Rancho Las Voces: Cine / Unas palabras para Bergman, Diana Bailleres
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martes, septiembre 18, 2007

Cine / Unas palabras para Bergman, Diana Bailleres

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El cineasta sueco en su juventud. (Foto: Archivo)

H ace unas cuantas semanas, presente lo tengo yo, como dicen los corridos, la nota que abría las páginas de Internet era la de la muerte de Ingmar Bergman a los 89 años, en su retiro de años, en su casa en la isla de Farö. Nunca lo conocí, pero lo amé profundamente a través de su cine desde la primera película que ví, Secretos de un matrimonio, allá por inicio de la década de los setenta y a los 20 años confrontó una realidad que no era dulce, por lo menos entonces.

Siempre que alcancé a ver un film de Bergman, supe que me hablaría de frente y mirándome a los ojos. Su cine siempre me dijo algo de mí misma. Era tan así que hice una transferencia con él como lo llaman los psicoanalistas. Me enamoré del terapeuta. Eso fue Bergman en mi vida. Muchos años después una de sus mujeres me dio motivos para acercarme a la escritura intimista como lo hizo Liv Ullman en Senderos, donde narraba su experiencia como pareja del cineasta sueco.

¡Qué parecidos somos los seres humanos de Laponia como de la selva chiapaneca! El cine de Bergman traspasa corazones sin frontera hace unas cuantas semanas cuando vi en casa de una buena amiga un trozo de su historia, en un guión escrito por él y dirigido por la inolvidablemente bella Liv Ullman yo escribía y me cito a mí misma porque el texto no tiene apenas un mes:

«Infidelidades es un film dirigido por Liv Ullman quien fuera compañera de Ingmar Bergman, el cineasta sueco cuya filmografía nos sorprende por su discurso psicológico e intelectual. Dicho film me captura en la reflexión sobre la vida de Bergman nuestro admirado director debido sin duda al análisis de la propia relación que él –ahora convertido en guionista– mantuvo con la actriz que narra su vida atormentada en la adultez por la relación enfermiza y neurótica con quien después de tantos años, siendo ya un anciano trata de subsanar el daño causado en la que era una vida feliz al lado de su esposo músico y su hija de 8 años».

Bergman es un hombre atormentado por las experiencias pero también purificado ante la cámara. Los demonios, los fantasmas dirán otros, le acompañan en su casa de la isla, junto a la playa, donde vivió retirado hasta su muerte apenas hace unas semanas. Contempla su propio efecto en la vida de los que amó. Su silencio pide implícitamente perdón. Es posible que Ullman ya le haya perdonado. No lo sé pero casi puedo asegurarlo. No podría ser de otra manera entre seres exorcizados como ellos lo fueron. La libertad que el arte y su contexto habitual les otorgaron, no gratuitamente, por cierto debe haberlos hecho mejores para irse de este mundo. En un cuarto de estudio la vivencia es resucitada, el llanto es tanto que baña el alma de ambos para perdonarse, pero ¿el suicida? ¿También?

Amo su cine y lo amé, pese a su desdichada aventura en esta vida, en la que Bergman tuvo la ventura de hacer de sus demonios los protagonistas que la crítica ovacionó porque sin duda, nadie mostró de manera tan manifiesta los contenidos de la psiquis como él. Es probable que de ponerlos frente a frente, Freud y Bergman jamás se hubiesen puesto de acuerdo. La moral personal no se los hubiese permitido. Es probable.

Te amo y te amaré, cineasta de la psique, cada vez que vea tus películas, de manera alucinatoria amaré tus rostro como tu Persona, tu cine nos recordará que Escandinavia también existe, que la gelidez de la película El Rito, como la de sus paisajes, es la misma con que puedes traspasar el alma y la psiquis con un finísimo bisturí que muy a nuestro pesar abre nuestro lagrimal como Buñuel en la segunda escena de Un Chien Andalou. Cuando el alma llora, dicen, crece con una escalera que le conecta al cielo. Eso es ver el cine de Bergman.

Diana Bailleres

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