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El conjunto musical en la sede de la organización de las Naciones Unidas. (Foto: Archivo)
B onn, 9 de septiembre,2007. (Eva Usi/ La Jornada).- «Fantástico», «impresionante» y «apoteósico» fueron algunos de los adjetivos que se escucharon entre los asistentes al concierto de la Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar en Bonn. El concierto, parte de la edición 2007 del Festival Internacional Beethoven, era esperado con expectación. La sala Beethoven, que lleva el nombre del hijo más ilustre de Bonn, tenía las localidades agotadas desde hace meses. El público dedicó una entusiasta ovación de 15 minutos a los jóvenes músicos de la orquesta y a su director, el prodigio venezolano Gustavo Dudamel, y muchos aguardaron afuera para saludar a los artistas. Dudamel, de 26 años, es la promesa en la dirección orquestal que se disputan afamadas formaciones del mundo entero. «Es el talento más impresionante con el que me he topado», dijo Simon Rattle, director de la Filarmónica de Berlín. Por algo será que todas las grandes figuras de la música clásica apuntan hacia él.
Dudamel, quien acaba de ser nombrado director de la Filarmónica de Los Ángeles a partir de 2008, es visto en la tierra de Bach y Beethoven como un milagro, un acertijo que todos quieren entender y, de ser posible, imitar. En Europa la música clásica se reduce a un nicho cada vez más estrecho y este joven de rizos caribeños es visto como la clave para inyectar nuevos bríos a la llamada música culta. Dudamel, al igual que otros jóvenes talentos venezolanos, es producto de un experimento que comenzó hace 32 años el organista, compositor y economista José Antonio Abreu, fundador de la Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar y de la Fundación del Estado para el Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles. Una red que involucra actualmente a 290 mil jóvenes músicos en Venezuela.
«Nosotros teníamos que garantizar el acceso de todo niño y joven de clase baja y popular a la formación instrumental y vocal. Ése fue el ideal del proyecto desde el principio. La manera más adecuada para hacerlo era promover una red nacional de coros y orquestas juveniles e infantiles y así se consiguió», dice Abreu en conversación con La Jornada.
El visionario director de 68 años fue el hazmerreír de Venezuela cuando reunió en un garaje a 11 jóvenes músicos para una audición en 1975. Se había propuesto crear un sistema nacional que generara músicos en un momento en que había sólo dos orquestas integradas por emigrantes europeos. Durante el auge petrolero convenció al gobierno para que diera una subvención a su proyecto. Hoy en día el prespuesto anual, equivalente a unos 45 millones de euros, se financia con fondos públicos y privados.
«En América Latina se ha roto el paradigma aristocratizante que estigmatizó el arte durante siglos. El pleno acceso del pueblo a los predios de la educación musical y de la educación artística en general significa una revolución. El niño de escasos recursos rompe el círculo vicioso de la pobreza convirtiéndose en un rico espiritual, y eso le permite vencer la pobreza material. La formación musical convierte a centenares de miles de excluidos en incluidos; además, el niño y el joven involucran a su familia, a su vecindario, a su comunidad. De manera que en los barrios marginales la orquesta es el centro de la vida espiritual más desarrollada y digna», afirma.
El programa dirigido por Dudamel en Bonn contrapuso obras de Beethoven y de Leonard Bernstein con obras de consagrados compositores latinoamericanos como Silvestre Revueltas, el joven compositor mexicano Arturo Márquez y el argentino Alberto Ginastera.
Durante el ensayo general previo al concierto, Dudamel repitió varias veces un pasaje del segundo movimiento de la sinfonía Eroica, de Beethoven. Una dramática marcha fúnebre que se interpreta en Alemania en las ocasiones más solemnes. Fue, por ejemplo, la elegía dedicada a los atletas israelíes asesinados por un comando terrorista en los Juegos Olímpicos de 1972. Para transmitirles el dramatismo de un pasaje, Dudamel detuvo a sus músicos y les explicó «es como la muerte, te va siguiendo, siguiendo y te cae de pronto, de golpe», dijo agitando con pasión la melena rizada y gesticulando con brazos, manos y dedos.
Los ensayos de la orquesta son un espectáculo por sí mismo, que permite atisbar lo que sucede tras bambalinas. Pero aun siendo ensayo, los 220 músicos muestran la disciplina a la que están habituados: entraron al escenario y tomaron sus lugares con rapidez, sin hacer ruido. Pero una vez que comenzaron a interpretar la Tercera sinfonía de Beethoven estalló la pasión. Parecían fundirse con sus instrumentos imprimiéndoles toda la fuerza de su cuerpo. El más joven tiene 14 años y los mayores, entre ellos Dudamel, 26. Cada músico parecía estar tocando para salvar su vida. Una orquesta que no pide pausas ni da señales de cansancio, que no tiene la mentalidad sindical de algunas formaciones europeas.
No es casualidad que grandes nombres de la dirección hayan fundado sus orquestas juveniles, como Claudio Abbado y su Orquesta de Cámara Mahler, o Daniel Barenboim y su Diván Este-Oeste, integrada por jóvenes músicos palestinos, judíos y cristianos. Abbado, Barenboim y Simon Rattle tutelan a Dudamel y su orquesta.
Dudamel empezó a estudiar violín a los siete años en Barquisimeto, a unos 350 kilómetros al oeste de Caracas. Se convirtió en uno de los violinistas más talentosos de la orquesta infantil de la provincia de Lara y comenzó a dirigir la Simón Bolívar a los 18. Otra estrella fulgurante producto de esta iniciativa es el contrabajista Edicson Ruiz, que ingresó hace cuatro años a la Filarmónica de Berlín, a la edad de 17. Empezó a estudiar música a los nueve, cuando trabajaba medio tiempo en un supermercado para ayudar a su madre. La prensa alemana lo llamó El milagro de Caracas por la sorprendente madurez con que toca y los sonidos que es capaz de sacar de la caja de su instrumento.
Cristina Alvarado, de 19 años, es una esbelta joven mulata proveniente de Caracas. Su firme y despierta mirada revela una férrea disciplina. No le importan los sacrificios que implica pertenecer a la orquesta. «Es mi prioridad», dice resuelta. Empezó a los nueve años a estudiar viola porque el violín, recuerda, le parecía chillón. Ahora estudia Relaciones Industriales en la universidad, pero no dudará cuando tenga que elegir. «La carrera universitaria es algo alterno porque la música es mi vida y no la cambio por nada», afirma.
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