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viernes, noviembre 12, 2004


Foto:Yuri Manrique La XI Bienal de Fotografía
Blanca GonzÁlez Rosas
Vista desde una perspectiva global, la XI Bienal de Fotografía es una síntesis del escenario de la fotografía contemporánea en nuestro país: producción abundante con preferencia por la tecnología digital, creatividad deficiente, reducida experimentación y activo pensamiento crítico capaz de plantear dudas y de aceptar la falta de certidumbres.

Por lo mismo, me parece que la mayor aportación de esta bienal no se encuentra en las obras, sino en los planteamientos de la mayoría de los miembros del jurado quienes, en los textos que conformarán el catálogo, expresan sus dudas sobre el sentido artístico y social que debe tener un evento como éste, confrontan las consecuencias éticas y estéticas de los criterios de selección, abordan la problemática de la esencia artística de las prácticas fotográficas contemporáneas —tanto analógicas como digitales—, confirman la mediocridad de la mayor parte de los 800 portafolios revisados, y asumen la existencia de desacuerdos por las diferentes preferencias personales.

Elegido por Alejandro Castellanos, director del Centro de la Imagen, en conjunto con varios de sus colaboradores, el comité de selección estuvo conformado por cuatro creadores visuales y por un funcionario del Instituto Nacional de Bellas Artes. En el primer rubro se cuentan Armando Cristeto, Juan Rodrigo Llaguno, Rubén Ortiz y Laura González, quien en la actualidad se desempeña como investigadora; en el segundo, están Carlos Ashida, titular del Museo de Arte Carrillo Gil y curador de la participación mexicana en la próxima edición de la feria española de arte contemporáneo Arco (Proceso, 1454 y 1459).

Desde mi punto de vista, la selección de Ashida fue un desacierto de Castellanos, ya que al incrementar la concentración de decisiones legitimatorias en una misma persona, se pone en riesgo no sólo la pluralidad de opciones, sino también la objetividad: toda acción de legitimación institucional impacta positivamente al mercado artístico, y cabe preguntar si ése es el sentido que debe tener la bienal. Sin embargo, como Ashida es el único miembro del jurado que no expresó por escrito sus inquietudes, no es posible conocer sus criterios de selección, sus argumentos teóricos y sus cuestionamientos institucionales.

Con una elección de sólo 44 creadores, la bienal presenta un panorama plural de generaciones, técnicas, temáticas y géneros, en el que sobresalen, posiblemente por las preferencias del jurado, los discursos conceptuales y pictóricos. Entre los primeros se percibe cierto cinismo humorístico que, aun cuando divierte por la ocurrencia, deja la duda sobre la contundencia del discurso fotográfico. En este caso se encuentran las piezas de Marco Antonio Pacheco quien, a través de la imagen geométrica de pixeles de diferentes colores, evoca personajes de la política mexicana valiéndose de sugerentes títulos que no confirman la sofisticación del discurso. En el mismo rubro se encuentra la instalación de Ricardo Trabulsi, conformada con fotografías que reproducen la imagen de su asistente con actores y cantantes que, en cuestión de concepto, recuerda a la que hace poco presentó Bonillas en la OMR.

Más interesante en estos territorios es la propuesta de Enrique Méndez de Hoyos, quien aborda la homogeneidad de la globalización a partir de intervenciones que evocan a las imágenes de los pasaportes.

En el contexto de los impulsos pictóricos se cuentan numerosas propuestas que alteran la nitidez de las formas, sobresaliendo por la definición de la imagen las mujeres de Martha María Pérez Bravo, las cuales, en su disolvencia, se acercan al lenguaje dibujístico.

Debido a la homogeneidad de las propuestas, es difícil comprender los criterios de los dos premios de 75 mil pesos cada uno, que fueron otorgados a Gerardo Montiel y a Edgar Martínez. En las menciones honoríficas es cuestionable la presencia de discursos documentales tan convencionales como el de Marco Antonio Cruz y, entre lo más sobresaliente, se cuentan los irónicos carteles en los que Yuri Manrique presenta la violencia de Tijuana.

En conclusión, una participación que delata la conveniencia de definir criterios explícitos y arriesgados como condicionantes de selección. l
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