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Cartel de la película. (Foto. Archivo)
M adrid, 25 de septiembre, 2007. (Patricia Ortega Dolz/ El País).- En el 86.4, el dial de Ecuatoriana FM, se escuchaba el pasado viernes: -Yo prefiero una película en la que la gente se droga, mata, folla, no sé, hace algo. Decía una voz con acento español. -Si es por tirar no tendría problema, drogarse también podría ser. Pero por la muerte no paso. Respondía otra voz de acento ecuatoriano.
Reproducía, en forma de cuña publicitaria, un diálogo de la película Qué tan lejos, el primer largo de la joven directora ecuatoriana Tania Hermida, y anunciaba que se regalaban algunas entradas para ese mismo día, el del estreno en España. Minutos más tarde, en el número 5 del paseo de las Delicias, decenas de ecuatorianos se agolpaban para conseguir un pase. Era el augurio de un fenómeno cinematográfico que ha pasado casi inadvertido. Mientras los ojos de la industria española estaban puestos en el Festival de Cine de San Sebastián, miles de los aproximadamente 700.000 ecuatorianos que hay en España acudían masivamente y en familia a ver una película rodada en su país, dirigida por una compatriota y coproducida por la compañía española La Zanfoña Producciones.
«Era una invasión», dice Enrique Pérez, propietario de los cines Verdi, que proyectaron la cinta tanto en Madrid como en Barcelona. «Tuvimos que cambiarla a una sala más grande porque se quedaba gente fuera. Tuvo que venir la gerente para organizar un poco la cosa porque venían familias con niños y pedían cosas en el bar, que nosotros casi tenemos de adorno porque éste es un cine más de películas de culto y nuestro público habitual apenas consume bebidas o palomitas», comenta.
Pero así es como Qué tan lejos se ha convertido en el número uno de taquilla en los cines Renoir y en los Verdi de Madrid y Barcelona, desbancando a Las conversaciones con el jardinero, de Jean Becker, y a los dos supuestos éxitos de taquilla de septiembre: En la ciudad de Silvia, de José Luis Guerín, y Caótica Ana, de Julio Medem. Los datos son abrumadores: 5.000 espectadores, sólo con 11 copias en toda España. En los Verdi de Madrid la vieron 1.558 espectadores durante el fin de semana, frente a los 900 que pasaron por Conversaciones en el mismo cine. Algo parecido ocurrió en los Renoir de Plaza de España: llenó 1.110 butacas, frente a las 627 de Caótica Ana. «Es un fenómeno, nadie lo esperaba. Y quizá esperábamos más de otras películas españolas», dice una portavoz de la productora y distribuidora Alta Films, propietaria de los cines Renoir. «Quizá también tenga que ver con la campaña de la distribuidora» (Karma Films), argumenta.
Rafa, ecuatoriano de 27 años que lleva en España 11 y que es mozo de almacén, vio el anuncio en el diario gratuito 20 minutos y ayer salía de la sesión de las 18.15: «Me ha gustado porque refleja el Ecuador de verdad, con todas sus caras: el pijo, el pobre, el mochilero... Huye de los tópicos de aquí y de allá y es divertida y entretenida», comentaba junto a su novia, Leticia, de 25 años. «Muestra nuestra manera de ser», decía ella, que lleva seis años en España y trabaja de cajera.
Parece que los ecuatorianos sí van al cine. «Claro, es Ecuador en estado puro», dice Mercedes Sánchez, portavoz de las Federación de Asociaciones Ecuatorianas en España (FENADEE). «No es la típica película que trata el tema de la inmigración desde el punto de vista de las miserias humanas, sino que muestra la actitud irónica con la que afrontamos los problemas de la vida, nuestro sentido del humor, es una mirada original y real sobre un tema que nos afecta a muchos de los que estamos aquí».
Porque si algo muestra esta película es un Ecuador vaciado por la migración. Y quizá muchos de los que están aquí vieron, con los ojos de Hermida, lo que dejaron allí.
A modo de road movie, como si de un Thelma y Louise ecuatoriano se tratase, la joven directora muestra la compleja realidad de un país que cambia tres veces de presidente en dos años y en el que los pueblos sufren verdaderas «operaciones quirúrgicas» que les dejan sin su mejor potencial: la gente joven que se va dejando los niños al cuidado de los abuelos. Y se ríe abiertamente de la ignorancia de los españoles, que no saben nada de Ecuador, salvo el nombre de algunos de sus volcanes.
Una película en la que, no por casualidad, la protagonista española se llama Esperanza y la ecuatoriana Tristeza. Una cinta que termina como empieza, porque quizá, como dice uno de sus personajes, «los finales felices dependen, dependen de donde pongas el punto final».
Tráiler de la película
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