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El narrador argentino. (Foto: Página/12)
C iudad Juárez, Chihuahua, 7 de noviembre 2011. (RanchoNEWS).- El autor de El alud señala que los cuatro relatos de alto voltaje de su último libro --Monsa, Ley seca, El sátiro de Villa Martelli, Estampida de zombis-- arrancaron con un par de preguntas modeladas por la cláusula «qué pasaría si»... Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:
Hebras paranoicas de un oscuro presentimiento rasgan el velo de lo cotidiano en apenas un parpadeo. Un adolescente viaja en colectivo camino al Unicenter, con su novia y la madre de ella inspeccionándolos de cerca, cuando imagina que dos extraterrestres terroristas toman posesión del volante luego de acribillar al chofer. «Vos no entrás», le dice un patovica a un pibe que tiene zapatillas. Después de rebotar en el boliche se cruzará con un dictador ecologista –«un gringo imbécil» cuya «mierda» extremista podría desembarcar en el país–, a quien intentará matar. El fin del mundo –o eso parece– estalla cuando un diseñador gráfico free lance, enloquecido por los sollozos demasiado inflamados de su bebé, no encuentra a su hijo donde debería estar. En una tarde límpida, soleada, sin nubarrones en el frente, una estampida de zombis, miles de cuerpos desnudos correteando desaforados por las calles de Buenos Aires, invade el microcentro porteño, desestabilizando el sistema. Estas son las cuatro hebras paranoicamente electrizantes de los cuentos de 380 voltios (Pánico el Pánico), de Esteban Castromán.
El autor de La perfección de lo imperfecto, Fin y El alud –novela que recibió una mención especial en el Premio Indio Rico 2010– cuenta que, como todo lo que escribe, los cuatro cuentos de alto voltaje de su último libro –Monsa, Ley seca, El sátiro de Villa Martelli, Estampida de zombis– arrancaron con un par de preguntas modeladas por la cláusula «qué pasaría si»... «Me gusta pensar disparadores que a simple vista no encajarían en cierta lógica, donde dialogan diferentes géneros e ideas: el horror, el conurbano, cierto lenguaje oral, la paranoia, como si fueran diferentes capas que van conformando una atmósfera narrativa --explica Castromán en la entrevista con Página/12--. La maquinaria de la ficción, más allá de lo que pase, la veo como el procedimiento de la música noise; por eso a veces flasheo con la idea de literatura noise, de trabajar con las frecuencias, con la distorsión. La historia viene de una manera, se distorsiona y vuelve. Es como apretar un pedal de distorsión y volver a la columna vertebral de la canción».
A uno de los creadores de la editorial Clase Turista, sello donde publicó en coautoría el poemario Horny Housewife Kidnapped y el libro de «autoayuda» Manual de supervivencia para los días del gran desastre, la intensidad eléctrica le calza como anillo al dedo de sus obsesiones estéticas. «Pueden gustar o no las cosas que escribo, pero de alguna manera te llevan a subirte a una montaña rusa más hardcore, que de pronto te arrastra. Prefiero la lectura de un tirón, que sea como un balazo, un martillazo», subraya Castromán.
¿La intención de los cuentos de 380 voltios sería generar el mismo efecto que produce una canción?
Depende la canción... aunque no sé si eso es lo que busco como efecto de lectura. El lenguaje de la música es más visceral, menos racional. Una canción te puede llegar a conmover por la melodía, por el solo de guitarra, por la batería, por lo que fuera. Es cierto que está bueno que un relato tenga diferentes puertas de entrada para que te pueda conmover. La respuesta sería sí: me encantaría que un relato pudiera producir un efecto similar a una canción, que te mueva algo. Pero no es una intención deliberada, aunque sería ingenuo pensar que las cosas no tienen efecto. Si uno es consciente que lo que lee, mira, consume tiene efectos, lo bueno sería pensar cómo sería ese efecto de sentido y trabajar también sobre esto. Sobre la instancia de lectura más que de la escritura. Si una historia empieza y queda en algo tibio, no me interesa seguirla escribiendo porque me pongo en el lugar del lector. Me encantaría leer algo que me flashee. Me pasa con todo lo que escribo. Tengo una idea y quizá estoy horas pensando cómo seguir. Pero es una idea muy pulsional, visceral más que racional.
Lo que parece «racional» es que un libro de cuentos donde el hilo conductor es la paranoia se publique por Pánico el pánico...
Está buenísimo, es toda una performance. Hay una coherencia en eso. Incluso en la presentación del libro, invité una banda noise, Asalto al parque zoológico, un grupo de chicos de veintipico de años. Leí una paginita de un manual de física de los '50 en el que se cuenta cómo se produce la electricidad. De fondo ellos hacían un colchón de música, hasta que arrancaron con temas al palo y no se podía escuchar. Estaba mi vieja y me dijo: «Me voy, no puedo soportarlo». Y pensé: «Genial, lo logré» (risas). Hay algo que trasciende al libro; uno cuando lee relaciona lo que lee con su vida, con lo que ve, como si fueran hipervínculos y paratextuales de todo.
¿Por qué ese interés por lo paranoico?
Tiene que ver con el miedo y con mi amor hacia el género del cine de horror. Creo que la primera sensación que tiene un ser humano es el miedo; es un costado muy primario y visceral y me gusta mucho explorar esa zona, ese impulso primitivo; ese andarivel es un campo que literariamente se puede trabajar de una manera placentera para mí.
Aunque el foco de la paranoia se dirige a la ciudad en 380 voltios, ¿el tema está también en el campo?
La paranoia está en todos lados. El tipo de campo flashea con la luz mala, con el cuatrero y la gallina. Lo pagano en la ciudad es otra cosa, es el "familiar" que me quiere chorear. La paranoia es una cuestión inmanente, aunque probablemente haya ámbitos donde se amplifique. Y está bueno que así sea: no hay que tenerle miedo al miedo; hay que hacerse cargo de que no somos invencibles, que no somos inmortales. A partir de esa falencia, de esa debilidad, uno tiene que construir sus fortalezas.
El miedo quizá sea como un murmullo impalpable. Castromán revela que lo que le produce temor no puede decirlo. Pero lo intenta. «Hay miedos comunes relacionados con el futuro y qué va a pasar con el mundo; ahí es donde se toca la ficción con las ideas de mundo que uno tiene. Ésta es una época muy paranoica: prendés la tele y todo el tiempo se habla de desastres. Estamos atacados por la paranoia, el temor y el miedo –plantea el escritor–. Pero también uno piensa y se pregunta: ¿cómo era antes? En la edad Media el mundo era un desastre. En el siglo XX, con las guerras mundiales, lo mismo. Siempre ha habido una idea de apocalipsis; la cuestión es cómo amortiguar ese sufrimiento, aunque suene un poco pesimista».
Tal vez en todo paranoico haya un pesimista en potencia...
Soy optimista, me encanta la vida, soy muy vitalista, pero no niego que las cosas tengan su lado perverso. Quizá por eso me gusta tanto el cine de horror. No me da miedo pero sí me perturba. Uno podría preguntarse qué es el horror hoy, qué sería hacer una película como El inquilino (1975). Me parece que la pregunta por el horror es una pregunta pendiente que sirve para pensar un poco qué nos asusta. Si bien no creo que 380 voltios sean relatos de horror, quizá se hace la pregunta por el horror. Si me preguntás cómo está este vaso, te digo que está medio lleno; pero vos podés decir que soy muy optimista porque está casi vacío (risas).
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