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El historiador y bibliófilo mexicano. (Foto: Héctor García)
C iudad Juárez, Chihuahua, 7 de enero, 2008. (RanchoNEWS).- Fallece profesor emérito de la UNAM Ernesto de la Torre Villar.Perdió la vida tras sufrir una caída la madrugada de este miércoles. Una nota de NOTIMEX:
Nacido en Puebla, el catedrático hizo sus estudios profesionales en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en las Facultades de Derecho y de Filosofía y Letras. Su maestría en Historia la obtuvo en El Colegio de México para hacer después un doctorado en la Universidad Sorbona de París.
Además de impartir diversas cátedras en la UNAM y en en el extranjero, fue director del Archivo Histórico de Hacienda y de la Biblioteca Nacional de México, así como fundador del Instituto de Investigaciones Bibliográficas y del Instituto José María Luis Mora.
Reproducimos una nota de Érika P. Bucio para la Agencia Reforma del 27 de noviembre, 2007, en su memoria
«No me paso un día sin leer. Empiezo con los chismes del periódico y si veo que no está mi esquela, entonces leo el horóscopo», bromea a sus 90 años el historiador Ernesto de la Torre Villar (Puebla, 1917).
Gozar la vida ha sido su norma. Una vida dividida entre la lectura y la producción de libros como Testimonios históricos guadalupanos, considerada una obra canónica sobre el culto guadalupano, las Lecturas históricas mexicanas o Elogio y defensa del libro.
Durante 13 años dirigió la Biblioteca Nacional, y de su empeño nacieron el Instituto Mora, cuya biblioteca le honra al llevar su nombre, y el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM.
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) le rinde homenaje hoy 27 de noviembre por su labor como bibliófilo. Una distinción que han recibido personajes como José Luis Martínez, Eulalio Ferrer y Andrés Henestrosa.
«El bibliófilo no es un maniático que junta libros porque eso sería el bibliómano sino una persona seducida por los libros y entregada a ellos».
De la Torre cayó seducido muy temprano. Una de sus primeras lecturas fue Rosas de la infancia: lecturas para niños, obsequio de su madre. Siendo adolescente ya había descubierto la poesía de Alberti y García Lorca, la prosa de Gallegos y Rivera, el teatro de Ibsen y el misticismo de Santa Teresa, y poco después a los autores rusos, Dostoievsky y Gogol.
«Tuve mucha afición a los libros desde la primaria, cuando ya aprendí a leer, recuerdo bien, mi madre me regaló Rosas de la infancia, un libro que me abrió muchas expectativas y con fortuna me dediqué a leer.
«En la secundaria aprendí a encuadernar, y me di cuenta de que el libro es como una amante a la que tienes que saber vestir».
Para De la Torre, cada libro representa la gestación de un hijo
«Tal vez porque tuve una vocación enseñante me di cuenta de que tenía que preparar libros que fueran instrumentos de trabajo para los estudiantes. Van acumulándose como las canas que te van saliendo y, bueno, sin pensarlo, te vas llenando la cabeza de hebras de plata».
Prepara la publicación de los ensayos Los forjadores de México y del segundo tomo de Testimonios... que cierra la obra, al incorporar la canonización de Juan Diego.
«Siguiendo los testimoniales me he convencido de la causa, pero no se puede imponer una causa por la fuerza», afirma.
En su estudio, junto a la máquina de escribir mecánica Smith Corona que sus nietos han tratado de reemplazar sin éxito por una eléctrica, se acumulan tanto la correspondencia por contestar como los libros recién leídos.
Discípulo de José Gorostiza y Julio Torri, decidió orientar su carrera hacia la Historia cuando estudiaba en la Escuela Nacional Preparatoria, pero sin jamás abandonar la literatura.
«La Historia es comprender, reflexionar y valorar la vida del hombre» dice el miembro de las Academias Mexicana de la Historia y de la Lengua, doctorado en La Sorbona de París, ciudad donde conoció a intelectuales como Sartre y Beauvoir.
Decidió donar parte de su biblioteca a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y otra parte a un colegio en Italia.
Viajero por naturaleza, armado con una cámara Leica, recorrió Asia, Europa y América Latina.
«¡Qué breve es el círculo en que uno está medido!», confiesa.«No pienso que me vaya a llevar nada. Si acaso mi breviario y alguno de los poemas de San Juan de la Cruz, que llenan el espíritu de gozo y consuelo».
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