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La escritora, retratada en el CCCB, donde participó en la última edición del festival de literatura Kosmopolis. (Foto: Antonio Moreno)
C iudad Juárez, Chihuahua. 10 de abril de 2015. (RanchoNEWS).- Leer a Bolaño, dice, es como abrir cajas. Cajas dentro de otras cajas. «Bolaño no se limita a pasar el micrófono a un personaje secundario para que los focos le iluminen durante un rato, Bolaño los convierte en protagonistas durante el tiempo que considera oportuno», dice Rachel Kushner que, a sus 47 años, aparenta al menos una década menos. La finalista del National Book Award de 2013 es fan de la literatura de Roberto Bolaño. Él y Don DeLillo son algo así como sus escritores favoritos. «Y Proust, claro», añade. Escribe Laura Fernández para El Mundo.
Kushner es la autora de Los lanzallamas (Galaxia Gutenberg), la aclamada novela protagonizada por una chica de Reno (que se hace llamar Reno) amante de las motos (hasta el punto de llegar a competir en carreras clandestinas) y del arte, que se muda a Nueva York, en la década de los 70, la década en la que «todo parecía posible» para introducirse en el mundo del arte de la ciudad que nunca duerme.
«En un principio iba a ser una novela sobre el mundo del arte. Sobre la década de los 70 en Nueva York. Cuando la desindustrialización del país dejó vacías un montón de fábricas que los artistas ocuparon y convirtieron en talleres artísticos, ocurrió algo increíble. Todo parecía posible. Se podía vivir casi sin dinero, y se utilizaban los materiales que habían quedado en aquellas fábricas vacías para crear. Los artistas se preocupaban tan poco por el dinero, que en cierto sentido retaban al mercado a ser capaz de vender su arte. Sólo querían hacerse un nombre. En muchos sentidos el arte contemporáneo es hijo del arte de los 70», asegura Kushner, a quien su potencia narrativa le ha valido todo tipo de calificativos, empezando por el de la clásica escritora chico. «No creo que existan maneras distintas de narrar dependiendo de si eres hombre o mujer. Cada escritor tiene su propia manera de narrar», dice al respecto.
Si era una novela sobre el mundo del arte, ¿cuándo se cruzó la política italiana de los 70 en su camino? Porque la novela la construyen en paralelo dos personajes, el de Reno, en Nueva York, y el de Valera, en Milán. La década es la misma década. Y mientras para Reno todo avanza a cámara lenta, «después de todo es una observadora, está aprendiendo, tratando de entender el mundo del arte», para Valera va a toda velocidad. «Él viene de un ambiente rural y en Milán todo le parece rápido, confuso, sucio». A eso se une la revuelta social. Las llamadas Brigadas Rojas. «Me parecía curioso que mientras en Nueva York ocurría todo lo que ocurría en el mundo del arte, en Italia hubiese un movimiento así. Quería mezclar en la novela el arte y la política, pero como cosas independientes. Como dos mundos. Para mí el arte político no existe. O, mejor dicho, no funciona. El arte trata del ser humano. La política es otra cosa. No creo en el arte revolucionario», explica Kushner, convencida de que el arte «puede llegar a ser una forma de protesta» pero en ningún caso «puede desencadenar una revolución».
La huella de La educación sentimental de Flaubert es evidente en la historia de iniciación de Reno, la motorista. «Es cierto que hay muchos paralelismos entre mi novela y la de Flaubert pero no pensaba en ella mientras escribía. Sí la releí después y descubrí que seguía, en cierto sentido, sus pasos, pero no fue de forma consciente. Obviamente, no oso situarme a la altura de Flaubert, él era infinitamente más cínico y brillante que yo», dice la escritora, que está obsesionada con la idea del tiempo, y que, por lo tanto, insiste en citar a Marcel Proust cuando habla de sus escritores favoritos. «En un primer momento pensé en llamar a la novela así, tal cual, Tiempo. El tiempo que se detiene y el que corre más de la cuenta. El tiempo como algo capaz de moldear nuestra percepción del mundo», confiesa. «Puedes no estar haciendo nada en especial y sentir de todas formas cómo pasa el tiempo, intensamente», añade.
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