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El cantante y compositor cubano. (Foto: Octavio Hoyos)
C iudad Juárez, Chihuahua. 18 de febrero de 2013. (RanchoNEWS).- El barrio Colón, uno de los más populares en La Habana, vio nacer a Francisco Fellove, mejor conocido como El Gran Fellove. Y es uno de los más famosos, nos dijo en ocasión de su octogésimo aniversario el cantante y compositor, «porque ahí salía una comparsa que siempre se llevaba los premios en los carnavales. El barrio agarró un auge tremendo y la gente lo consideró como uno de los mejores de Cuba», escribe Xavier Quirarte para Milenio
Pero la pasión de Fellove por la música y por la vida se ha agotado, informa un escueto correo electrónico de Rocío Montes; murió el viernes en un hospital de la Ciudad de México. Gracias a Rocío, más que su representante su gran amiga, el artista cubano que tantos años radicó en México volvió a los escenarios y, en una época en que otros viven en el retiro, contagiaba al público con su ritmo. Recuperamos, en su memoria, algunos fragmentos de aquella entrevista.
El camino de la música estaba en sus genes, le vino como marca de nacimiento. Sonriente, parodia la canción Cómo fue, que forma parte del repertorio de uno de los precursores del filin cubano: «Yo mismo no sé decirte ni cómo fue, pero veía un tambor y lo tocaba, agarraba una clave y la tocaba. Yo era muy aventado y eso me valió para que la gente me catalogara: ‘Lo que haces está bien hecho, no tienes problemas con respecto a la música. Fui creciendo, y como tenía que trabajar en algo, me dediqué al oficio de la joyería».
Pero la tentación por la música era grande y grandes los intérpretes que lo impulsaban a seguir los pasos de las musas, así que un buen día dejó las piedras preciosas para mejor bruñir las notas del pentagrama. Muy jovencito, a los 16 años, escribió Mango mangüé, canción que salió de observar a un vendedor de mangos en la calle. La pieza fue grabada por Miguelito Valdés, quien luego la llevaría a su espectáculo en el Club Tropicana. En la isla se fue corriendo la voz del talento de Fellove y pronto Arsenio Rodríguez y los integrantes del Conjunto Casino lo invitaban a sus programas de televisión.
Época de esplendor
El destino de Fellove estaba en México, adonde llegó en 1955 incitado por su gran amigo José Antonio Méndez, quien solía decirle: «Fellove, quiero que conozcas México. Te vas a sentir increíble, vas a ver un país de maravilla». Tan hondo calaron sus palabras, que noches soñaba con el país que su amigo le había descrito. «Llegué y de inmediato me encontré con el productor Mariano Rivera Conde, a quien José Antonio le había hablado mucho de mí. A don Mariano le gustó mi timbre de voz y me grabó varias canciones. Aquí inventé el ritmo que llamé chúa chúa, en donde hacía instrumentaciones con la voz. Ese ritmo se hizo muy popular y caminamos como no te puedes imaginar».
En la sangre de Fellove corre la savia del jazz, ritmo que vivió muy de cerca cuando radicó en Nueva York, sobre todo con los músicos latinos. «Trabajé en el Palladium, el salón de baile más famoso de Estados Unidos, y alterné con Tito Rodríguez, Tito Puente, Machito y toda esa gente. Aquello se ponía tremendo, pero desafortunadamente quitaron el salón».
Durante varios años Fellove grabó para RCA, sello entonces reservado a los grandes artistas. Más adelante cambió a Mussart y Discos Gas. Desafortunadamente la situación en el ambiente artístico y las disqueras sufrió severos cambios que privilegiaron a los artistas de probeta. «Se acabó el mercado y se acabó la gente de talento en la producción, como don Mariano. Se fue la gente de genio para la música, los verdaderos directores artísticos, y llegó una pila de improvisadores. Ahí fue donde México se vino para abajo, porque en las compañías no había gente con talento para grabar».
A este país lo adoro
Durante una de nuestras charlas, Fellove reflexionaba sobre el hecho de que su vida habría cambiado si hubiera aceptado alguno de los ofrecimientos que le hicieron para quedarse a vivir en Estados Unidos. ¿Se arrepentía? «¡No! –fue su respuesta inmediata–. A México lo adoro, cómo puedo arrepentirme si me ha dado todo. Le agradezco que soy un hombre muy feliz, que me siento bien, que tengo amigos y que la música me da satisfacción».
Si algo lo distinguía era el alborozo que contagiaba a quien se exponía a su música, donde quiera que fuera. Ante todo mantenía un ferviente respeto a su trabajo y a la gente que lo escuchaba. «Yo no doy psicología ni nada, yo doy algo para que la gente se divierta. Me paro en el escenario y la música es mi alimento. El que trabaja en un cabaret va a divertirse, no a pelearse con la gente. Nunca he tenido malas noches, puedo jactarme de eso. He encontrado borrachitos que me gritan: ‘¡Oye, Fellove, cántame una canción diferente!’ Y yo respondo: ‘Mira, te voy a cantar algo para que te sientas cómodo. Te voy a cantar “La gloria eres tú’. El borrachito se pone feliz y ya es amigo mío».
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