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Autorretrato del fotógrafo, 'Marseille', 1997. (Foto: Antoine D'agata)
C iudad Juárez, Chihuahua. 10 de febrero de 2013. (RanchoNEWS).- El retrato más divulgado de Antoine d’Agata (Marsella, 1961) es una imagen en la que su cuerpo y rostro aparecen recubiertos de polvo blanco mientras el espectador percibe todo el desconcierto e inocencia del alma del fotógrafo marsellés. La capa de blanco bien podría ser una barrera ante el estupor que provoca en él la visión del dolor. Lo cierto es que cualquier conversación con el reportero más marginal de la agencia Magnum –explorador de los límites más fértiles de la narrativa visual– lleva a abordar la violencia como una acción colectiva de la sociedad contra el individuo. Una dinámica que D’Agata expone con imágenes que zarandean la conciencia del espectador después de haberlo hecho con su estómago. Para D’Agata, las personas que fotografía son «los anticuerpos de nuestra sociedad, que con sus estrategias de supervivencia dan la mayor muestra de dignidad». Una nota de Juan Peces para El País:
La exposición que le dedica en París el centro de fotografía documental Le Bal, comisariada por Fannie Escoulen y Bernard Marcadé; el libro-catálogo Anticorps (Anticuerpos, editado por Xavier Barral), en el que vuelve a colaborar el escritor español Rafael Garrido; y la película que está montando sobre sus reportajes, prevista para su emisión en Arte después del verano, justifican una nueva inmersión en este fotógrafo errante, cuya obra viaja más mucho más allá del morbo que provocan sus experiencias personales con las drogas, su etapa anarquista o su bajada a los antros de prostitución.
En la exposición de Le Bal, la primera planta alberga una proyección sonora, desnudada de imágenes, de su próxima película, y el visitante puede llevarse carteles impresos con sus fotos y con textos como este: «La obscenidad está en el embrutecimiento psicológico de la masa sumisa (…) y en la infinidad de tecnologías que perpetúan la disciplina de masas fascinadas por el espectáculo de su sometimiento y la promesa de una felicidad nueva». La planta baja alberga un collage o amalgama de fotos de sus diferentes trabajos, una alegoría del contraste que el autor establece entre el día (documentalismo) y la noche (su versión más sórdida).
D’Agata se aferra a la palabra escrita para traducir lo que ve y comunicarlo. «Utilizo la palabra como una estrategia para ver con más claridad, e intento estar, en mis imágenes, a la altura de mis escritos», explica.
«Por primera vez, el reto de la exposición y el libro consistía en confrontar el trabajo puramente documental, un poco frío [en la exposición se incluyen escenarios de guerra y entornos urbanos desangelados] con la faceta más íntima, el mundo de la noche. Son dos aspectos antagonistas, un poco esquizofrénicos, que espero que den coherencia mi a trabajo».
¿Por qué la palabra anticuerpos para el título? «Siempre he visto el mundo como un espacio que compartimos a nivel político, social y sobre todo económico, en el que muchas personas son marginalizadas y expuestas a una violencia institucional, gélida, que anula su humanidad. Esas personas abandonadas a su suerte no tienen otra opción que reinventarse, generar una nueva identidad y existencia a través de su propia violencia». Una defensa física y espiritual ante la agresión, pues. «Sólo les resta experimentar sensaciones, ya sea con el sexo, los excesos, los narcóticos o la delincuencia».
Muchas de las mujeres retratadas son víctimas de la explotación. «Soy consciente de ello, pero me atrae sobre todo el grado de intensidad que permite yuxtaponer el amor al sufrimiento y la violencia. Su estrategia es rebelarse. He visto morir a esas personas, una tras otra».
El autor describe sus trabajos más documentales –en El Salvador o en las revueltas de Brixton, en los años en los que vivió literalmente en la calle– como una manera de asumir y compartir la violencia. «Es una violencia invisible, que se da en los suburbios, en el trabajo… Nos hemos habituado a ese cuerpo roto, encorvado, a la guerra…». Y de su trabajo nocturno dice: «lo que no vemos de la prostitución, la enfermedad o la droga… El envés del decorado».
La fotografía, afirma, es tomar partido. «Siempre la he utilizado para reinventar mi propio destino y para afrontar mi deber como ciudadano del mundo. Es el único lenguaje visual que obliga al autor a formar parte de la realidad».
Antoine d’Agata, personaje de una extrema sensibilidad, ha elegido como coda a uno de los capítulos de su libro un fragmento de un poema de Leopoldo María Panero («lo leo en español», comenta): «Yo que todo lo prostituí, aún puedo / prostituir mi muerte y hacer / de mi cadáver el último poema».
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