Al salir de la parroquia. Rancho Las Voces Art. (Foto: Archivo)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 1 de agosto de 2010. (RMV / RanchoNEWS).- Ese jueves 15 de julio teníamos la visita de nuestra amiga Mercedes Holguín (que mantiene felices los estómagos del Rancho), del periodista Mauricio Rodríguez y su esposa la abogada Norma Llerena. Convivíamos felizmente cuando entró una llamada telefónica al celular de Meche. Era su hermano para saber su paradero y avisarle de un atentado contra un vehículo de la policía federal, ocurrido en el viejo centro de la ciudad. Mauricio llamó entonces al vocero de la policía municipal Jacinto Segura y Jack le dijo que lo que sabían hasta ese momento era que había estallado una granada, que había tres policías muertos y le recomendaba que no saliera. Mi hermano Jaime, que había ido a la tienda hacía unos momentos, dijo que entonces la explosión que había oído no era un transformador como un vecino y él habían supuesto. El escenario del atentado estaba en la calle Bolivia y 16 de Septiembre, por donde Norma había transitado apenas unas dos horas antes, a unos metros de donde tres horas antes Meche me había llevado a pagar el recibo del gas. Distante del Rancho, seis cuadras al sur y seis cuadras al este. Esa noche, después supimos, la ciudad quedó sin vigilancia. Acuartelaron a la policía municipal, estatal, federal y al ejército.
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En la mañana siguiente Jaime recibió una llamada de nuestro socio y carnal el Dr. Ramón Arturo Domínguez Servín con la noticia: «Pepe fue herido en la explosión de ayer, ha muerto esta madrugada en la clínica 6 del Instituto Mexicano del Seguro Social».
Y duele. José Guillermo Ortiz Collazo había sido compañero de estudios, en la carrera de medicina de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, tanto de Ramón como de la médico y escritora Arminé Arjona. Él era mayor que ellos (tenía 57 años) y se graduó con esa generación porque había suspendido sus estudios para seguir, como trompetista, la aventura del grupo Los Silver.
Como médico había estado muy cerca de mi familia en el caso de la convalescencia de mi madre, María de los Ángeles Valenzuela, tras el aneurisma que sufrió. En ese tiempo creció la relación amistosa con Jaime. Mi familia siempre le había guardado una gran gratitud.
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Duele imaginarlo esa tarde llegar, en compañía de su hijo, a su consultorio situado en la intersección sureste de las calles Bolivia e Ignacio de la Peña, Iban por unas sillas para una reunión familiar en El Paso, Texas, donde Pepe propiamente estaba ya haciendo su vida.
Al oír las detonaciones del arma de fuego y luego las sirenas de ls ambulancias de los rescatistas no dudó en asomarse. A menos de veinte metros, por la calle Bolivia, yacía un hombre herido. Acudió en compañía de su hijo.
–Ve por mi maletín, por favor –le indicó.
Luego se indentificó con los rescatistas, se arrodilló ante el herido, comenzaba a dar instrucciones cuando estalló el artefacto explosivo, cargado de tornillos y clavos, colocado en un automóvil. El estallido le pegó a Pepe por la espalda, amparando las cabezas y pechos de los socorristas. Nos dirían después que todas las fracturas en su cuerpo estaban expuestas y que al llegar a la clínica expresó:
–Díganme lo que tengo, soy médico, soy médico...
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–Vamos a compartir la misa y la tristeza de una familia y la tristeza de una ciudad –dice el padre.
Sábado 17 de julio. Mediodía. Parroquia del Sagrado Corazón. Ignacio Mejía y Constitución.
El templo está lleno de personas –conocidos, pacientes, amigos y familiares– que se han congregado para despedir, con esta misa de cuerpo presente, a Pepe. El padre hace lo posible por darle consuelo a una comunidad herida de tal manera.
A la salida se forma un larguísmo séquito de automóviles que acompañarán a Pepe al cementerio. Ramón y yo vemos el incidente. Una camioneta de la policía federal, en cuya caja viajan cinco agentes enmascarados portando armas de alto calibre, que circula de poniente a oriente por la Ignacio Mejía es detenido por la fila de vehículos del sepelio en la calle Constitución. Entonces sin respeto, encabronados, autoritarios, forzan su avance. Una hedionda flor negra del gobierno. Gracias.
Ahora sólo queda la despedida.
Sí, Pepe, eras un médico. De los mejores.
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