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El historiador. (Foto: Carles Ribas)
C iudad Juárez, Chihuahua, 6 de marzo, 2008. (RanchoNEWS).- Amedeo Modigliani, príncipe de Montparnasse una investigación sobre el encantador, el adicto, el regañado por Picasso. Su autor plática con Ángeles García para El País:
«Es un rayo de sol hecho niño. Algo mimado, algo caprichoso, pero hermoso como un amor». Amedeo Modigliani (1884-1920) era el hijo menor de una familia de cuatro hermanos. Quien así le describía era su madre, Eugenia, cuando el embrión de artista tenía alrededor de siete años.
Pero su imponente belleza y simpatía no sólo sedujeron a su familia. Fue adorado primero en su Italia natal y después en Francia. Su corta y azarosa vida (murió con 36 años) afrontó, en cambio, un cruel rosario de enfermedades pulmonares y una aún más peligrosa adicción al alcohol y a otras drogas. Dejó casi 200 obras entre pinturas y esculturas y destruyó muchas más. Murió pobre como una rata y nadie puede ni imaginar lo que pensaría de las cifras récord que después conseguirían sus telas en las grandes subastas de Londres o Nueva York.
El historiador Herbert Lottman (Nueva York, 1927) publica ahora Amedeo Modigliani, príncipe de Montparnasse (galería Miquel Alzueta), primera biografía sobre el artista italiano editada en español. El autor del libro es corresponsal en París de Harper's, Saturday Review y The New York Times.
Lottman ha querido hacer una biografía al más puro estilo anglosajón. Ha reconstruido la historia de Modigliani tras dos años de dura investigación en Italia y Francia, a partir de kilos y kilos de papeles y archivos. La colaboración ha sido total. Con una excepción: Christian Parisot, marchante francés vinculado a Giovanna, la única hija legítima del artista. Parisot le impidió ver la parte de los archivos familiares que él controla y le cerró el paso a los lugares donde se encuentra documentación básica para autentificar su obra.
El biógrafo cree que el mayor descubrimiento de su obra es el arropamiento que Modigliani tuvo por parte de los suyos. Nacido en una familia de clase media en la Toscana, estuvo siempre rodeado de libros y mimos. Cuando a los 13 años decide dedicarse al arte, se le buscan los mejores profesores en Florencia. Cuando decide irse a París, no sufre obstáculos familiares. Antes de viajar ya ha sufrido una pleuresía. Llega a París en 1917 y cae deslumbrado por todo lo que ve: las obras de Cézanne, Gauguin, Juan Gris, Brancusi, Picasso... Rápidamente se hace el más popular de las míticas juergas nocturnas de Montparnasse. «Era muy guapo, el más guapo de todos», asegura su biógrafo. En su grupo están Chagall, Soutine, Kisling, Zadkine o Foujita.
Lottman reconoce que en este ambiente su talento despunta inmediatamente. Pero sucumbe de manera también muy rápida como consecuencia de su falta de voluntad ante las drogas. «Es un autodestructivo compulsivo. Desperdicia su sabiduría y excelente educación. Sus pulmones están destrozados, hasta el punto de que en los últimos años hay veces que no le llega el aire para poder hablar, pero sigue bebiendo. No se separa nunca de la botella de ron y se mete todo lo que le pueda colocar más rápidamente».
¿Por qué lo hace? «Para vencer la soledad, como todos», responde el biógrafo. El entorno no ayuda. Pablo Picasso es el único que le reprocha su actitud. Muchos han querido ver ahí una inexistente hostilidad entre ambos. Lottman aprovecha para aclarar el asunto: « A Picasso le ponía muy nervioso ver cómo se autodestruía. Picasso podía ser tan amante de la juerga como el que más, pero siempre controlaba sus emociones. Era un hombre con tanto talento como sentido práctico. Ambos chocaban y él regañaba a Modigliani como a un niño». Lo cierto es que el pintor español era un dios para el italiano y sus regañinas le humillaban más que las de nadie.
Los últimos meses de la vida de Modigliani fueron especialmente angustiosos. Vivía en la miseria en una fría buhardilla en la que nada impedía la entrada de la nieve y la lluvia. Lo poco que comía lo pagaba a cambio de dibujar en las paredes de las pequeñas casas de comidas en las que le recibían.
Murió un frío día de enero de 1920. Tuvo unos funerales propios de un príncipe. Su hermano mayor, Giuseppe Emmanuele, diputado socialista, ordenó que lo cubrieran totalmente de flores. Así se hizo y una multitud de artistas y amigos le acompañó hasta el cementerio de Père- Lachaise. Pero el drama continuó: su última compañera, Jeanne Hébouterne, embarazada de ocho meses, volvió del funeral y se fue al domicilio familiar. Allí se asomó a la ventana y se arrojó desde el quinto piso.
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