Portada del último trabajo de Leonard Cohen. (Foto: Metropoli)
C iudad Juárez, Chihuahua. 14 de octubre de 2016. (RanchoNEWS).- En los jardines del consulado de Canadá en Los Ángeles figuran erguidos los poemas. Bien saben los que idearon el montaje para la presentación del disco del maestro que lo suyo son mucho más que canciones. Basta con detenerse frente a uno de esos carteles portátiles con las letras de los temas, frente a Treaty, por ejemplo, para saber que habrá que tomarse un tiempo para entenderlos, para descifrar el enigma de una mente peculiar, siempre pausada. Ni siquiera Adam Cohen, su hijo, o Patrick Leonard, uno de sus colaboradores habituales, se atreven a intentarlo. «Eso es algo que sólo él entiende en plenitud», explica Leonard humilde. «Yo sólo me limito a poner la música y a no interferir en su camino», reporta Pablo Scarpellini desde Los Ángeles para El Mundo.
El respeto es inmenso, tanto como la admiración por un hombre que a sus 82 años prefiere seguir creando música y reflexiones que hacer mutis por el foro. Claro que el inmenso talento del de Montreal, criado por una familia de clase media judía en la parte anglófona de la ciudad, dejó un tanto inquietas a sus legiones de seguidores al declarar en una entrevista con la revista The New Yorker que está listo para dejarlo, para enfrentarse a la muerte. Son las cosas de Leonard Cohen, profundo a cada paso que da.
Después, tras dejar que la concurrencia escuchara su último trabajo, You want it darker, el álbum número 14 de su extensa carrera, aclaró que sólo era una licencia un tanto melodramática propia de un artista. «Dije recientemente que estaba preparado para morir, pero creo que exageré». En realidad, afirmó, «tengo la intención de vivir para siempre», y despertó una nueva ovación.
La primera y más sentida fue al entrar. Cohen salió a escena ante una sala abarrotada un tanto disminuido por el tiempo. El traje gris oscuro que llevaba parecía grande sobre sus ya estrechos hombros, aunque no su sombrero, su eterno compañero. Esta vez no lo dejó sobre la silla, como hizo cuando salió a dar aquel extraordinario discurso de aceptación del Premio Príncipe Asturias en 2011. Se lo dejó puesto durante toda la tanda de preguntas ante la prensa de medio mundo, cansado en apariencia, asido a su bastón, pidiendo agua para poder resistir el trago de un nuevo discurso.
Cohen dejó claro, sin embargo, que el desgaste es sólo físico. Su mente sigue siendo deslumbrante, meditando cada respuesta, lento como con su proceso creativo. «Siempre he sido lento componiendo canciones. Mi mente siempre ha estado abarrotada».
Aun así, ha logrado acallar las voces que le daban por terminado. El 21 octubre saldrá al mercado su trabajo, cargado de meditación, de oscuridad, de reflexiones sobre el amor, la vejez y el concepto de Dios, en una dualidad peculiar por su aparente desafío a un ser superior en temas como You want it darker y su forma de hablar al mismo tiempo, pidiendo permiso a Dios para hacer más discos.
«Nada en este disco tiene sentido», dijo. «Todos tenemos un sistema mágico que empleamos para abrir los canales de la creatividad. Creo que cualquier cantautor, Bob Dylan y todos nosotros, escribe canciones de cualquier manera. Y si eres afortunado, puedes mantener el vehículo saludable y con capacidad de respuesta a lo largo de los años».
Como era de suponer, se acordó su amigo y colega estadounidense, laureado con el Premio Nobel de Literatura por su trabajo musical y su capacidad de difundir poesía a las masas durante varias décadas. En la sala se respiraba la ansiedad por conocer su opinión al respecto, sabedores de que él, con sus constantes homenajes implícitos a Federico García Lorca, Walt Whitman o Henry Miller, bien podría haber optado al mismo galardón.
«El premio Nobel a [Bob] Dylan es como ponerle una medalla al Everest, a la montaña más alta», indicó de forma voluntaria, sin esperar a la pregunta. Fue una forma generosa de quitarle hierro a la polémica surgida y de engrandecer, al mismo tiempo, la figura del cantautor de Minnesota.
Y eso que era su noche, haciendo el esfuerzo de ponerse delante de un grupo de periodistas extranjeros -rara vez concede entrevistas- para hablar del disco que para muchos es la continuación de sus dos trabajos anteriores a éste, Old ideas, de 2012, y Popular problems, de 2014.
En total son ocho canciones más una versión orquestal de Treaty, dejando la puerta abierta a una nuevo disco de corte clásico. «Es posible, pero uno nunca sabe». Es un guiño, sin duda, a Leonard, con el que ha trabajado en varias ocasiones, y a su hijo, a su lado durante todo el acto. «Ha sido un enorme privilegio tener a alguien de su habilidad llevando este disco a buen término», manifestó el genio canadiense.
Su hijo, por su parte, le correspondió asegurando que, de alguna forma, «la vida te prepara para algo así, siendo este disco una de las cosas más memorables que le han pasado a mi pequeña vida».
Cohen también habló de legado, de su música frente a la de Miley Cyrus o Taylor Swift, después de que su padre declarase que su lista de «odios» de lo que hoy suena es muy extensa. «No creo que se pueda comparar, en realidad, porque son diferentes significados, profundidades, educación, lenguaje, objetivos. No me preocupa si la música le llega a más o menos gente. Solo sé que somos afortunados de que mi padre siga creando música trascendente y profunda. Sé que cuando no nos la dé, se sentirá el vacío».
Además de comparaciones, su nuevo trabajo ha servido para repasar su trayectoria. En esa entrevista con The New Yorker, la primera que concede en muchos años, se habla de sus crisis existenciales, como la depresión que le llevó a convertirse en un monje budista en 1996, o de los 3.000 dólares con los que sobrevivió en Londres durante mucho tiempo gracias a una beca del Consejo de las Artes de Canadá.
También están presentes las mujeres, especialmente Marianne, So long, Marianne. La abuela de esta hermosa mujer noruega le había dicho que conocería a un hombre que hablaría con una lengua de oro, y así fue. Pese a ser bautizado años más tarde como el «padrino de la melancolía», el canadiense siempre encontró refugio en los brazos de las mujeres, siendo Marianne Ihen la más trascendental de la lista.
Estuvieron juntos durante gran parte de la década de los 60. Este verano, la muerte encontró a la noruega y la carta de despedida de Cohen se leyó en su funeral. «Nuestros cuerpos se están cayendo a pedazos y creo que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca detrás de ti, que si alargas tu mano creo que podrás alcanzar la mía».
En You want it darker, un recital de Cohen casi de principio a fin por la voz desgastada por el tiempo, hay reminiscencias de ese pasado. «Me sonreíste como si yo fuese joven, me dejaste sin aliento», dice en On the level, o despacha aparentes referencias a la muerte: «Viajo ligero, es un au revoir».
Esperemos por el bien de la música y la cultura que no sea cierto, que todavía no, que el viejo maestro puede hacer realidad su sueño de componer de nuevo, de cumplir con la profecía que dejó antes de despedirse ayer del consulado canadiense. «Tengo pensado quedarme hasta que tenga 120 años». Ojalá.
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