenson supone un sesgo indudable que le obliga a sustentar su relato en la posible solidez de los argumentos, más que en la generalidad con que las conclusiones son compartidas.
La lucha por los recursos naturales, el hambre actual y los retos agroalimentarios del medio siglo, el colapso de los ecosistemas o de sociedades enteras, la gestión de viejas y nuevas epidemias o las cuestiones relativas al cambio climático son algunos de los principales problemas a que nos enfrentamos y todos ellos constituyen retos complejos cuya solución no pasa exclusivamente por que se cumplan determinados avances tecnocientíficos, aunque sin éstos no se pueda encontrar la salida. Al omitir en su itinerario los hitos relativos a la economía, la sociología o la política, es obvio que el optimismo de Stevenson deberá circunscribirse a la posibilidad de desarrollo de ciertos elementos necesarios, sin llegar a cubrir el repertorio completo de lo suficiente. Veamos si ese optimismo es contagiable.
El libro se divide en cuatro partes: la tres primeras se refieren al hombre, la máquina y la tierra, respectivamente, mientras que la cuarta se titula «Reinicio». Stevenson empieza su itinerario camino de Oxford, donde quiere dialogar con Nick Bostrom, fundador del Future of Humanity Institute y adalid del «transhumanismo», término introducido por Julian Huxley (Religión sin revelación, 1927) para designar la capacidad de la especie humana para trascenderse a sí misma tanto física como intelectualmente. Si bien las ideas de Bostrom son acogidas con escepticismo y sin respeto desde el ámbito científico, sí hay avances tecnocientíficos bien fundamentados que podrían considerarse en línea con dichas ideas.
Me refiero, por ejemplo, a la capacidad de computación electrónica en relación con el avance del conocimiento humano o al simple uso de unos flejes de fibra de carbono en sustitución de sus piernas, perdidas en accidente, que permiten al deportista Pistorius obtener marcas atléticas casi olímpicas. No es impensable que, en un futuro próximo, la robótica nos brinde extremidades artificiales más eficientes que las naturales, baste considerar la creciente proporción de ciudadanos que deambulan por la calles con excelentes prótesis de cadera hechas con materiales biocompatibles.
Se interesa Stevenson por las ideas más radicales respecto a la longevidad y el control del envejecimiento, llamando especialmente su atención los recientes resultados obtenidos, precisamente en Madrid, por la investigadora María Blasco (Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas): unos ratones que sobreexpresan transgénicamente una enzima llamada telomerasa logran vivir un 30 por ciento más tiempo que los normales. Dichas investigaciones se basan en las realizadas por Elizabeth Blackburn, Carol Greiter y Jack Szostak sobre Tetrahymena, un protozoo microscópico de agua dulce. Los citados científicos, que recibieron el premio Nobel de medicina en 2009, encontraron que la persistencia de la telomerasa era uno de los factores responsables de la inmortalidad de dicho organismo. Estas observaciones abren una amplia avenida para los estudios sobre la longevidad pero no justifican algunas afirmaciones de los optimistas más salvajes, como la de aquél que asevera que el primer humano que vivirá un milenio tiene hoy sesenta años.
Viaja luego el autor por el caudaloso río que fluye a partir de la secuenciación del genoma humano, cuya primera versión se completó en el año 2000, y del incipiente desarrollo de la llamada biología sintética. En este aspecto es más fácil intuir la enorme capacidad de manipular genéticamente a los seres vivos y al ser humano con vistas a subsanar defectos genéticos, potenciar las capacidades innatas y desarrollar nuevos procesos y productos útiles. El abaratamiento de la secuenciación genómica la ha hecho asequible al individuo, abriéndose la posibilidad de la medicina personalizada, la terapia génica e incluso, puestos a fantasear, la ingeniería genética con fines eugenésicos. Más allá del transhumanismo, muchos ven a personas como Craig Venter, el director del proyecto privado de secuenciación del genoma humano, como un científico que juega a ser Dios, en su afán por desarrollar la biología sintética, empezando por la síntesis ex novo de un genoma bacteriano funcional, ya conseguida, y por crear eventualmente una célula artificial capaz de realizar los proceso más diversos, incluido el de conversión de la energía solar.
Bajo el título de «La máquina» se agrupan una serie de capítulos que discurren por el territorio de la computación, la inteligencia y la creatividad artificiales, la nanotecnología, la robótica y la creación de quimeras naturales/artificiales, un territorio plagado de sorpresas y de promesas, no todas ellas con grandes probabilidades de cumplirse. En la parte dedicada a la tierra aborda cuestiones tales como el cambio climático, la innovación relacionada con las fuentes alternativas de energía, el secuestro de anhídrido carbónico, los recursos limitados o la fertilidad del suelo, siempre en procura de lo más innovador y lo más potencialmente fantástico, para terminar el viaje en estado de perplejidad, presa de una cierta confusión respecto a cómo ensamblar las piezas del rompecabezas. Decide salir del entuerto viajando a ese oscuro continente virtual de la información y su tratamiento, en la actualidad y en el futuro.
El de Stevenson ha sido un viaje físico de más de 100.000 kilómetros, un recorrido por todos los continentes, que él narra de forma muy amena, sin omitir los retratos de los personajes con los que se encuentra ni la descripción de los paisajes que atraviesa. El viaje ha sido además una aventura virtual, como necesariamente tiene que ser un viaje al futuro, de la que saca una conclusión optimista sobre lo que se nos avecina, mencionando tibiamente algunas de las posibles contraindicaciones de los avances previstos. Les transmita optimismo o no, la narración interesará y no aburrirá a los lectores que quieran visitar muchos de los frentes, no todos, en los que la investigación tecnocientífica trata de resolver algunos de los problemas del futuro. Pero nuestro destino no depende en exclusiva de lo que aprendamos sino también de lo que hagamos con lo que sabemos y con lo que sabremos.
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