.
Escena de Una vida en China, de Li Kunwu y P. Ôtié. (Foto: Astiberri)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 28 de junio 2010. (RanchoNEWS).- No era más que un bebé pero su padre se empeñó. Se asomó a la cuna y le pidió que emitiera sus primeros balbuceos. Y no quería oír «papá» ni «mamá». «Para empezar, di: presidente Mao». El pequeño, claro, no hizo más que repetir «Ma-ma» y «Pa-pa». Pero a su progenitor no le hizo ninguna gracia que su retoño no supiera articular el nombre del insigne líder comunista y montó en cólera. «¡No te pido que digas papa, sino presidente Mao, idiota!», le espetó. La violencia de su reacción da una idea del sometimiento del pueblo Chino bajo la dictadura del Gran Timonel. Una nota de la redacción de El País:
Aquel bebé se convertiría con los años en el dibujante de cómics Li Kunwu (Yunnan, China, 1955), que ahora recuerda su infancia y adolescencia bajo el régimen comunista en el álbum Una vida en China (Astiberri), firmado junto al guionista P. Ôtié y que acaba de llegar a las librerías. Son páginas autobiográficas que comienzan cuando su padre, un oficial del partido comunista, y su madre, una obrera no cualificada, salen desde su provincia natal de Yunnan e inician un peregrinaje a lo largo y ancho de China. A través de sus andanzas muestra un país que asiste al triunfo de la Revolución comunista dirigida por Mao Zedong, y a la draconiana aplicación del programa socioeconómico del Gran Salto Adelante y de la Revolución Cultural.
Sin ánimo de reivindicar ninguna ideología, Li, ex dibujante de propaganda para la República Popular China y con una trayectoria de 30 años en el noveno arte, describe de primera mano los trastornos que sufrió la población del país más populoso del mundo. A través de su relato, compuesto por más de 200 páginas de trazos expresionistas en blanco y negro, Li recuerda cómo siendo un niño creció en la adoración al líder comunista, convertido por la propaganda oficial en casi un ser semidivino. Las sentencias de su Libro rojo eran repetidas y memorizadas obsesivamente. Los niños eran adoctrinados en el parvulario: «El pensamiento de Mao Zedong es la alegría de la revolución/ el que se opone a él, ése es nuestro enemigo!», repetían los alumnos al unísono. Mientras, se creaban las grandes comunidades populares, piedra angular del movimiento del Gran salto adelante.
Los estragos del Gran salto adelante
En su carrera para rivalizar con Occidente, el Partido Comunista chino inició una frenética producción de acero para superar a la de Reino Unido y alcanzar al gran rival capitalista, Estados Unidos, según describe Li en las páginas de su obra. En el empeño de proclamar la supremacía nacional, el país parecía convertirse en unos «grandes altos hornos», a costa de imponer las colectivizaciones, deforestar el territorio y devastar la fertilidad del suelo chino.
De manera que el joven Kunwu asistió, también, a la salvaje hambruna que duró de 1959 a 1961. En medio de escenas de horror en la lucha por la supervivencia, el narrador recuerda cómo uno de sus tíos muere tras recibir una cornada de una vaca a la que intentaba robarla el forraje, o cómo otro tío, totalmente desesperado, intenta comer tierra. «Los historiadores», recuerda el narrador, «no se ponen de acuerdo sobre las cifras de muertos, ¿5, 8 o 10 millones?». Perecieron esas mismas masas a las que Mao llamó «los héroes de la Revolución». El recorrido de Li continúa, con pulso notarial pero sin caer en el tremendismo, hasta 1976, cuando el relato se cierra con la muerte del implacable Gran Timonel.
REGRESAR A LA REVISTA